El espía perfecto era un agente cubano. Por John Dinges.

por La Nueva Mirada

“Code Name Blue Wren” (Nombre en Clave Chochín Azul) es la asombrosa historia de Ana Montes, espía infiltrada en la agencia de inteligencia militar de Estados Unidos, contada por un veterano reportero de investigación.

Ana Belén Montes, la espía cubana más eficaz y dañina que se conoce haya penetrado en la inteligencia estadounidense, fue un combatiente importante en la larga y sucia guerra entre Estados Unidos y su vecino comunista. El 6 de enero, tras cumplir algo más de 21 años de una condena de 25 por espionaje, fue liberada de una prisión de máxima seguridad, echando quizás el telón al mortífero esfuerzo clandestino de los exiliados cubanos y sus aliados estadounidenses por revertir la revolución liderada por Fidel Castro.

En el momento de su arresto en 2001, Montes había sido una espía infiltrada dentro de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) durante 17 años, entregando  secretos de Estados Unidos a Cuba durante las guerras civiles en América Central, donde Cuba y el ejército de Estados Unidos apoyaron a bandos opuestos en los conflictos de Nicaragua y El Salvador. Incluso cuando la Guerra Fría terminó con la disolución de la Unión Soviética y su suministro vital de ayuda económica y militar al régimen de Castro, Montes ascendía en rango e importancia en la DIA. Se convirtió en la principal analista de la agencia encargada de procesar la inteligencia estadounidense sobre la isla, ganándose el sobrenombre de «Reina de Cuba«, tanto por su incomparable experiencia como por sus imperiosos modales.

Ha habido peores fisuras en la seguridad nacional de Estados Unidos, en particular Aldrich Ames y Robert Hanssen, cuyo espionaje para los soviéticos dentro de la CIA y el FBI provocó la muerte y el encarcelamiento de un buen número de fuentes rusas de la CIA. Pero el espionaje de Montes indudablemente asestó golpes devastadores a las operaciones de inteligencia y vigilancia humana de Estados Unidos dentro de Cuba, especialmente durante la década de 1990, cuando los exiliados cubanos radicados en Miami estaban lanzando lo que pudo haber sido su último esfuerzo concertado para derrocar a Castro. La información facilitada por Montes destapó la tapadera de al menos cuatro agentes estadounidenses que operaban dentro de Cuba, según las evaluaciones de daños realizadas tras su detención.

Jim Popkin, periodista de investigación y ex productor senior de NBC News, cuenta la historia de Ana Montes y de los agentes de contrainteligencia de la Agencia de Seguridad Nacional, la DIA y el FBI que finalmente la atraparon en su cautivante y sólido libro, Code Name Blue Wren, publicado sólo unos días antes de que Montes fuera liberada este mes. Los casos de espionaje son notoriamente difíciles de escribir, especialmente los que implican a espías que trabajan para adversarios de Estados Unidos. La existencia de un infiltrado dentro de una importante agencia de inteligencia es, por definición, un fallo atroz, y esas instituciones rara vez están dispuestas a compartir los detalles de una debacle de la magnitud de la penetración de Montes en la DIA.

Como principal analista de Cuba en su trabajo diario en la agencia, Montes redactó informes en los que abogaba por una política estadounidense más blanda hacia el régimen. Popkin, citando sus fuentes, califica sus recomendaciones de «desinformación«, pero -quizás irónicamente- su análisis de la deteriorada capacidad militar de Cuba y su conclusión de que Cuba ya no representaba una amenaza significativa para la seguridad nacional de Estados Unidos la situaron a Montes en una compañía respetable. Conclusiones similares se convertirían en la corriente dominante en los círculos políticos y conducirían al acercamiento final con Cuba y la reanudación de las relaciones diplomáticas por parte de la administración Obama en 2015.

Popkin parece haber entrevistado a todos los principales actores implicados en la operación de contraespionaje de varios años que -finalmente- condujo a su detención en los días posteriores al atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001. (La decisión de actuar contra ella se aceleró cuando los investigadores del FBI se enteraron de que Montes había sido ascendida y se le había asignado un papel importante en el equipo de la DIA que planificaba y seleccionaba objetivos para la guerra de Estados Unidos contra Al Qaeda y los talibanes en Afganistán).

Montes era una «creyente verdadera«, por utilizar el término empleado por uno de los agentes de contrainteligencia que la capturaron, lo que la diferencia de los espías estadounidenses más conocidos que traicionaron a su patria sobre todo por dinero. Sus padres procedían de familias modestas de Puerto Rico, y Ana comenzó el proceso de radicalización en 1977 durante un viaje a España, donde su novio era un joven izquierdista que había vivido los peores años de la guerra sucia en Argentina, escribe Popkin.

Ana, una dotada académica que estudiaba en la prestigiosa Escuela de Estudios Internacionales Avanzados SAIS de la Universidad Johns Hopkins de Washington, se opuso al patrocinio de la administración Reagan a los combatientes de la Contra que pretendían derrocar al gobierno izquierdista sandinista de Nicaragua. Un compañero de clase puertorriqueño -que también resultó ser un agente cubano- la animó a indignarse sobre Nicaragua y la llevó a reunirse con un «amigo» en la misión cubana de la ONU en Nueva York. Allí se formalizó su reclutamiento para trabajar con el servicio de inteligencia del régimen, en principio con la única idea de apoyar la causa nicaragüense. Pronto Montes organizó un viaje a Cuba para entrenarse en su nuevo oficio. Popkin menciona que, según las pruebas recogidas tras su detención, Cuba ayudó a Montes a pagar préstamos estudiantiles y a comprar un ordenador portátil, pero por lo demás no le pagó por espiar.

Una de las historias más fascinantes del libro es la de una mujer cubano- americana de la secreta Agencia de Seguridad Nacional que reunió detalles sobre el espía no identificado (que resultó ser Montes) descifrando mensajes de radio cubanos. Por ejemplo, los mensajes revelaban que el presunto espía había visitado la base militar estadounidense de Guantánamo en una fecha determinada, que había comprado un ordenador portátil Toshiba y que Cuba había pagado el préstamo universitario del agente.

La funcionaria de la NSA, a la que se dio el seudónimo de Elena Valdez, persiguió tenazmente al espía durante tres años, lo que llevó a la identificación de la DIA como la agencia infiltrada y a la detención de Montes el 21 de septiembre de 2001. Primero informó al FBI, que es la principal agencia estadounidense encargada de la contrainteligencia. Al cabo de dos años, convencida de que el FBI no llegaba a ninguna parte, Elena se salió del procedimiento establecido y, en esencia, actuó a espaldas del FBI. Consiguió una invitación para visitar la sede de la DIA y allí presentó su paquete de mensajes descifrados en una reunión segura con Chris Simmons, funcionario de contraespionaje de la DIA, que mostró el tipo de entusiasmo investigador que ella sentía faltaba en el FBI.

Simmons no tardó en descubrir una pista que daría vuelta a la investigación. Uno de los mensajes decía que el espía no identificado tenía acceso a algo llamado «safe» como parte de su trabajo en la agencia estadounidense no identificada. «Hostia puta«, dijo Simmons. «SAFE» era el acrónimo de la base de datos clasificada de la DIA de informes de analistas y materiales de investigación compartidos con la CIA y otras agencias de inteligencia. La pista significaba que el espía tenía que estar trabajando en la propia DIA.

«Habéis estado buscando en el lugar equivocado», exclamó. «Esa persona tiene que estar en este edificio«.

El descubrimiento revitalizó la investigación oficial del FBI. La búsqueda se redujo ahora al personal de la DIA, Ana Montes fue identificada a partir de las demás pistas, y dentro de un año puesta bajo vigilancia y detenida.

Inexplicablemente, Popkin omite a un actor clave en este drama de espías contra espías. Mientras Montes espiaba dentro de la DIA para Cuba, la CIA también tenía un espía dentro del propio aparato de inteligencia cubano.

Rolando Sarraff Trujillo era un especialista en criptología en la DGI, la dirección de inteligencia cubana, y conocía los códigos que Cuba utilizaba para comunicarse con sus espías en Estados Unidos. Había sido reclutado para trabajar para la CIA en algún momento de la década de 1990 y permaneció en su puesto, proporcionando la información de cifrado que permitió a la CIA y a la NSA descifrar el código de los mensajes de onda corta interceptados. Fueron sus códigos los que permitieron a Elena de la NSA leer las comunicaciones de Ana Montes con sus manipuladores cubanos. Sarraff fue capturado por los contraespías de la DGI cubana y encarcelado en 1995.

 La omisión en el libro de Popkin es curiosa, porque apunta al contexto más amplio de cómo las décadas de hostilidad entre Cuba y Estados Unidos dieron paso finalmente en 2014 a lo que equivalió a un alto el fuego. La administración Obama negoció una renovación de las relaciones diplomáticas, permitió a los exiliados cubanos enviar dinero a sus familiares en la isla y relajó las restricciones de viaje. La tregua tras medio siglo de hostilidad dejó en pie el embargo económico, pero introdujo un interludio (aunque breve) de relaciones casi amistosas, durante el cual cientos de miles de académicos estadounidenses y turistas curiosos acudieron en masa a Cuba, antes de que Donald Trump cancelara la distensión.

Como parte de la mejora de las relaciones, el Presidente Obama negoció un intercambio de espías.  Un contratista del gobierno estadounidense, Alan Gross, que había sido detenido en Cuba en 2009 por introducir de contrabando en el país equipos de comunicaciones de grado militar, languidecía en prisión con una salud delicada. Washington siempre había negado las acusaciones de Cuba de que Gross fuera un espía, pero vio una oportunidad para liberar tanto a él como a Sarraff.  Estados Unidos tenía detenidos a tres hombres que habían sido arrestados en 1998 como parte de la llamada Red Avispa, un grupo de cubanos que espiaban a grupos militantes anticastristas en Florida.

Para desbloquear la situación, Cuba accedió a liberar a Gross por «motivos humanitarios» y a canjear a Sarraff por los tres espías Avispa retenidos por Estados Unidos. Al anunciar el canje, el presidente Obama, refiriéndose oblicuamente a Sarraff, dijo que el espía liberado era «uno de los agentes de inteligencia más importantes que Estados Unidos ha tenido en Cuba«. Más relevante para el extraño lapsus en la historia de Popkin, los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos emitieron una declaración diciendo que la información del espía intercambiado había llevado a la detección y condena de espías cubanos que trabajaban en Estados Unidos, no sólo los miembros de la Red Avispa sino también Ana Montes. El editor de Spytalk, Jeff Stein, que escribía para Newsweek en aquel momento, fue uno de los varios reporteros que confirmaron la identidad de Sarraff y el vínculo entre su trabajo de criptografía para la CIA y la detención de Ana Montes.

Aparte de eso, Popkin ha elaborado un excelente reportaje sobre un intrincado caso de espionaje y contra espionaje que en gran medida ha pasado desapercibido. Mi única objeción es que apenas hace un guiño a la sórdida historia del conflicto entre Estados Unidos y Cuba, marcada por la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, patrocinada por Estados Unidos, el despliegue secreto de misiles nucleares en Cuba por parte de la Unión Soviética en 1962, que llevó al mundo al borde de la guerra, y docenas de complots estadounidenses para asesinar a Castro en la década de 1960. Tal vez reflejando las actitudes de sus fuentes de línea dura, Popkin expresa repugnancia no sólo por la traición de Montes a su país sino también por sus amigos izquierdistas, en particular un destacado profesor del SAIS a quien desprecia sin gracia como apologista de Cuba.

Descuidando esa historia, el autor es incapaz de hacer justicia a la notable evolución de las relaciones de Estados Unidos con Cuba, durante y después del tiempo en que Ana Montes estuvo activa, culminando en el Pax Obama con el gobierno de Cuba. El retrato de Popkin sigue anclado en los tropos anticomunistas de hace muchas décadas, cuando Cuba y su aliado soviético sí representaban un peligro claro y presente, desde luego desde el punto de vista de Estados Unidos. Lo admito: la mía es quizá la queja de un latinoamericanista, que se aferra al marco más amplio de la historia del espionaje, más que al libro que Popkin escribió en realidad. 

Dicho esto, Code Name Blue Wren de Popkin es sin duda el relato más completo de esta fascinante saga de espías y la historia de una mujer a veces brillante y siempre moralmente complicada que decidió espiar contra su país. Montes ha dicho que sus actividades de espionaje fueron «moralmente incorrectas» pero que «obedeció [a su] conciencia antes que a la ley«.

Tras su puesta en libertad, Montes regresó a Puerto Rico, donde dijo que pretendía llevar una vida tranquila e intentar ganarse la vida de nuevo. Tras decir que no haría más declaraciones públicas, dirigió un impenitente disparo final a la política estadounidense hacia Cuba, preguntando: «¿Quién en los últimos 60 años ha preguntado alguna vez al pueblo cubano si quería que Estados Unidos le impusiera un embargo asfixiante para hacerle sufrir

Publicado en SpyTalk, el 13 de enero de 2023,

John Dinges fue jefe de redacción de National Public Radio y corresponsal especial del Washington Post en Chile y América Central. Fue profesor titular de periodismo internacional de Columbia University. Es autor de tres libros ampliamente elogiados sobre América Latina, entre ellos, más recientemente, Los años del Cóndor: Cómo Pinochet y sus aliados llevaron el terrorismo a tres continentes.

Code Name Blue Wren: The True Story of America’s Most Dangerous Female Spy and the Sister She Betrayed (Hanover Square Press 2023), 351 páginas.

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1 comment

Eduardo Contreras abril 25, 2023 - 1:52 am

Muy interesante y oportuno

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