No pudimos convencerlos, dijo el ministro después de una votación adversa en el congreso.
Convencer – vencer con todo, sugiere el diccionario etimológico. Un lenguaje de enfrentamiento militar. Me asiste una idea verdadera, tengo la razón, lo evidente está de mi lado, los demás deben aceptarlo, callar y darse por vencidos. Si fallo en convencerlos – como le ocurrió al ministro -, quiere decir que triunfa la sinrazón, el error; se imponen los equivocados. El mundo se hace más oscuro. En el ánimo de convencer, defino de entrada una conversación como ganar o perder, una lucha entre verdad y error, declaro a los otros enemigos – cuando menos oponentes – y procuro subyugarlos.
Escuchar – inclinarse y auscultar, dice la etimología -, es otra forma de apearse con las demás personas. Parto de la base que las necesito para conseguir lo que quiero. Me propongo auscultar con cuidado sus deseos, preocupaciones, intereses, para considerarlos francamente en lo que proyecto. No defiendo una verdad, no me considero poseedor de normas superiores, de aquello que es correcto: busco el acuerdo que necesito.
Querer convencer más que procurar escuchar presupone vivir en un mundo en el que hay ideas verdaderas, conceptos “objetivos”, normas y reglas correctas; sean de origen divino o científico. Y que tenemos acceso a ellas. La Inquisición con vencía a menudo, con un garrote es fácil con vencer, un ejército poderoso también es útil para con vencer, los expertos con vencen con facilidad cuando anuncian consecuencias atemorizantes.
Escuchar supone que el mundo que compartimos con los demás no contiene ideas verdaderas que sean evidentes para todas las personas. Como mínimo, que no busco imponer las mías – si las tuviera -, aunque pueda hacerlo. Inclinarse a auscultar interpreta condiciones para convivir, no para imponer modelos. Escucha la dueña del café del barrio, el que vende cerezas en China, la banda popular, la política que busca legitimar las leyes con solidez, el servidor público que se preocupa de proteger el estado democrático. Quienes no están movilizadas por ideologías – verdades en las alturas -, sino por el afán de crear una convivencia decente.
Convencer apuesta a la fuerza de mi razón. Escuchar apuesta a articularnos y convivir. Convencer desconfía de las demás – que no acepten la verdad evidente en sí misma demuestra sus intenciones inconfesables. Escuchar confía y crea confianza – ausculta como legítimas las intenciones y preocupaciones ajenas, como parte integrante de la convivencia que inventamos.
Lo que sí resulta difícil de entender es que alguien insista en dar batalla cuando una docena de sus samuráis anuncian que se pasan al bando enemigo.
Está, por último, la razón de Sun Tzu en favor de escuchar. Declarar la guerra es muy peligroso: se puede perder. Hay que dar por hecho que el enemigo es astuto. Lo que sí resulta difícil de entender es que alguien insista en dar batalla cuando una docena de sus samuráis anuncian que se pasan al bando enemigo.
Misteriosa es la mente de algunos humanos.