El mito del mérito.Por Mario Valdivia V.

por La Nueva Mirada

Dicen que Martín Lutero tuvo la intuición que, delante de Dios, no había mérito posible. Solo la fe podrá salvarnos, concluyó, no las buenas obras. No ocurre así, obviamente, entre los seres humanos. En relación con ellas, cuando se dejan atrás los derechos que da la cuna y las arbitrariedades del poder, solo queda el mérito para diferenciarlos. Nace el moderno mito del mérito. La base sin fundamentos más allá de ella misma – como todos los apoyos últimos -, de la ética moderna: de la sociedad iluminada que se propuso poner a Dios en su lugar.

Bien armonizada con la libertad individual, los mercados competitivos – en los cuales cada uno obtiene exactamente el producto de su aporte -, y muy bien con la educación y el conocimiento – que se adquieren solo gracias al esfuerzo personal -, la ética de los merecimientos produjo la meritocracia. La única estratificación social que se considera éticamente aceptable. No solamente aceptable; virtuosa. ¿Quién no está de acuerdo con la meritocracia? El mérito personal, y solo éste, justifica y legitima las diferencias sociales. Ahora, se reconoce que hay “diferencias iniciales” en la vida, que “inclinan la cancha” a menudo desde el nacimiento, opacando el mérito individual de los resultados en escuelas, universidades, lugares de trabajo y el mercado. Gran parte de las agendas políticas consisten en pasar leyes que “emparejen la cancha” para permitir que el mérito funcione. Se trata de crear condiciones para la operación perfecta del mito.

Ahora, se reconoce que hay “diferencias iniciales” en la vida, que “inclinan la cancha” a menudo desde el nacimiento

Se trata de crear condiciones para la operación perfecta del mito.

Éste, el mito, no es muy discutido en sí mismo. Sin embargo, me parece evidente que no todo depende en la vida de lo que cada uno haga, de los esfuerzos personales. Hay imponderables, contingencias, suertes, lugares en los cuáles se nace, lenguas que se hablan en ellos, talentos misteriosos, y no todo, no mucho, depende de saber. Es imposible señalar todos los méritos que explican los resultados que hemos obtenido. Por eso, la tentación es grande de usar los resultados para reconocer y asignar méritos, sin hacer más cuestión.

¿Cuál es el mérito del mérito?, podría preguntar. La respuesta parte por reconocer que hay tantos méritos como juegos o prácticas sociales. El deporte, el arte, los negocios, la ciencia, la gastronomía, la política… tienen méritos distintos. Sin embargo, si existe un juego de todos los juegos, en el cual todas las prácticas sociales se subsumen y adquieren una significación gravitante para todos, entonces se crea una sola escala de mérito y demerito. En el universo neoliberal, ese juego es el mercado, las prácticas y relaciones transaccionales. El mérito de todos los méritos es el éxito económico. El exitoso es reconocido como meritorio, el pobre como carente de mérito. Es lo que contribuye a cultivar una honda iracundia entre los humillados como carentes de “mérito”, aquellos mirados para abajo

En el universo neoliberal, ese juego es el mercado, las prácticas y relaciones transaccionales.

El mito del mérito se basa en la creencia que hay individuos completamente autónomos, sin herencias de pertenencias sociales, creados por sí mismos. Que no habitan en un mundo práctico y contingente, sino un lugar abstracto donde desplegar habilidades, dueñas no solo de sus actos sino de las consecuencias de estos. Un mito sin base, ciertamente. Por no reconocer el mundo histórico que hizo y hace posible que sean quienes son, y cómo se hizo partícipe de sus méritos, se tragan un mito que cualquier niño de colegio reconoce como una mentira.

El mito del mérito se basa en la creencia que hay individuos completamente autónomos, sin herencias de pertenencias sociales, creados por sí mismos.

Me pasa a menudo con los mitos de la modernidad liberal. Comparados con los venerables e imponentes mitos divinos, me suenan un poquito chantas.      

Comparados con los venerables e imponentes mitos divinos, me suenan un poquito chantas.      

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