Desafíos mayores para el pretendido progreso del país. Por Fernando Ávila

por La Nueva Mirada

El desafío esencial para los sectores democráticos reside en formular cuanto antes un programa sólido y coherente que, respondiendo a las demandas más apremiantes de las mayorías, se haga cargo cabalmente de una estrategia de desarrollo del país, esto es un crecimiento sostenido, cualitativo y sustentable.

Parece necesario asumir que, pese a lo logrado, nuestra economía es aún demasiado vulnerable y avanzar tras esos objetivos no es cuestión que se logre en plazo breve y sin un esfuerzo persistente del conjunto de la sociedad.

De allí la urgencia de establecer una perspectiva de desarrollo, crecimiento y progreso material, que se traduzca en una estrategia ordenadora del rumbo a seguir. En ella fortalecer las capacidades productivas, ampliando el mercado interno exige coincidencia con el desafío  de crecimiento de los ingresos de los sectores más golpeados por la actual crisis.

De allí la urgencia de establecer una perspectiva de desarrollo, crecimiento y progreso material, que se traduzca en una estrategia ordenadora del rumbo a seguir.

En esa orientación las prioridades efectivas deben ser consistentes con los mayores esfuerzos en desarrollo de la infraestructura, energía, educación, capacitación laboral, innovación tecnológica y defensa del medio ambiente  en un contexto de seguridad ciudadana.

Las vacilaciones de conducción que afectan al país inciden en farrearnos la oportunidad de un progreso ineludiblemente asociado a la democratización pendiente y potencialmente en curso. Se podría sostener que Chile tiene acceso al 95% de los mercados mundiales, pero una cosa es acceder a ellos y otra posicionarse cabalmente. El desafío planteado exige de un renovado concierto ciudadano que involucre al estado, las empresas y los trabajadores, para alcanzar mayores grados de competitividad, consolidar los progresos para abrir nuevos mercados y alternativas para nuestros productos. 

Las vacilaciones de conducción que afectan al país inciden en farrearnos la oportunidad de un progreso ineludiblemente asociado a la democratización pendiente y potencialmente en curso.

Así una política más equitativa en la distribución de los ingresos se funda en la necesidad de avanzar hacia un desarrollo más armonioso de nuestra sociedad, condición indispensable para que el país y sus empresas sean más competitivas en el orden internacional.

Así una política más equitativa en la distribución de los ingresos se funda en la necesidad de avanzar hacia un desarrollo más armonioso de nuestra sociedad, condición indispensable para que el país y sus empresas sean más competitivas en el orden internacional.

En el marco de esos desafíos mayores, los actuales altos grados de “flexibilidad laboral”, cuyo único objeto es abaratar el costo de la mano de obra, constituye una amenaza a las potencialidades competitivas del país. En el mismo sentido el perfeccionamiento de la legislación laboral, la mayor capacidad de negociación sindical y una eficiente fiscalización resaltan las exigencias de un desafío ambicioso.

De persistir altos grados de desconfianzas y de tensiones las empresas chilenas se harán menos eficientes, lesionarán su productividad y calidad, afectando negativamente las potencialidades competitivas del país.    

No es menor subrayar que la competitividad de las empresas debe descansar en una creciente estabilidad social, ciertamente asociada a un nuevo escenario político y democrático.

No es menor subrayar que la competitividad de las empresas debe descansar en una creciente estabilidad social, ciertamente asociada a un nuevo escenario político y democrático.

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