Por Mario Valdivia V.
Olfateo que el sentido de la situación del tiempo de pandemia está cambiando a gran velocidad. Un ánimo predominante de ansiedad e irritación cambia a uno de pesadumbre y miedo.
Pasamos dos meses obedeciendo a la comprensión de que había una crisis de salud pública combinada con una macroeconómica y financiera.
Pasamos dos meses obedeciendo a la comprensión de que había una crisis de salud pública combinada con una macroeconómica y financiera. El propósito de enfrentar ambas a la vez motivó la estrategia de clausuras parciales de ciudades, comunas y barrios. Durante largos sesenta días pareció funcionar: los contagios se mantuvieron más o menos constantes en números considerados razonables, el costo financiero y macroeconómico era tenido por manejable. Y el sufrimiento cotidiano de la población pareció soportable.
Y el sufrimiento cotidiano de la población pareció soportable.
Se acabó. La clausura estricta de toda la ciudad de Santiago, y la exponencial de la pandemia que nos arrastra, sugieren que el sentido de la situación cambia en forma radical. Quince días de cuarentena total, cuando menos, producirán un sufrimiento difícilmente soportable a gran parte de la población, hoy “temporalmente” sin fuente de ingresos; agravado por la incertidumbre de no saber cuántos días serán finalmente. En especial al tercio de la “fuerza de trabajo” que gana al día: micro comerciantes callejeros y de ferias, proveedores de servicios menores, así como empleados de microempresas y contratistas menores. Su situación se hará desesperante. El responsable de evitarles esa situación desesperante es el Estado. Para eso está, ese es su fundamento esencial: asegurar a los ciudadanos un horizonte de estabilidad mínima para que puedan llevar adelante sus vidas.
El responsable de evitarles esa situación desesperante es el Estado.
Si el Estado falla en esta misión, la situación cambiará de significado. La crisis macroeconómica y de salud pública se convertirá en una crisis política radical. El orden legal perderá legitimidad si no puede asegurar la estabilidad de las condiciones materiales básicas de vida. Sin contar con esa garantía, movidos por el desespero, los ciudadanos no tendrán razón para obedecerlo. El deber medular del gobierno y de todos los agentes políticos es cuidar a los ciudadanos y proteger el Estado. A subordinar todo lo demás.
La crisis macroeconómica y de salud pública se convertirá en una crisis política radical.
Sin sobrepasar los escrupulosos estándares macroeconómicos y financieros que le preocupan, el gobierno no tiene cómo proveer un horizonte de estabilidad mínima a toda la población que carece de reservas para enfrentar la ola de incertidumbre que llegó. Puede y debe dejarlos atrás. Tiene espacio para endeudarse mucho mas de lo que ha considerado prudente. Además, le queda el recurso del financiamiento directo de Banco Central – cambio constitucional de por medio.
Sin sobrepasar los escrupulosos estándares macroeconómicos y financieros que le preocupan, el gobierno no tiene cómo proveer un horizonte de estabilidad mínima a toda la población que carece de reservas para enfrentar la ola de incertidumbre que llegó. Puede y debe dejarlos atrás.
Que el futuro se haga cargo del futuro. En el intertanto, asegurémonos de atravesar el presente para poder llegar a él.
Que el futuro se haga cargo del futuro. En el intertanto, asegurémonos de atravesar el presente para poder llegar a él.