Por Tomás Vio Alliende
Ícono de la de la miseria afectiva y sexual del hombre occidental de finales del siglo XX y comienzos del XXI, Michel Houllebecq es un autor distinto. El francés, ingeniero agrónomo de profesión, empezó a escribir para combatir el desempleo y triunfó en especial con libros como “La ampliación del campo de batalla, “Las partículas elementales” y “Plataforma”. En todas sus obras siempre el autor termina siendo el protagonista: un hombre con muchas dudas existenciales, pesimista, destruido por él mismo, sobrepasado por las circunstancias.
“Serotonina”, su última novela publicada el año pasado, marca el regreso del mismo Houllebecq de siempre, aunque más viejo y víctima del signo de los tiempos, un mundo eternamente conflictuado, donde los cambios se ven reflejados en estallidos sociales y pandemias que marcan el fin del mundo. En la novela, el protagonista es Florent Claude Labrouste, un ingeniero agrónomo de 46 años que trabaja en el gobierno. Su vida cambia cuando descubre que su novia japonesa participa en escabrosos videos pornográficos. Debido a esto, abandona todo y se va a vivir a un hotel.
El cuadro lo completa con el consumo de Captorix, un antidepresivo que libera serotonina y que tiene efectos adversos como impotencia, náuseas y falta de libido. Florent ha desarrollado una suerte de adicción al Captorix y se siente absolutamente imposibilitado de dejarlo. Con todas estas características el protagonista de la obra se da cuenta que tiene que cambiar su estilo de vida y después de dejar a su novia oriental comienza a vivir una peregrinación que convierte su existencia en una aventura diaria. Se reencuentra con exparejas que han mantenido destinos inciertos y con un amigo aristócrata que ha decidido abandonar la vida citadina para trabajar en el campo y vivir en un castillo. Su mujer lo abandona por un pianista y se encuentra, al igual que Florent, arruinado física y moralmente.
“Lo que me impide leer los libros de Houllebecq y ver las películas de Von Trier es una suerte de envidia. No es que envidie su éxito, pero leer esos libros y ver esas películas sería un recordatorio de lo excelsa que puede ser una obra y lo muy inferior que es mi trabajo”.
Quizás “Serotonina” no sea la mejor novela de Houllebecq, pero tiene todos los ingredientes de un escritor de buen olfato y espíritu visionario que han hecho famoso a un autor difícil, odiado por el Islam, acusado de misógino en reiteradas ocasiones por su trato peyorativo con el género femenino. Alabado y vapuleado por la crítica –fue acusado de plagio en una ocasión- el escritor francés se salva del desprestigio total por su abundante talento a la hora de narrar. Incluso Karl Ove Knausgard, el escritor noruego, famoso por su obra autobiográfica “La muerte del padre”, ha dicho sobre Houllebecq lo siguiente: “Lo que me impide leer los libros de Houllebecq y ver las películas de Von Trier es una suerte de envidia. No es que envidie su éxito, pero leer esos libros y ver esas películas sería un recordatorio de lo excelsa que puede ser una obra y lo muy inferior que es mi trabajo”.
Envidia o no, lo cierto es que a pesar de todos los malos ratos a Houllebecq parece que no le entran balas y a través del desparpajo y de la tristeza infinita que irradian algunas de sus obras, él se alimenta y se vuelve fuerte. Escritor, ensayista y poeta, el francés que nació en Saint Pierre, en la isla de La Reunión, parece no temerle a nada. Menos a avanzar hacia adelante, siempre mirando el límite de las cosas, el borde del despeñadero.