Curriculum vitae. Por Jorge Ragal

por La Nueva Mirada

Coloco una vieja fotografía con un sombrero negro

que luego me obligan a cambiar por una clásica de frente y perfil.

Anoto el día, el mes y el año exacto de mi nacimiento

que por extraña razón no coincide con el certificado de bautismo.

Escribo la dirección de mi hogar de la infancia.

Sostengo que no hice el servicio militar obligatorio.

Sobre mi estado civil incluyo una foto de mi amada en la playa

con una sencilla dedicatoria que alude a la belleza de una sirena.

Declaro que desde los 15 sufro de soplo al corazón

y que uso bastón cuando el camino se pone muy pedregoso.

Hago una completa relación de mis travesías por el viejo mundo.

Adjunto mi pasaporte con todos sus timbres y sellos

y un álbum con típicas imágenes ciudadanas.

Dejo de lado las que me puedan incriminar en una eventual trata de blancas.

Hago una orgullosa mención de mis hijos y de mis nietos.

Adjunto un falso diploma o más bien un título de ficción:

Experto en cartas de amor para corazones tristes”.

Incluyo un par de poemas para darle mayor consistencia.

Omito un ocasional trabajo de bailarín en una boite porteña.

Menciono que hablo diversos idiomas que ya no existen.

Coloco una medalla que me otorgaron de premio de consuelo

en un concurso de poesía en Isla Negra.

Adjunto una carta de referencia de mi mejor enemigo.

Y declaro que soy anarquista, pero de la corriente pacifista,

definición que a la gente normal le parece contradictoria.

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