Cuando el 13 de marzo del 2020 el presidente de España anunció por los medios la declaración del estado de alarma su intervención destacó por el equilibrio de sus palabras. Este estilo mesurado era fundamental pues ya había más de 10.000 infectados y la pandemia era imparable. El discurso gestionó con éxito el compromiso de la población evitando el paroxismo. Algo no fácil.
Sus palabras tienen la impronta de los viejos líderes históricos como el de W. Churchill después de la batalla en las playas de Dunkerque: “Son días muy duros, días muy tristes, muy amargos. Pero son los días decisivos. Porque son los días que tendremos para medirnos. Y, luego, ya toda una vida, para recordar que, en tiempos difíciles, resistiendo unidos, España dio la talla”.
Justo al revés de lo que hicieron los laboristas en el Reino Unido el Partido Popular se comportó como un crítico ácido, y negativo. A veces también arbitrario y absurdo: Cuando Sánchez prometió tener vacunada al 70 por ciento de la población a finales de agosto del 2021, Casado replicó que el lento proceso de vacunación no concluiría hasta cuatro años más tarde. No fue así. Sánchez consiguió su objetivo: el 1 de septiembre de ese año España tenía el 70 por ciento de la población con al menos una dosis. Y el 20 de diciembre del 2021 el 84, 24 por ciento de las personas mayores de 70 años había recibido ya la tercera dosis y el 89,7 por ciento de esta disponía de la pauta completa.
Para conseguirlo actuó como un comandante en jefe. Porque sin perjuicio de los desajustes que se produjeron en todo el mundo en el primer momento, fue capaz de articular todas las capacidades del estado español para asegurar los suministros, poner las condiciones para que el personal sanitario actuara con eficacia, arbitró las medidas para prevenir o mitigar, al menos, la ola de contagios.
Pero no lo hizo solo. Sin duda, lo mejor es quizás lo menos recordado: Sánchez puso en marcha todos los resortes de la institucionalidad, entre ellos, la más importante, las reuniones semanales con los presidentes de todas comunidades autónomas. Esto reforzó la coordinación para implementar las medidas preventivas como el uso de mascarillas, los aforos en bares y restaurantes, en el comercio, en los colegios; etc.
Y mientras la oposición esperaba que el sistema se desmoronara para se hiciera realidad aquello de a rio revuelto ganancia de pescadores, la coalición progresista hizo honor a su nombre y sacó un arma desconocida hasta entonces: el “escudo social”. Con este instrumento se implementaron medidas que permitieron impedir los desahucios y garantizar los suministros básicos de la energía para los sectores más vulnerables. Junto con normas para mitigar las consecuencias de la pandemia en el desempleo, se arbitraron otras para suspender las órdenes de desalojo. Un alivio para los ya cada vez más numerosos marginados de la vivienda, un problema social acuciante. Pero sin duda la más importante fue la norma que garantizó el Ingreso Mínimo Vital que es una renta garantizada por doce meses para aquellos que carecen de ella y cuyo monto ascendía a 491,63 euros ($ 454.824). Este modo se aumenta en 108,16 euros ($100.120) por cada persona adulta o menor con un máximo. Su consecuencia no fue menor: el Estado Bienestar que tanto enorgullece a la mayoría de los españoles se abría a los segmentos no contributivos, reduciendo la desigualdad y mitigando la pobreza.
Como queriendo retrucar el bolero la derecha bailó un lento romántico: “En la vida hay errores que nunca pueden olvidarse” perdiendo la oportunidad de ser socios en la victoria, no apoyando las medidas del escudo social al que motejaron de fraude social. Las encuestas indican hoy que hasta los votantes de VOX apoyaban las denostadas medidas.
Cuando la pandemia remitió sensiblemente y todas las restricciones fueron suspendidas de los bares, cafés, restaurantes, etc. España tenía ya 2.429 muertos fallecidos por millón de habitantes. Los resultados, aunque igualmente dramáticos y fatales se situaron por encima del promedio de Europa prácticamente iguales a Francia, Portugal y otros y por supuesto mucho mejores que los de Reino Unido, Estados unidos, y otros incluidos Chile. Estos datos se pueden ver por internet en la página datosmacro.expansion.com.
Otra vez la oposición perdía la oportunidad de juntarse en la desgracia de España, al gobierno y todas las demás expresiones políticas.
En cuanto el presidente se vio libre del COVID como una cuestión central se orientó a jugar su partido más difícil: la cuestión catalana.
A esas alturas la sentencia del caso había condenado a los protagonistas del procés como se denominaba al juicio contra los independentistas a duras penas (7 a 9 años de prisión) que excedían a los delitos análogos de la mayoría de los países europeos. Porque más allá de la pesada retórica derechista que hablaba de golpistas, nadie veía golpes de estado y era difícil entender que los delitos de sedición y rebelión no tuviese un componente armado, propio o de las fuerzas armadas del estado. Y aunque es cierto que llamar a votar en un plebiscito para decidir la independencia de Cataluña era ilegal, no es menos cierto que los independentistas catalanes no habían intentado imponerlo por la fuerza sino por las urnas.
Con los principales políticos catalanes en prisión, la sociedad catalana se encontraba profundamente fracturada.
Cuando Sánchez informó que el gobierno indultaría a los condenados la reacción de la oposición no se hizo esperar, tal y como era perfectamente previsible. Lo atacaron y le dijeron que se trataba de un acto inconstitucional engrosando los reproches sobre sus pactos con los independentistas catalanes.
El gobierno, entre tanto, se dedicó a juntar apoyos. Primero, fueron las principales organizaciones sindicales la UGT y Comisiones Obreras (CCOO), un apoyo esperado, como el de líderes de opinión moderados, pero al poco andar vinieron las malas noticias para el Partido popular: la iglesia católica aprobaba los indultos y ¡oh sorpresa! También el máximo representante de los empresarios, Garamendi, que refiriéndose a los indultos declaró: “si llevan a normalizar las cosas, bienvenidos sean”.
A mi juicio allí empezó a ir cuesta abajo en la rodada el liderazgo de Casado. Y probablemente por eso le apareció una enemiga poderosa en sus propias filas: Isabel Diaz Ayuso. Esta madrileña, al modo los líderes trumpistas que empezaban a estar de moda por entonces y presidenta de la Comunidad de Madrid, con escasa formación profesional o académica, y pobres conocimientos serios sobre gestión de políticas públicas, abrazó tempranamente el credo del todo vale si la gente lo cree. Y así fue como, con una lograda mezcla de imagen semejante a una Carmen Maura derechista, luciendo ojos seductores y su sonrisa tontiastuta, había conseguido merced a extender las descalificaciones y las injurias invectivas contra sus adversarios, gravitar en los medios e imponer su atrabiliario liderazgo en Madrid.
Casado, acumulando cegueras a su derrotero político, no la tomó suficientemente en serio. Y como Díaz Ayuso de maniobras políticas sabía más, el 10 de marzo del 2021 con un pretexto político tan infundado como inverosímil convocó a elecciones en Madrid, consiguiendo una amplia victoria el 4 de mayo, cosechando más diputados que la suma de las formaciones de izquierda. Dejó también una amarga derrota a los socialistas que con un resultado menos que mediocre, sacaron peores resultados que los partidos a su izquierda.
Estos hechos trajeron una consecuencia aparejada: el vicepresidente segundo del gobierno, Pablo Iglesias, salió del gobierno para liderar el enfrentamiento a Diaz Ayuso, y posteriormente, renunció también a su acta de diputado.
La sustitución de Pablo Iglesias por la ministra Yolanda Diaz ha dotado al gobierno de un nuevo liderazgo que complementando el de Sánchez permite retener los votos de Podemos, proyectando bien desde el ala más progresista los éxitos indiscutibles en el ámbito de la ministra, de una de las preocupaciones más importantes en todos los países y continentes: la cuestión del desempleo. Sus resultados son indiscutibles: el paro en España se sitúa en el 12,48 por ciento, o sea el más bajo desde el año 2008. España supera la meta de veinte millones de afiliados a la Seguridad Social. Este dato es aún más destacable si se considera que desafiando las interpretaciones neoliberales la ministra fue artífice de la subida del salario mínimo interprofesional en España hasta los 965 euros mensuales en 14 mensualidades al año. La ministra derogó el despido laboral por baja médica y lideró el proceso que culminó en la agónica victoria del gobierno al conseguir aprobar su reforma laboral. Gracias a esta reforma los contratos indefinidos se incrementaron en un 149 por ciento superiores a los del año anterior, en el mes de marzo del 2022.
Para peor suerte de los partidos de la derecha española los acuerdos de la reforma laboral y el incremento del salario mínimo interprofesional se hicieron con acuerdos entre las organizaciones sindicales y empresariales. La artífice de esos acuerdos fue Yolanda Díaz.
Con las reformas laborales y el escudo social el gobierno ha conseguido no solo paliar las consecuencias de las crisis sino también mejorar algunos índices como en décadas no se había conseguido.
La oposición, entre tanto, empezaba a vivir su propio calvario. Pablo Casado empezaba a constatar dramáticamente que cuando quiso parar al monstruo, este se encontraba en el salón. Y así fue como a partir de unas declaraciones privadas suyas con relación a los contratos que durante la pandemia habían beneficiado al hermano de Díaz Ayuso en la no despreciable suma de 283.000 euros ($260.210.000) en comisiones, decidió intempestivamente hacerlo público.
En este affairela baronesa mostró su maestría, además de su inescrupuloso comportamiento.
Tomó la ofensiva: se victimizó, acudiendo compungida y llorosa a los medios, movilizando su popularidad madrileña, y acudió al club de los varones del PP.
El conflicto le estalló al líder popular en las manos y aunque logró salvar la cara en un congreso ad hoc, acabó defenestrado.
Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Comunidad Autónoma de Galicia se transformó así en el nuevo líder del Partido Popular, mostrando, en un comienzo, que era también un nuevo liderazgo con un nuevo estilo: “no vengo a insultar a Sánchez, vengo a ganarle”.
Solo quedaba por saber si se trataría de algo realmente diferente o sería más de lo mismo, pero en versión gallega.
(continuará)