Por Luis Breull
Hace ya casi cuatro años aposté a que Donald Trump ganaría la elección presidencial en Estados Unidos el 2016. Las carcajadas iniciales al cerrar trato con mis amigos terminaron en perplejidad, asombro y el posterior cobro de lo acordado; apuestas son apuestas…
Ya entonces el mundo comenzaba a dar muestras claras de un retorno de las ideologías de la primera mitad del siglo XX, pero desde lo peor de sí.
Ya entonces el mundo comenzaba a dar muestras claras de un retorno de las ideologías de la primera mitad del siglo XX, pero desde lo peor de sí.
Contradiscursos populistas desde una nueva aculturación globalizante, altamente mediática, temerosa, desconfiada, superficial y maniquea, que asiste a la deriva del sujeto ilustrado de la modernidad. Un individuo devenido monigote fanático, iletrado y volcado a buscar rápido cobijo ante la incertidumbre creciente de un mundo que diluyó sus relatos e instituciones que alguna vez dotaron de sentido sus vidas. Así, el agnosticismo creciente de los segmentos de mayor capital cultural comenzó a confrontarse con la emergencia de una nueva barbarie –como bien describió Alessandro Baricco en su libro Los Bárbaros– de discursos de fe salvífica en su más burda expresión y degradación del gusto.
Un individuo devenido monigote fanático, iletrado y volcado a buscar rápido cobijo ante la incertidumbre creciente de un mundo que diluyó sus relatos e instituciones que alguna vez dotaron de sentido sus vidas.
Nueva subjetividad para viejos credos
La mediatización acelerada y compulsiva de la vida contemporánea en todo ámbito ha permitido conocer casi al instante el surgimiento de las señales de esta nueva involución de la convivencia democrática a escala global.
Trump representa al republicano de mediana o baja formación cultural, ultranacionalista, xenófobo y racista, cual ciudadano consumidor desplazado, olvidado, maltratado e ignorado. Pero también encarna la contracara de la casta de millonarios que -como él- sienten que el mundo les pertenece: un narcisista triunfador altamente mediático. La promesa cumplida del éxito neoliberal, del relato del competidor individual, empoderado y que se cree capaz de ganar todas sus batallas.
Trump representa al republicano de mediana o baja formación cultural, ultranacionalista, xenófobo y racista, cual ciudadano consumidor desplazado, olvidado, maltratado e ignorado. .
Empresario de lenguaje y modos agresivos, rudos, toscos, desenfadados; directo e ignorante de los modos tradicionales de la política. Rostro también de una elite reafirmada en su desparpajo en la aldea global, donde la solidaridad no existe y la noción de sociedad del Estado de Bienestar no es más que el relato de un fracaso de las democracias europeas débiles de los últimos 70 años.
Empresario de lenguaje y modos agresivos, rudos, toscos, desenfadados; directo e ignorante de los modos tradicionales de la política.
Dentro de los márgenes del pensamiento político convencional era impensado que un conflictivo conductor del reality The Apprentice (doce temporadas en NBC) y millonario excéntrico fuese a llegar a la Casa Blanca para guiar los destinos de Estados Unidos. El mismo eje reflexivo que no previó la aprobación del Brexit o la ratificación de Boris Johnson como Primer Ministro en el Reino Unido. Ni este año la transformación del populismo de derecha en el cuarto grupo más fuerte del Parlamento Europeo. Un Continente con varios ejemplos de resurgimiento de discursos conservadores colindantes con el fascismo o el nazismo, como la persistencia y apoyo creciente de los Le Pen en Francia, o las victorias de Sebastian Kurz como Canciller Federal de Austria y Giuseppe Conte como Presidente del Consejo de Ministros de Italia, por nombrar solo a algunos.
Control social del miedo
Una de las características esenciales de la actual pandemia mundial radica en el relato del miedo al otro y a todo lo de afuera como potencial foco de contagio de una enfermedad que le ha costado la vida a más de 400 mil personas en todo el orbe, con más de siete millones de contagiados. Un encierro en los hogares –forzado o no- que está minando la sociabilidad tan rápido como los recursos económicos, Un nuevo modo de habitar el mundo necesitando los insumos que nos proveen los otros, pero evitando el contacto cotidiano con todo lo ajeno al hogar o lo desconocido.
Una de las características esenciales de la actual pandemia mundial radica en el relato del miedo al otro y a todo lo de afuera como potencial foco de contagio
Un espacio público que se redujo a su mínima expresión, donde líderes como Trump o el Presidente brasileño Jair Bolsonaro –evangélico, nacionalista y conservador- desafiaron las recomendaciones sanitarias de la Organización Mundial de la Salud, impulsando a sus habitantes a regresar a sus actividades normales (pretendiendo evitar el colapso de sus economías). Dos países que lideran el ranking de víctimas fatales por Covid-19 y que ven con dificultad el presente y futuro de sus mandatos.
Asistimos a un instante político altamente mediatizado, en donde el temor se está transformando también en un factor de control social
Asistimos a un instante político altamente mediatizado, en donde el temor se está transformando también en un factor de control social por parte de los gobiernos de turno, con aristas claras de una regresión autoritaria. Es así como desde hace tres meses asistimos diariamente en Chile a un ritual de cadenas o enlaces informativos oficiales para actualizar estadísticas de la pandemia y medidas paliativas, como franja oficial de media mañana. Un contexto de emergencia donde el estado de catástrofe y el toque de queda se anidaron en la vida cotidiana como parte de la “nueva normalidad”.
Un contexto de emergencia donde el estado de catástrofe y el toque de queda se anidaron en la vida cotidiana como parte de la “nueva normalidad”.
Una prueba de fuego para medir el grado de desarrollo humano consolidado en estas tres décadas de retorno a la democracia, que nos aleja de naciones como Nueva Zelanda o países del norte de Europa, donde el apoyo de los ciudadanos al respeto por las medidas preventivas llevó a controlar la pandemia e incluso darla por superada en el primer caso.
una cara de Chile que se apresta al incremento exponencial de los casos de contagios y muertes entre junio y julio (restando eficacia a las cuarentenas).
El hacinamiento, la miseria, la fragilidad de los sectores periféricos, sumado a su déficit civilizatorio, de stock culturales y de recursos económicos, ha develado una cara de Chile que se apresta al incremento exponencial de los casos de contagios y muertes entre junio y julio (restando eficacia a las cuarentenas). Un contexto donde el discurso oficial de las autoridades -exaltando la unidad nacional e inhibiendo la crítica como si se tratara de un atentado a la convivencia y la lealtad democráticas-, les está rindiendo frutos en recuperar casi dos tercios de los apoyos perdidos durante el estallido social de octubre del año pasado. El mismo que dejó casi en el olvido a los centenares de mutilados por balines y fallecidos, pero que está reactivando el malestar social como consecuencia de los centenares de miles de cesantes o familias que están viendo precarizado su presente y futuro.
El mismo que dejó casi en el olvido a los centenares de mutilados por balines y fallecidos, pero que está reactivando el malestar social como consecuencia de los centenares de miles de cesantes o familias que están viendo precarizado su presente y futuro.
El Chile que viene se jugará no en sus próximos ciclos electorales, sino precisamente en quien mejor transforme el miedo en un insumo político a su favor.