Inacio Lula da Silva ganará la contienda presidencial en Brasil. Incluso podría lograrlo en primera vuelta, como insinúan últimas encuestas. Todo dependerá del nivel de participación de los sectores populares, tradicionalmente más renuentes. Y del poderoso voto evangélico, que en las elecciones pasadas mayoritariamente se volcó a favor de Bolsonaro.
La mayoría de las mediciones le dan una ventaja entre 14 y 16 puntos sobre el actual y controvertido mandatario, que ha basado su campaña en atacar a Lula, recordando los bullados casos de corrupción durante su anterior mandato y que lo mantuvieron en prisión por más de un año.
La campaña ha sido más que dura y polarizada. Cargada de ataques y descalificaciones contra Lula da Silva, habituales en el estilo de Bolsonaro. Aunque también ha debido enfrentar la embestida de Ciro Gomes, postulante del partido socialista brasileño, que marca entre seis y ocho por ciento en las encuestas, además del 5 % que podría obtener la candidata de la social democracia, lo que, en suma, puede impedir que Lula se imponga en una primera vuelta.

Plenamente consciente de sus escasas posibilidades, Jair Bolsonaro, siguiendo el ejemplo inspirador de Donald Trump, ha llegado a cuestionar el sistema electoral, sembrando más de una duda acerca de un eventual reconocimiento de su derrota, potenciando una virtual amenaza para la democracia brasileña. Con todo, es muy dudoso que las FF.AA., constituidas en el principal apoyo de su gobierno, puedan acompañarlo en esa aventura. Sobre todo, si la ventaja es clara y contundente como proyectan las encuestas.
Todo apunta al retorno del ex líder sindical. Una victoria que cambiaría el mapa político de la región, reinstalando a Brasil como una potencia internacional.
Su impacto a nivel regional
El retorno de Lula al poder no es solo alentador para Brasil, poniendo fin al errático experimento de ultraderecha impulsado por Bolsonaro. Es muy relevante para la región, que en los últimos años ha visto surgir opciones con discursos nacionalistas en el plano político, propuestas populistas en el terreno económico y autoritarias en materia de orden público y seguridad ciudadana. Como las de José Antonio Kast en Chile, el economista Javier Milei en Argentina y, ciertamente Nayib Bukele en El Salvador, entre otros instalados en el poder, como el también nefasto caso de Ortega en Nicaragua.

La victoria de Inacio Lula da Silva sería una muy buena noticia para los gobiernos progresistas de la región. En especial para aquellos recientemente electos, como el de Gabriel Boric en Chile y de Gustavo Petro en Colombia, tendiendo a consolidar un eje progresista, incrementado las oportunidades de cooperación política e integración económica en el Continente.
Ciertamente también implica una gran responsabilidad para estos sectores. Para Lula, la victoria implica una segunda oportunidad. Boric y Petro experimentan su debut y están desafiados a demostrar que pueden hacer buenos gobiernos. Con estabilidad política y paz social. Con responsabilidad fiscal, asegurando el crecimiento económico y la protección social. Enfrentando el flagelo de la corrupción, que en algunos de estos países es endémica, luchando denodadamente en contra del narco tráfico y el crimen organizado, que amenazan y corroen las democracias., afectando la confianza de los ciudadanos en la política.
Desafíos más que complejos. Tal como lo expresara el presidente Boric en la ONU, es más fácil interpretar y canalizar el descontento, que ofrecer soluciones sustentables para los principales problemas que hoy enfrenta la ciudadanía. Sobre todo, en estos revueltos tiempos de pandemia, crisis económicas y extremos conflictos bélicos que afectan a toda la humanidad.

Ninguno de estos gobiernos, incluido una potencial nueva administración de Lula en Brasil, cuenta con mayorías propias para impulsar sus programas en el poder y deben construirlas en un laborioso proceso de diálogo y negociación con otros sectores, incluidos, por cierto, algunos de la oposición.
Es importante recordar que ningún sector político tiene clavada la rueda de la fortuna y la alternancia en el poder es una condición esencial en toda democracia. Depende de la voluntad de los ciudadanos y ciudadanas. Si alguno de estos gobiernos fracasa, sea por factores externos o internos, o la combinación de ambos, muy probablemente la alternativa no sea de signos moderados. El asedio creciente de la ultraderecha, que se vive tanto en Estados Unidos (Trump está nuevamente en campaña), como en Europa y América latina, es un factor más que incidente.
El renacimiento de la ultraderecha es un fenómeno global, como lo prueban el reciente triunfo de Giorgia Meloni en Italia, y la reelección de Viktor Orban en Hungría. En las pasadas elecciones francesas, Marine Le Pen alcanzó una gran votación. Y tiene significativas réplicas en nuestra región.
Su antídoto es más y mejor democracia. Mayor transparencia y participación social. Paridad de género, irrestricto respeto a los derechos humanos. Avanzar hacia un estado social y democrático de derechos, acortando la brecha de las desigualdades y garantizando postergados nuevos derechos sociales.