Donald Trump, nieto de inmigrantes alemanes, es un racista (además de xenófobo, misógino, acosador, proteccionista y harto más), tal como lo certifican los periodistas David Leonhartdt e Ian Prasad en un documentado artículo publicado recientemente por The New York Times.
Allí recuerdan sus reiteradas declaraciones en contra de las minorías étnicas y los inmigrantes desde sus tiempos de inescrupuloso y osado empresario. Lo agudizó como candidato, sosteniendo que el Presidente Obama no había nacido en EE.UU. y que los mexicanos que buscaban acogida en su país eran todos violadores o delincuentes. Y ciertamente como Presidente, intentando prohibir la entrada al país de musulmanes, denostando a los países centro americanos (describiéndolos como “países de mierda”) y, recientemente provocando a cuatro congresistas demócratas de origen hispano, africano y árabe, aconsejándoles “regresar a los lugares totalmente destruidos o infestados de delitos de los que vinieron”.
intentando prohibir la entrada al país de musulmanes, denostando a los países centro americanos (describiéndolos como “países de mierda”) y, recientemente provocando a cuatro congresistas demócratas de origen hispano, africano y árabe, aconsejándoles “regresar a los lugares totalmente destruidos o infestados de delitos de los que vinieron”.
Amigo de los supremacistas blancos, a los que califica de “buena gente” y del ex líder de Ku klux klan, David Duque, Trump ha protagonizado una verdadera cruzada para construir un muro en la frontera mejicana, pretendiendo imponer que, al igual de lo que hoy sucede con Canadá, las personas que busquen emigrar a los Estados Unidos, soliciten visa en México, como un “país seguro”, exigiéndole medidas más duras para contener la inmigración, especialmente de centro americanos que se agolpan en la frontera, en busca de “la tierra no prometida”.
Trump ha asegurado que no tiene “un hueso” de racista. El problema es que el racismo no está en los huesos sino que en el alma y el controvertido mandatario norteamericano posee no tan sólo un largo prontuario sino también una consistente política racista y xenófoba.
Trump ha asegurado que no tiene “un hueso” de racista. El problema es que el racismo no está en los huesos sino que en el alma
Los réditos electorales del racismo y el combate a la inmigración
Pero Donald Trump es apenas el racista con mayor poder en su país. Un país marcada por una larga historia de segregación, persecución a sus minorías étnicas y de creciente rechazo a la inmigración. Pese a ser un país de inmigrantes, como la propia familia Trump. Y haber elegido a un Presidente afro descendiente como Obama. En estricto rigor, es un racismo en contra de la gente de color (sean negros, amarillos o marrones). No así arios, anglosajones o escandinavos. En definitiva, blancos.
La presencia de cerca de un millón de inmigrantes en la frontera, principalmente salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, que buscan ingresar a los Estados Unidos es un argumento que parece jugar a favor de Trump y su política represiva.
La presencia de cerca de un millón de inmigrantes en la frontera, principalmente salvadoreños, hondureños y guatemaltecos, que buscan ingresar a los Estados Unidos es un argumento que parece jugar a favor de Trump y su política represiva. Ciertamente aquella crisis hace parte de los masivos fenómenos migratorios que se registran en todo el mundo, incluida nuestra frontera norte. Sólo pueden enfrentarse de manera colaborativa, con criterios humanitarios y eficaces políticas de cooperación que busquen atenuar sus efectos más dramáticos. Algo que no se ha logrado hasta ahora en ninguna región del mundo.
A ello se suma que el racismo y el creciente rechazo a la inmigración, tiene réditos electorales en amplios sectores de la población, especialmente en capas medias empobrecidas, que temen (sin fundamentos ciertos) que los que llegan les quiten sus fuentes de trabajo e incrementen la criminalidad. Tal como sostuviera Donald Trump en su anterior campaña presidencial con singulares resultados, al punto que no es desdeñable el número de afro descendientes o minorías étnicas que votaron por él, además de clases medias desfavorecidas, con escasa educación, precario acceso a la cultura y más que sensibles a su feroz y mentirosa ofensiva mediática
Tal como sostuviera Donald Trump en su anterior campaña presidencial con singulares resultados, al punto que no es desdeñable el número de afro descendientes o minorías étnicas que votaron por él, además de clases medias desfavorecidas, con escasa educación, precario acceso a la cultura y más que sensibles a su feroz y mentirosa ofensiva mediática
Una campaña presidencial extraordinariamente polarizada
Con toda seguridad Donald Trump recurrirá nuevamente a este recurso de la supremacía blanca y el temor a los inmigrantes en su campaña por la reelección, en donde, al decir de las encuestas, parte en desventaja (según algunas encuetas recientes Trump perdería frente a prácticamente todos los aspirantes (as) demócratas con mayores posibilidades de alzarse con la nominación de su partido). Joe Biden, que encabeza las preferencias en el campo demócrata, se impondría con unos diez puntos de diferencia, en tanto que Bernie Sanders, segundo en las encuestas, lo haría por ocho puntos.
Es aún temprano para prestarle fe a las encuestas u otorgarles valor predictivo respecto de una carrera presidencial que aún no parte y cuando ni siquiera se realizan las primarias que deberán definir las incógnitas en el Partido Demócrata (los republicanos parecen resignados a apoyar nuevamente a Trump).
Es aún temprano para prestarle fe a las encuestas u otorgarles valor predictivo respecto de una carrera presidencial que aún no parte y cuando ni siquiera se realizan las primarias que deberán definir las incógnitas en el Partido Demócrata (los republicanos parecen resignados a apoyar nuevamente a Trump).
Lo que sí resulta evidente es que la campaña estará nuevamente marcada por una fuerte polarización en torno a la figura de Donald Trump y su controvertida política interna e internacional. No tan sólo respecto del tema de la inmigración sino también la guerra comercial que mantiene con China, el creciente abandono del multilateralismo, sus amenazas a Irán, sus hasta ahora infructuosos esfuerzos por buscar un acuerdo con Corea del Norte, su tensa relación con el mundo árabe y su menosprecio por América latina.
No tan sólo respecto del tema de la inmigración sino también la guerra comercial que mantiene con China, el creciente abandono del multilateralismo, sus amenazas a Irán, sus hasta ahora infructuosos esfuerzos por buscar un acuerdo con Corea del Norte, su tensa relación con el mundo árabe y su menosprecio por América latina.
Y tan importante como lo anterior, el tema de su política económica marcada por el proteccionismo, que le ha permitido mantener un ritmo de crecimiento sostenido, a pesar de la sustentable duda respecto del futuro de una política económica artificialmente recalentada, que busca poner el interés de su industria local por sobre los esfuerzos de cooperación y libre comercio. Sumadas al incierto resultado del intento de imponer nuevas condiciones comerciales no tan sólo a China, que disputa la hegemonía levantando las banderas del libre comercio, sino también a sus propios aliados y vecinos del norte y del sur.
Los efectos de esas políticas proteccionistas y de menosprecio al cambio climático y protección del medio ambiente, han afectado no tan sólo a China y los países desarrollados, sino también han golpeado con fuerza a las economías emergentes, incluyendo América latina.
No son pocos los países donde mayoritariamente se asume que la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos ha constituido una desgracia para el mundo y la cercana realidad. Un sentimiento que comparten millones de norteamericanos que rechazan el racismo, las políticas proteccionistas, el creciente aislamiento internacional, la despreocupación por el medio ambiente, así como la rudeza del mandatario para enfrentar a sus adversarios tanto en el plano interno como internacional, incluyendo a sus propios aliados.
No son pocos los países donde mayoritariamente se asume que la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos ha constituido una desgracia para el mundo y la cercana realidad.
Los mismos que ven con preocupación la próxima elección presidencial en donde Trump busca ser reelecto. Son pocos los mandatarios norteamericanos que no han logrado su reelección tras un primer mandato (Jimmy Carter entre ellos). Donald Trump ha logrado hacerse del control del Partido Republicano tras vencer sus resistencias iníciales, logrando un éxito parcial en la elecciones de mitad de mandato (pese a haber perdido la mayoría en la Cámara de representantes).
Ciertamente Trump no tiene contendor alguno que le dispute la nominación en su partido. Mantiene el poder y su capacidad de allegar recursos a su próxima campaña es muy grande. Su primera tarea es fidelizar el voto duro no tan sólo de los republicanos sino también de la mayoría de sus electores que se identifican con el conservadurismo duro y el racismo que le caracteriza.
Luego debe intentar atraer más que una mayoría ciudadana (que no alcanzó en su primera elección), a una mayoría de delegados o representantes de los Estados que finalmente eligen al Presidente, tal como sucediera en la anterior elección.
Ello contrasta con la dura contienda que se observa en el Partido Demócrata por la nominación, con múltiples aspirantes (as) que protagonizan una ardua disputa que tiene como principales contendientes a Joe Biden (ex vicepresidente de Obama) y al socialista Bernie Sanders, además de otras figuras emergentes, que bien puede desgastar al candidato o candidata que finalmente logre la nominación.
Obviamente nada está predeterminado para la próxima contienda presidencial en los Estados Unidos. Salvo que Donald Trump será el candidato de los republicanos. Si Sanders es demasiado “izquierdista” para EE.UU. o Biden está muy viejo (no mucho más viejo de Sanders), es apenas un detalla. Lo relevante pareciera ser que el candidato (a) que finalmente sea nominado (a) aparezca como verdaderamente competitivo frente a Trump y con un programa atractivo y convincente para contrarrestar la campaña del miedo, a favor de la supremacía blanca y “primero EE.UU” que desarrollará el actual mandamás para conseguir su reelección.
Lo relevante pareciera ser que el candidato (a) que finalmente sea nominado (a) aparezca como verdaderamente competitivo frente a Trump y con un programa atractivo y convincente para contrarrestar la campaña del miedo, a favor de la supremacía blanca y “primero EE.UU” que desarrollará el actual mandamás para conseguir su reelección.