Delirando en cuarentena. Por M. Cristina Wormull

por La Nueva Mirada

Una mañana más…un día más… igual al anterior, al de hoy y al de mañana

el pájaro se desampara en su vuelo
quiere olvidar las alas
subir de la nada al vacío donde será materia y se acuesta
como luz en el sol
es lo que no es todavía
igual al sueño del que viene y no sale
traza la curva del amor con muerte     va…
(Fragmento de El pájaro se desampara en su vuelo, Juan Gelman)

Esa mañana de domingo, como todas las mañanas desde que comenzó este largo viaje, surcando el turbulento mar de nuestro Caribdis moderno -ese horrible monstruo marino, hijo de Poseidón y Gea, que tragaba ingentes cantidades de agua tres veces al día y las devolvía otras tantas, adoptando  la forma de un remolino que devoraba todo lo que se ponía a su alcance- el virus asesino, de lunes a domingo, durante  la cuarentena,  primero voluntaria y ahora obligatoria, revisé las novedades ocurridas durante la noche para después buscar los hechos acontecidos en un día como hoy, pero en el transcurrir de la historia.

Obvié, como siempre, la mayoría de las batallas, ganadas o perdidas;  las bombas de hidrógeno arrojadas no solo en Hiroshima y Nagasaki, sino las innumerables detonaciones para experimentar con armas mejores y más letales tanto en el atolón Bikini como  en Nevada y en un sinnúmero de lugares a través del planeta;  y todas aquellas referencias a asesinatos seriales, nacimiento o muerte de actrices pornos y raperos,  futbolistas y dictadores que ya tuvieron su minuto de gloria y no merecen volver a tener vitrina.

Apenas terminé las efemérides del día, corrí a la cocina porque ya el hambre hacía sonar mis tripas y preparé mi habitual desayuno consistente en jugo de naranja, vaso de agua caliente, huevo a la copa y un café de grano cortado con leche no leche, que devoré rápidamente para trepar a la bicicleta estática y comenzar mis ejercicios diarios:  media hora de pedaleo, diez minutos de pectorales y brazos, para terminar con quince minutos de abdominales. Tremendo esfuerzo, pero si no lo hago, ya no solo habría subido un par de kilos, sino que mis músculos habrían desaparecido y dudo, que cuando nos desconfinen, pueda caminar más allá de una cuadra sin flaquear a cada paso.  Y el pelo chorreaba gotas de agua que caían sobre el parqué. Un charco empezó a formarse bajo mi cuerpo y pensé nadar un poco para complementar la actividad física tan escasa por estos días.  Nadé mariposa, aunque más pareció estilo perrito y el charco se hizo más grande, más profundo, oscuro misterioso, ejerciendo una extraña seducción sobre mi mente.

Si la vida no es más que una locura
lo que importan son los sueños y aún el delirio, la mentira piadosa
de las palabras en libertad arrojadas
al millar de los vientos nocturnos,
como en tu poesía: la oscuridad vidente:
palabras como brasas, balbuceos del fuego.
(Fragmento Elegía a Carlos de Rokha, Enrique Lihn)

Pensé que era extraño que en mi pieza se juntara tanta agua y de pronto percibí que el techo ya no era el cielo blanco que solía ser, sino que estaba curiosamente iluminado sobre un fondo negro, pero estrellado como allá en el desierto del norte donde los astros parecen estar al alcance de la mano y vuelven la noche día.

Un cometa cruzó ante mis ojos y me guiñó el suyo, al tiempo que una galaxia, gas, polvo y miles de millones de estrellas, quizás la Vía láctea donde se ubica nuestra Tierra y que, según la mitología griega tiene su origen en las gotas de leche derramadas en el universo por la diosa Hera mientras alimentaba al infante Hércules, sin fronteras ni masa, corría hacia mi casa y un agujero negro que empezó a cubrir gran parte de ese cielo aparentemente infinito, la acosaba y amenazaba.

En la vereda del frente, donde se instala la gente para esperar ingreso a la farmacia, aguardando por horas, todos volvieron la cabeza para mirar ese fenómeno que acontecía y resplandecía en mi pieza.

Fue evidente que observaron y fueron testigos de cómo me hundía en el agua sin salir a la superficie.

Fue evidente que observaron y fueron testigos de cómo me hundía en el agua sin salir a la superficie. Ellos no pudieron ver, porque el agua era profunda y oscura, cómo nadaba ya no estilo perrito, sino grácilmente como sirena ondulando mi cola de pez. Si pudieron visualizar, cómo, a la distancia, trepaba sobre el cometa coqueto que me tendió sus brazos y me sacó del planeta cabalgando sobre su cola hacia el universo ignoto, mientras mi mano se agitaba en un alegre saludo a los habitantes de la ciudad que aún aguardaban poder acceder a una farmacia.

La noche es un sencillo complot contra la muerte
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.

Versos de Habanera, Mario Benedetti

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3 comments

Carmen Tornero Silva julio 16, 2020 - 1:04 pm

Un hermoso vuelo magistralmente contado por Cristina. Pura magia.

Reply
Tamara julio 17, 2020 - 12:51 am

Lleno de magia … poema culto, entretenido y diferente .
Para el niño que todos y cada uno lleva adentro .
Hermoso y complejo en su sencillez .
Lleno de verdad y creatividad .
Lo amé.

Reply
Tamara julio 17, 2020 - 12:53 am

Lleno de magia … poema culto, entretenido y diferente .
Para el niño que todos y cada uno lleva dentro .
Hermoso y complejo en su sencillez .
Lleno de verdad y creatividad .
Lo amé.

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