El feminismo nuestro de cada día. Por Mónica Silva-Monge

por La Nueva Mirada

Es necesario y urgente cambiar la dinámica del poder en los hogares, escuelas, hospitales, lugares de trabajo, y en cualquier grupo encerrado, como conventos y seminarios, y semicerrados, como aulas y partidos políticos. Esto, porque la desigualdad es la morada perfecta de la violencia en todas sus formas.


Muchas mujeres de la Edad Media o antes, murieron sin saber que pasarían a la historia como feministas. Es el caso de la abadesa alemana Hildegarda de Bingen, del lejano siglo XII, que escribió sobre la liberación de la sexualidad femenina, o la francesa Cristina de Pizán, del siglo XIV y su Ciudad de las Damas, además de otras. Recordemos también a la heroína Olympia de Gouges, que luchó en el siglo XVIII por la Revolución Francesa y que, al pedir que la Declaración de Derechos del Hombre incluyera la palabra ‘mujer’, fue traicionada por sus compañeros; finalmente sus deseos de igualdad murieron junto a ella en la guillotina. Recientes investigaciones han demostrado que algunas profesiones medievales que se creían exclusivamente masculinas, como la iluminación y copia de manuscritos, las realizaban también mujeres. Nadie lo decía. Ellas fueron cruciales en la transmisión de la cultura tal y como hoy la conocemos[1].

Quienes investigan la sociedad humana, sus tribus y manadas, concuerdan en señalar como antecedente concreto del ‘8 de marzo’, la marcha de mujeres de 1908 en Nueva York, cuando unas 15.000 trabajadoras demandaron menos horas laborales, mejores salarios y el derecho a voto. Que las recordemos en estas fechas es de toda justicia, puesto que desde sus distintas épocas y continentes se rebelaron contra la condición de inferioridad atribuida a las mujeres y su sometimiento a los hombres y lo masculino.

Hombres a favor de las mujeres

No les gustaba lavar los platos ni pasar el plumero, pero ha habido hombres por la igualdad de derechos y contra la injusta sumisión de las mujeres al macho empoderado. Stuart Mill, escritor estadounidense a quien aquí presentaremos como el esposo de la filósofa Harriet Taylor (Mill, al casarse con él) era uno de ellos. Este notable ejemplar masculino fue capaz de observar que es común entre los hombres la “autolatría”, explicando que “cuanto más se desciende en la escala social de la humanidad es más frecuente este fenómeno, sobre todo entre aquellos que no pueden elevarse sino por encima de una desgraciada mujer y unos débiles niños”.

Y volviendo a nuestros días, evoquemos a Pierre Bourdieu, para quien este orden social de desigualdad y violencia está tan “profundamente arraigado que no requiere justificación: se impone a sí mismo como autoevidente, y es tomado como natural gracias al acuerdo ‘casi perfecto e inmediato’ que obtiene”.

“La mujer es la proletaria del proletariado […] y hasta el más oprimido de los hombres quiere oprimir a otro ser: su mujer”, nos dijo la filósofa franco-peruana Flora Tristán. Les hace una recomendación a los obreros: “Tratad de comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios” [2].

Mujeres en el mundo Covid

Que las mujeres han perdido sus trabajos merced a la pandemia, es un hecho. Su recuperación ha privilegiado a los varones, aun con el sabido aumento de mujeres que mantienen solas a sus familias.

La violencia, por otra parte, no abandona los hogares biparentales; al revés, la Covid-19 la ha amplificado a causa del encierro forzado, permanente y sin salida, de mujeres con hombres agresores que también castigan a hijas e hijos. Lamentablemente, el abuso sexual se ha sumado a la violencia del confinamiento. Por no hablar de que en la mayoría de los casos ha sido la mujer la que abandona el teletrabajo para ver por qué pelean los niños.

En Chile muchos hombres se han sentido violentados por verse obligados a pagar pensiones de alimentos adeudadas, y algunos hasta han amenazado de muerte a las madres que las han solicitado. Mientras, en Palestina, la paralización de los tribunales por causas sanitarias dejó a muchas mujeres sin un respaldo legal para ver a sus hijas e hijos, y sin las debidas pensiones.

Aprovechando la Convención…

Es la hora de hacer prevalecer los valores para el progreso y mejora de la calidad de vida, por sobre los valores retrógrados, que solo cercenan los proyectos de vida de niñas y jóvenes. Las creencias religiosas deben estar separadas de las leyes y políticas públicas, puesto que los afectados por ellas pueden ser musulmanes, cristianos, budistas o ateos, como también quienes las elaboran y aquellos que las aplican.

Es necesario y urgente cambiar la dinámica del poder en los hogares, escuelas, hospitales, lugares de trabajo, y en cualquier grupo encerrado, como conventos y seminarios, y semicerrados, como aulas y partidos políticos. Esto, porque la desigualdad es la morada perfecta de la violencia en todas sus formas.

La eliminación de la violencia requiere una respuesta holística que aborde sus causas esenciales: la marginación de las mujeres del campo de las oportunidades, la inseguridad en lo público y privado, instituciones y poderes públicos en manos de la hegemonía ideológica patriarcal.

En tiempos convencionales, y a propósito de siglos de lucha por la vida digna y la igualdad de derechos de las mujeres, pensemos en ello para una Nueva Constitución. Y en la calle… Bueno, podríamos gritar por la libertad de las presas políticas.


[1] McLaughlin, Megan (1995): “On Feminism and Medievalism: Musings from a Prone Position”, Medieval Feminist Newsletter, 19, pp. 21-23.

[2] En su libro Unión Obrera, publicado en 1843 un año antes de su muerte,enLima.

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2 comments

Marcia marzo 5, 2021 - 2:11 am

Una mirada en el tiempo, nos hace reflexionar cual largo es aún el camino, para lograr la igualdad entre hombres y mujeres.

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Alvaro marzo 7, 2021 - 9:23 pm

excelente artículo . muestra una verdad que a muchos les incomoda, complementando con fuentes precisas que dan peso al argumento.

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