Doce años después que salió de la Casa Blanca considerado como uno de los peores presidentes de Estados Unidos, George W. Bush ha reconstruido su imagen y su popularidad ha crecido. Ahora, Bush advierte del peligro que amenaza a la democracia desde adentro, y ofrece una visión alternativa para el Partido Republicano.
Cuando se fue…
La popularidad ha sido veleidosa con George W. Bush: llegó a la presidencia por decisión en 2000 del Tribunal Supremo de Justicia aún cuando recibió menos votos que su rival demócrata Al Gore. Los ataques de Al Qaeda en septiembre de 2001 causaron la reacción natural de unidad nacional que llevó la popularidad del presidente al 90 %. Luego vinieron las guerras en Afganistán, las torturas en Irak durante otra guerra iniciada con excusas falsas, el aumento de la deuda nacional y la Gran Recesión de 2007 que devastó el empleo y vaporizó los ahorros de millones de trabajadores.
Cuando Bush le pasó el mando a Barack Obama, se fue de Washington un índice de popularidad que, en los casos más benignos, estaba por el 30 %, frente a una mayoría abrumadora que creía que Bush había sido uno de los peores, si no el peor de los mandatarios.
Eso fue dos mandatos presidenciales antes de que la lotería del Colegio Electoral abriera para los estadounidenses la experiencia Donald Trump. Por mero contraste, la imagen de Bush ya no pareció tan mala.
El arte que redime
En 2012, Bush por primera vez tomó un pincel y ensayó pinturas, incluidos intentos de retrato de su esposa Laura. Desde entonces ha recibido instrucción profesional y ha pintado cientos de cuadros, en su gran mayoría retratos.
En 2017 el expresidente que había lanzado dos guerras publicó su primer libro de arte, titulado “Retratos de coraje”, y dedicado a los veteranos militares.
Y luego la labor artística se entrelazó con uno de los asuntos políticos y sociales más controvertidos en Estados Unidos y que Bush, como presidente, tampoco pudo resolver: la inmigración.
“Quise hacer un aporte para cambiar el tono de la retórica antiinmigrante de años recientes, y alentar al Congreso para que repare el sistema quebrantado de ingreso legal de inmigrantes al país”, dijo Bush en una entrevista con la revista People.
La retórica anti – inmigrante se graduó de xenófoba con Trump y se expresó en medidas concretas: la veda al ingreso de personas originarias de países mayormente musulmanes, las deportaciones, la expulsión de migrantes que llegan a la frontera pidiendo asilo, el secuestro y separación de miles de niños de sus familias, las menciones que vinculaban el crimen con los inmigrantes.
Bush tomó la senda opuesta y el resultado es otra colección, titulada “De muchos, uno” en un libro con 43 retratos de inmigrantes incluidas sus historias y sus contribuciones a la sociedad, la cultura y la economía de Estados Unidos.
Voz de alerta
“En las semanas y los meses siguientes a los ataques de 11 de septiembre tuve el orgullo de conducir un pueblo asombroso, orgulloso y unido”, dijo Bush el sábado pasado cuando conmemoró en Shanksville (Pennsylvania) el vuelo United 93 que allí se estrelló cuando sus pasajeros lucharon con los secuestradores. “Cuando uno reflexiona sobre la unidad del país, aquellos días parecen tan distantes de los nuestros. En nuestra vida común parece operar una fuerza maligna que torna cada discrepancia en una disputa, y cada disputa en un choque de culturas. Hay tanto en nuestra política que se ha convertido en una convocatoria desnuda a la furia, el miedo y el resentimiento. Esto nos deja preocupados acerca de nuestra nación y nuestro futuro juntos”.
Bush no nombró a Trump pero éste, que desde que lanzó su candidatura presidencial en 2015 ha hecho y dicho todo lo posible para azuzar miedos y resentimientos, entendió claro a quién apuntaba la advertencia y, con su típico gracejo respondió que Bush “no debería estar dictándonos lecciones acerca de algo. El World Trade Center se vino abajo durante su mandato”.
Esta semana la capital de Estados Unidos se prepara para una manifestación trumpista que promete reclamar la libertad de los “patriotas presos” por su participación en la asonada sediciosa del 6 de enero que tomó por asalto el Congreso para impedir el reconocimiento formal de la victoria electoral de Joe Biden en las elecciones de noviembre de 2020.
Casi un tercio del electorado, y la mitad de los votantes republicanos, sigue nutriéndose de la Gran Mentira fomentada por Trump y que ha hecho que muchos estadounidenses pierdan la confianza en su sistema electoral.
Veinte años atrás, añadió Bush en Shanksville, “en un día de prueba y dolor, vi a millones de personas que, instintivamente, tomaron la mano de su prójimo uniéndose en la causa de los unos por los otros. Ése es el país que conozco. En tiempos en que el sectarismo religioso pudo haber fluid libremente, vi que los estadounidenses rechazaban los prejuicios y abrazaban a los musulmanes. En momentos en que el chauvinismo pudo haber incitado el odio y la violencia contra los que se percibían como advenedizos, vi que los estadounidenses reafirmaban su bienvenida a los inmigrantes y los refugiados. Ése es el país que yo conozco”.
La popularidad de los presidentes y expresidentes sigue una pauta casi inexorable: nivel aceptable en el comienzo del mandato, deterioro más o menos rápido en los primeros cuatro años, reelección si la popularidad ha mejorado un poco, y deterior más profundo en el segundo.
Años después, cuando lo malo ha ido quedando atrás en la memoria y algún sucesor es el que mal gobierna, la imagen de los expresidentes se pule. En Estados Unidos eso no ha significado que el ex presidente retorne como caudillo de su partido.
Al menos hasta ahora, cuando Trump reclama ese papel y prepara su campaña de 2024 sobre la base del resentimiento y la revancha. Queda por ver si el prestigio de Bush entre los republicanos más tradicionales y los más jóvenes que bregan para recuperar su partido traen una pauta diferente.