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Cada uno de nosotros tenía derecho
a un pedazo de jardín entre el cerro y el río.
Mi madre cultivaba claveles blancos y rojos
para el florero de la mesa de centro.
Mi padre se contentó con un sauce
para dormir la siesta los domingos.
Mi hermano mayor instaló un pino
solo para adornarlo el día de la Pascua.
Mi otro hermano prefirió los cactus
que eran unas verdaderas esculturas.
A mi hermana no le gustaban las flores
y mandaba a su novio a plantar pasto
en torno a la piscina.
Yo me hice adicto a los bonsái
porque quería que los árboles
crecieran arriba de mi escritorio.
1 comment
Que bella forma de tu poema de reflejar un rincón, el jardín, de acuerdo a la personalidad de cada miembro de la familia. La simpleza es grandiosa. Gran poder de nostalgia. Abrazos.