“Ya no soy interno, soy residente”, dice este condenado por ‘los vuelos de la muerte’. Ahora pernocta en un Centro de Inserción Social y sale a diario para colaborar en una parroquia
Entrevista publicada por Vozpópuli (España)
Realizada por periodista Alejandro Requeijo
El represor argentino Adolfo Scilingo ha salido de la cárcel con 73 años de edad. Fue detenido y condenado en España a una pena de 1.084 años de cárcel por los llamados vuelos de la muerte. Durante la dictadura militar en su país (1976-1983), secuestraban opositores al régimen, los torturaban, los drogaban y luego los lanzaban al mar desde aviones en marcha. El pasado 18 noviembre, este exteniente de fragata abandonó el centro penitenciario de Alcalá de Henares y no tendrá que volver más. Ha pasado 22 años, un mes y diez días entre rejas.
Fue arrestado por orden del juez Baltasar Garzón. Llegó a Madrid invitado por un programa de televisión para que contase ante las cámaras todo lo que sabía de las desapariciones forzosas en las que él mismo decía haber participado. Se adelantó el magistrado, que pidió tomarle declaración y desde su despachó le envió directo a la cárcel. Todavía se pagaba en pesetas y José María Aznar dormía en La Moncloa. En Argentina, Diego Armando Maradona colgaba las botas definitivamente y gobernaba el peronista Carlo Menem.
Hoy el peronismo sigue en la Casa Rosada, pero casi todo lo demás ha cambiado mucho. Desde hace cuatro semanas Adolfo Francisco Scilingo Manzorro pernocta en un Centro de Inserción Social (CIS) de la Comunidad de Madrid gracias a que la cárcel accedió a aplicarle el artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario. Eso le permite agotar lo que le queda de condena lejos de prisión (termina en 2022). Acude todos los días para colaborar con una institución religiosa que decidió acogerle a instancias de la pastoral penitenciaria.
El lugar es una pequeña iglesia ubicada en el centro de Madrid. En la entrada un cartel anuncia un “Rastrillo benéfico”. Hay que subir varios peldaños de madera hasta dar con una puerta que se abre con dificultad. Al entrar, el silencio lo envuelve todo y contrasta con el bullicio callejero. Unos bancos desvencijados se agolpan bajo el altar para dar cabida a todos los objetos del rastrillo. Son las 13.00 horas y en la capilla solo hay un hombre que se afana a duras penas en organizar unas bolsas con ropa que hay en el suelo.
“Adolfo”. Al escuchar su nombre, el represor argentino se gira sorprendido. Se ha quedado calvo, pero mantiene su bigote más de dos décadas después. Lleva un jersey granate sobre una camisa de cuadros, unos pantalones azules y botas de color marrón claro. Unas gafas de ver le cuelgan del cuello. Su aspecto es el de un anciano. Pasa desapercibido como un feligrés más. Cuando salga de allí y regrese al CIS, nadie le reconocerá por la calle. Nadie le identificará como el exmilitar condenado por 30 asesinatos, una detención ilegal y cómplice de otras 255 detenciones ilegales. Todos ellos delitos contra la Humanidad, según el Tribunal Supremo.
Al principio no se muestra muy hablador, pero pasados unos segundos se va soltando. “Ya no soy interno (preso), soy residente”, dice con una sonrisa en declaraciones a este periódico. Se jacta de que acude a la capilla de forma voluntaria. Fuentes conocedoras de su situación aclaran a Vozpópuli que no es así, sino que tiene la obligación de ir. De lo contrario, se podría revocar su situación y regresar a la cárcel. Él ha pedido recientemente que le apliquen el tercer grado que le permitiría dormir todos los días en un pequeño piso donde vive con su mujer, en la sierra madrileña.
Dice que ha encontrado unos documentos que son muy reveladores, que a finales de este mes habrá novedades, hace un ademán hacia el altar y desliza un insulto (“en presencia de Dios”) contra su compatriota el papa Francisco. Scilingo insiste en que él nunca se escondió. Lo dice como réplica a un reportaje publicado por este periódico.Dado el avanzado estado de su condena, el tercer grado le abriría las puertas de la libertad condicional.
Atrás queda un tercio de vida en prisión, contradicciones en su versión, permisos penitenciarios, pleitos a uno y otro lado del charco, intentos baldíos de anular su sentencia… Pasado un tiempo en la cárcel pasó a declararse inocente. Como argumento alega que nunca se supo quiénes eran los 30 asesinados que le imputan. “En la sentencia figuran nombres de víctimas, pero no dicen víctimas de Scilingo”, se justificó en una entrevista concedida a Vozpópuli el año pasado.
Eso es muy distinto al relato que sostenía cuando llegó a España. Finalmente, TVE pudo hacerle la entrevista desde prisión. “Estoy donde tengo que estar, no sólo yo, sino un montón de gente más”, dijo. Así era su versión de los hechos: “Todos los miércoles se hacía un vuelo y se designaba en forma rotativa distintos oficiales para hacerse cargo de esos vuelos. A los que el día antes se les elegían para morir, se les llevaba al aeropuerto dormidos o semidormidos mediante una leve dosis de un somnífero haciéndoles creer que iban a ser llevados a una prisión del Sur”.
“Una vez en vuelo, se les daba una segunda dosis muy poderosa, quedaban totalmente dormidos, se les desvestía y, cuando el comandante daba la orden se los arrojaba al mar uno por uno” (…) “cuando llegaba la noche, no me soportaba a mí mismo, lo tenía que tapar con alcohol, era una actitud cobarde. Me iba a dormir dopado con sedantes”, añadió ante la cámara.