El cuadro del famoso pintor ruso- francés se caracteriza por su resplandeciente colorido que demuestra el particular estilo del artista. El primer propietario de la obra, que se encuentra actualmente en el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid, España, fue el marchante Georges Bernheim, con el que el autor firmó un contrato en 1927 que marcó el inicio de su éxito.

A mi hijo de siete años le pidieron que dibujara un gallo como tarea para el colegio. Me miró y me dijo: “Papá, ¿cómo puedo hacerlo?” Tomé un lápiz y esbocé una figura parecida a un ave doméstica y le dije que la terminara. Lo dejé solo un rato. Al volver quedé impresionado. Había dibujado y pintado con lápices de colores un gallo precioso, muy parecido al que hizo Marc Chagall (1887 – 1985) en 1928, con una cola enorme y colorida. Lo felicité e inmediatamente pensé en “El gallo”, el lienzo del pintor ruso-francés que muestra el abrazo amoroso entre un animal y una figura femenina que, según los expertos, es un arlequín. Se trata de un encuentro fraterno, un abrazo que parece durar para siempre entre la mujer y el ave. El tono del paisaje que rodea a los personajes es oscuro, con tonos azules y verdes; los colores de los protagonistas del cuadro mantienen espacios vivos que quedan en la memoria, permanecen ahí como almas incandescentes, envueltas en un cariño especial que realmente conmueve. Abajo, más atrás, de manera pequeña y en penumbra, se observa a dos amantes acostados en un bote. Se percibe el delirio, la locura, la destreza y la técnica del autor. El gallo tiene un rostro humano que parece estar sonriendo.

Para Chagall el animal, como ave de corral, tenía un significado simbólico porque desde la antigüedad formaba parte fundamental en los ritos religiosos como personificación de las fuerzas del sol y del fuego. También era motivo frecuente en los lubok rusos, un tipo de arte popular, caracterizado por la utilización de gráficos simples y narrativas derivadas de la literatura, historias religiosas y cuentos populares. Eran usados como decoración exterior e interior de las casas en el siglo XVII y XVIII, donde las figuras de animales, gran parte de las veces, eran las protagonistas.
Lo que caracteriza a “El gallo” es su colorido resplandeciente que anuncia la química del color que siempre caracterizó a Chagall. El primer propietario de la obra, que se encuentra actualmente en el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid, España, fue el marchante Georges Bernheim, con el que el artista firmó un contrato en 1927, que marcó el inicio del imparable éxito del pintor. Cinco años antes, había decidido volver a Occidente después de un largo periodo en Vitebsk y Moscú. Primero se trasladó por un tiempo a Berlín, hasta que, en septiembre de 1923, su amigo el poeta Blaise Cendrars lo convenció para volver a la capital francesa y aceptar el encargo de ilustrar una serie de grabados de “Las almas muertas” de Gógol y de “Las Fábulas de La Fontaine”. “El gallo”, de la colección Thyssen-Bornemisza, está relacionado con dos de los grabados realizados para estas fábulas: “El gallo y el zorro” y “El gallo y la perla”.

Estas ilustraciones, en las que trabajó en 1927, se acercaban a las historias y moralejas del escritor Jean de La Fontaine (1621 – 1695), especialmente a la magia de sus relatos sobre personas comunes y corrientes, héroes mitológicos y animales con la capacidad de transmitir sensaciones humanas, tal como lo hace Chagall con el “El gallo”.
Chagall nació en Bielorrusia y era el mayor de nueve hermanos de una familia de origen judío. Fue uno de los exponentes más grandes del vanguardismo con sus trabajos vinculados a los sueños y a la fantasía. Estudió pintura en Rusia y después de hacerse conocido viajó a Francia, volvió a su país y participó en la Revolución Rusa. Regresó a Francia y después se fue a Estados Unidos, siempre dejando una huella con sus trabajos inspirados en temas oníricos. Sus obras en pequeña y gran escala se encuentran en todas partes del mundo, en especial en España, Francia, Suiza y Estados Unidos.

Con justa razón el escritor Henry Miller lo llamó “Un poeta con alas de pintor”. Con obras conectadas con las corrientes del arte moderno, Chagall, que falleció en Francia a los 97 años, comunicó a través de sus pinceles la felicidad y el optimismo con tonos intensos. Por eso, a pesar de la oscuridad y aparente melancolía que se observa en “El gallo”, los tonos rojos y amarillos en la tela, le entregan a la obra una vida sobresaliente que evoca un mundo donde los colores se observan de manera tan intensa como si se vieran a través del prisma de un inmenso vitral.