Domenico Gargiulo. Pintor de pestes y multitudes. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

Llamado también Micco Spadaro por el trabajo de su padre, un cotizado fabricante de espadas, Domenico Gargiulo (1609 -1675) fue un pintor barroco que se especializó en captar lo que sucedió en Nápoles, su ciudad natal con la irrupción de las multitudes. “La erupción de Vesuvio” (1631) o “La revuelta de Massinello” (1647) son algunas sus obras que muestran estos destacados ejemplos pictóricos. Signo de los tiempos, muchos de los cuadros de Gargiulo muestran gran cantidad de gente, detalladas muchedumbres que se defienden, luchan y soportan sus intereses. Las escenas son descritas con lujo de detalles, cada una de las personas muestra su individualidad con gestos precisos, movimientos bien marcados. Siguiendo este mismo patrón, Gargiulo pintó “Plaza del Mercado de Nápoles durante la peste de 1656”. Realizada un año después de la peste, la obra muestra los cadáveres y víctimas de la enfermedad, la gente que acarrea y amontona los cuerpos sin vida en medio de la plaza. El impacto es feroz, no hay ataúdes, no hay nada, solo cuerpos inertes que yacen desarmados y desordenados en el suelo. Se acumulan en medio de un clima de caos horroroso.

En el cuadro, que se encuentra en el Museo de San Martino de Nápoles, predominan los tonos rojos y amarillos, todo bajo un cielo celeste que parece digno de un día de fiesta. Pero no. La muerte se encuentra de manera plena en la Plaza del Mercado, la gente sufre y se desespera por los muertos que se amontonan. Los que ayudan a los enfermos se tapan la boca y la nariz para no contagiarse. La precariedad es extrema. Sin embargo, no todo está perdido, en el cielo azul bajo un aura dorada, en medio de las nubes, se encuentran las divinidades, figuras celestiales y sagradas que junto a querubines flotan y se mecen en el cielo del cuadro. Ellos representan la salvación en medio de la pandemia. La luz, la salida. Son los encargados de interceder para que la peste termine con su cruel afán de perdición y desastre.

Ellos representan la salvación en medio de la pandemia. La luz, la salida. Son los encargados de interceder para que la peste termine con su cruel afán de perdición y desastre.

Gargiulo se formó en el taller del pintor de batallas Aniello Falcone, pintó también motivos religiosos en la Cartuja de San Martino. Sus cuadros se encuentran en distintas partes del mundo y demuestran su innata habilidad para retratar el mundo que lo rodeaba. Cuando hacía cuadros de batallas, inmortalizaba a los soldados en todas sus posiciones y actitudes, lo que lo ayudó posteriormente a crear sus obras de gente en masa, plenas de individuos de todos los tipos y tamaños. Era tan hábil en esta área que se juntó con un pintor de Bérgamo, Viviano Codazzi, con el que formó una alianza.  Codazzi pintaba los fondos de los cuadros, los escenarios y perspectivas, mientras que Gargiulo se encargaba de las figuras humanas que interactuaban en el lugar. Distintas obras en Europa cuentan con la colaboración mutua de estos talentosos artistas. Sin embargo, expertos han determinado que el cuadro “Plaza del Mercado de Nápoles durante la peste de 1656”, fue hecho íntegramente por Gargiulo.

La epidemia retratada por Giargiulo en la Plaza del Mercado terminó, en ese entonces, con la vida del 50 por ciento de la población de Nápoles. Es de esperar que el coronavirus no avance de manera tan brutal por el mundo con sus garras depredadoras e insaciables. El pincel de Spadaro, hábil con el relato de sus tiempos, supo comunicar, de muy buena forma, el dolor y el sufrimiento de las personas hace cientos de años. Sus vivencias siguen más actuales que nunca, presentes en su obra y en museos de todo el orbe.  Con la obra de Gargiulo queda demostrado, a lo largo de la historia, que la peste, venga de donde venga, no distingue entre buenos y malos. Agarra a las muchedumbres, las ventila, molesta, destroza y aniquila, sin distinción de nada.

Con la obra de Gargiulo queda demostrado, a lo largo de la historia, que la peste, venga de donde venga, no distingue entre buenos y malos. Agarra a las muchedumbres, las ventila, molesta, destroza y aniquila, sin distinción de nada.

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