En Mayo del año pasado, leyendo una nota que replicaba parte de una carta escrita por Julian Assange, un párrafo en particular de la misma me interpeló directamente.
«Estoy indefenso y cuento con usted y con otras personas de buen carácter para que salven mi vida»
persisto porque mientras lo hago, siento que consigno un testimonio ético de lo que ocurre ahí y además confirmo la fidelidad con la persona que he sido hasta ahora.
A partir de ese día comencé a pedir diariamente, en mi perfil de Facebook, su libertad. Y cada día lo escribo, sin hacer copy/paste de mi publicación anterior. Lo hago pensando en él. Es por ahora lo único que puedo hacer para ayudarlo y ese gesto pretende forzarme a que esto no se convierta en algo vacío o una rutina social más. Comprendo bien que para algunos se verá raro, ridículo o absurdo en su invisibilidad, sé que puede parecerlo, no obstante, persisto porque mientras lo hago, siento que consigno un testimonio ético de lo que ocurre ahí y además confirmo la fidelidad con la persona que he sido hasta ahora.
Sobre Assange, (Fundador de WikiLeaks, periodista, programador, hacker, escritor, político) abundan las noticias e informaciones en los medios y redes sociales, donde cualquiera que lo desee puede saber quién es, qué hizo y en qué situación se encuentra ahora. Y, precisamente, por la defensa del flujo transparente de la información y por reivindicar el derecho a acceder a ésta, es que Julian se encuentra encarcelado en Londres, en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, en condiciones inhumanas de aislamiento, intentando zafar de la extradición a Estados Unidos.
Julian se metió con los secretos del poder y los convirtió en información libre para nosotros. Al hacerlo así, corroboramos lo que ya se sabía: no había armas químicas de destrucción masiva que justificaran una invasión a Irak por parte de los Estados Unidos. Dicho lo anterior, se concluye, entonces, que el gobierno de ese país llevó a morir a sus propios compatriotas en una guerra sustentada en mentiras. Supimos también -con horror- de las torturas a los prisioneros de guerra, por parte de los soldados estadounidenses. Conocidos ya el denominado Diario de Afganistán y los Registros de guerra de Irak, se desclasificaron además documentos sobre lo que sucede en Guantánamo. Y luego, tampoco fue menor conocer el llamado Cablegate, que se trataba de un intenso flujo de información, de todo tipo, proveniente de las distintas representaciones de Estados Unidos en los distintos países del mundo, a través de los cables diplomáticos, donde se llevaba al dedillo un registro variopinto, que abarcaba desde la salud de algunos presidentes, pasando por los conflictos políticos internos de cada nación, husmeando en la vida íntima de dirigentes locales y terminando en comentarios, con minucias bien poco elegantes, acerca de ciertos políticos.
Julian se metió con los secretos del poder y los convirtió en información libre para nosotros.
Conocidos ya el denominado Diario de Afganistán y los Registros de guerra de Irak, se desclasificaron además documentos sobre lo que sucede en Guantánamo.
Todo lo anterior fue un duro golpe a USA (pero ya sabemos que ellos son de rápida recuperación y poca vergüenza) y por tanto la persecución contra Julian Assange ha sido feroz ante el mundo y sin un mínimo de pudor.
Claramente existen países abusadores y matones, a los que hay que denunciar con fuerza, pero Estados Unidos califica en otra categoría: la del depredador serial.
Claramente existen países abusadores y matones, a los que hay que denunciar con fuerza, pero Estados Unidos califica en otra categoría: la del depredador serial.
Acá en Chile, ya conocimos en carne propia, y en su hora, la manera de accionar propia de ellos y en la que aplican todo su afán.
La pelea ahora es evitar la extradición que solicita Washington para Assange, ya que su vida -sin ninguna duda- corre peligro, si cae en la justicia de ese país. La consigna se sabe: «Voy por ti, por las buenas o por las malas»
Hace muchos años atrás, en plena dictadura, tuve un sueño breve, muy en el corte de la película Brazil, del director Terry Gilliam (yo aún no la conocía). En mi sueño el mundo entero vivía con sus afanes y quehaceres, tal como lo hacemos hoy, pero el paisaje había cambiado. Todos los lugares públicos y privados estaban intervenidos por grandes tubos metálicos que cumplían la función de ser soportes, a veces móviles, de una máquina, cuya cabina de control, gigantesca, se ubicaba a gran altura, y estos tubos pedestales provenían desde ese mismo lugar.
Hace muchos años atrás, en plena dictadura, tuve un sueño breve, muy en el corte de la película Brazil, del director Terry Gilliam (yo aún no la conocía).
Nosotros sabíamos que las decisiones de moverse eran tomadas allá arriba, pero nunca teníamos la posibilidad de ver a nadie. Ellos, entonces, movían los tubos, según sus necesidades y objetivos, aplastando a su paso cualquier cosa que estuviera en el camino: personas, casas, edificios, árboles, mi cama, lo que fuera. Éramos de una irrelevancia pasmosa para las gentes que decidían y, si te morías aplastado en uno de esos movimientos, no era un crimen, era parte de lo que te podía tocar vivir, nada más. Uno tenía que aprender a estar siempre alerta a cualquier indicio de movimiento y ponerse rápidamente a salvo para que no te pisara un fierro gigante y terminaras reventado como un insecto. A veces, creíamos escuchar ruido de risas y fiestas a lo lejos, en las alturas, pero no sabíamos si era una ilusión entre el chirrido de los engranajes, o de verdad había otra gente que vivía -allá arriba- una vida muy distinta a la nuestra.
Éramos de una irrelevancia pasmosa para las gentes que decidían y, si te morías aplastado en uno de esos movimientos, no era un crimen, era parte de lo que te podía tocar vivir, nada más.
A nadie le gustaba la situación, pero la mayoría estaba ya adaptada viviendo así, en la precariedad de la incerteza, y solo algunos se resistían, como podían, con actos más bien simbólicos o ataques que resultaban insignificantes, para el enjambre de tubos que nos rodeaba. Todo eso lo sabía yo, en mi sueño, e iba caminando apurada, cruzando calles, atenta a los tubos y con susto; me iba a juntar con mis amigos, que me esperaban en algún lugar de la ciudad e iba esquivando los movimientos de la máquina asesina, cuando ocurrían.
Todo eso lo sabía yo, en mi sueño, e iba caminando apurada, cruzando calles, atenta a los tubos y con susto; me iba a juntar con mis amigos, que me esperaban en algún lugar de la ciudad e iba esquivando los movimientos de la máquina asesina, cuando ocurrían.
Eso fue lo que soñé.
Mis amigos eran más o menos los mismos que los de mi vida no onírica.
Ahora, después de muchos años de ese sueño, pienso que entre esos amigos que me esperaban, fácilmente, podría haber estado Julian Assange.
Tal como lo veo yo, Julian trepó por los tubos y alcanzó suficiente altura como para ver quiénes eran los que conducían la máquina siniestra del Poder, y fotografió los rostros verdaderos de los que para alcanzar sus objetivos avanzaban con los tubos, indiferentes, mutilando personas, países, sueños.
Una fotografía, como un peñascazo, como alguien que se trepa al guanaco y corta el pistón, bailando. Basta una acción de insolencia y belleza, para armarse de ilusiones.
Una fotografía, como un peñascazo, como alguien que se trepa al guanaco y corta el pistón, bailando.
Me da lo mismo si es maleducado, se baña poco o es vanidoso; si alguien se atreve a hacer lo que él ha hecho, que es defender la libertad de expresión, proteger a sus fuentes y desnudar al poder, yo lo considero parte de mi grupo de amigos y obvio que no le fallaré. Aunque ese amigo no me conozca.
yo lo considero parte de mi grupo de amigos y obvio que no le fallaré. Aunque ese amigo no me conozca.