POR MANUELA GUMUCIO
El espacio que se abrió sobre la figura relevante del socialismo chileno, Carlos Altamirano, desde el día de su muerte el 19 de Mayo pasado hasta ayer, giró de manera incesante sobre su responsabilidad en el golpe de estado, cuya prueba más contundente sería el discurso combativo que pronunció el 9 de Septiembre del año 1973, hace casi 46 años. Quienes pudieron expresarse en los medios, coincidieron en que, esta controversial figura, había pagado su pecado al arrepentirse y retirarse de la política activa. Por ello, no solo fue absuelto de su culpa, sino que también admirado. Habría que ver si este cierre discursivo de quienes se pronuncian sobre él, no es otra versión del chivo expiatorio destinada a perpetuar el sueño de unos cuantos, tal como él profetizara al volver del exilio: “Mientras yo sea el gran culpable, todos los demás pueden dormir tranquilos” Y, luego, guardó silencio, sin intentar deshacer la maraña argumental de verdades a media y fuera de contexto que lo sindicaba como el principal culpable. Hoy, su silencio admite más de una interpretación.
Interpretaciones sobre el reconocimiento de su culpa
Carlos Peña en El mercurio el día 20 de Mayo, junto con engrandecer su figura interpreta su silencio como el reconocimiento que califica como” un gesto notable y digno que a la hora de su muerte —a la hora de hacer el balance del debe y el haber de la propia existencia— es indispensable reconocer. Se decidió por el silencio como una forma de reconocer la propia responsabilidad y, al mismo tiempo, permitir que otras voces aparecieran. Fue, a su modo, un gesto edípico: dañarse a sí mismo para tomar venganza de su destino.
Y fue también su manera de dar una lección.
En tiempos en los que todos eluden la propia responsabilidad, se emboscan en la niebla de los años y luego de haber participado de la dictadura ejercen como ministros y hombres públicos sin nunca haber reconocido responsabilidad alguna, Carlos Altamirano Orrego dio un ejemplo de dignidad personal y política al decidir, sin que hubiera motivos objetivos para ello, autoexiliarse de la vida política: fue su forma de dar una lección a quienes piensan que la vida pública admite cualquier disfraz y tolera cualquier olvido”.
Joaquín Fermandois, académico del Instituto de Historia UC, no cree en la transformación de Altamirano. Asegura en El Mercurio del 21 de Mayo “ es una figura contradictoria con bastante inconsistencia en su carrera. No está claro qué tanto hubo una transformación en él. Las personas pueden cambiar, pero el cambio de gran parte de la dirigencia de la Unidad Popular, que se produjo entre los 70 y los 80, su aproximación requiere de una democracia real, requiere ciertas políticas y ciertas actitudes. En Altamirano hay un cambio, pero parece más táctico”.
Genaro Arriagada, ex ministro y figura relevante de la DC declara en el Diario Chañarcillo, el 21 de Mayo: “Altamirano es una persona que fue grande en sus errores y fue sinceramente magnifico en su auto crítica. Hay que reconocer que desde fines de los 70 contribuyó a un cambio fundamental en la izquierda chilena, que permitió una relación más estrecha con partidos como la DC y, en definitiva, la construcción de las Alianza Democrática y posteriormente la Concertación.”
El contexto como contribución a la verdad
El historiador Gabriel Salazar,U de Chile, en el sitio de la Cooperativa el día 21 de Mayo, niega , en cambio, que el discurso del 9 de Septiembre en el Estadio Chile gatillara el golpe de Estado. En la manifestación que tenía lugar en el recinto aseguró tener información sobre movimientos subversivos al interior de la Armada y advirtió que Chile se iba a transformar en un nuevo Viet Nam si la sedición pretendía enseñorearse. El Golpe ya estaba en camino y tanto Altamirano como el líder del Mir, Miguel Enríquez y el del Mapu, Oscar Guillermo Garretón, habían sido informados por un grupo de marinos de los preparativos. La Armada torturó luego a los leales soldados, hundiéndoles la cabeza en toneles con excrementos.
Resulta grotesco que quienes decían la verdad fueran torturados y quienes la comunicaban al país, sindicados como subversivos y amenazantes. Esa monstruosidad, quizás por la magnitud de todas las que se sucedieron, no es tema para los partidarios del golpe de ayer y hoy, ni tampoco para algunos periodistas muchos de los cuales, una y otra vez ,volvieron sobre el famoso discurso. Resistieron los embates en entrevistas televisivas el ex senador Ricardo Nuñez y el ex ministro Jorge Arrate, entre otros, tratando de explicar, muy férreamente, el contexto de las declaraciones de Altamirano.
Los distintos discursos al poner tanto énfasis en su buena conducta posterior, insisten en mantenerlo como chivo expiatorio. No le sueltan la garra, sin ganas de despertarse del tranquilo sueño que les proporcionó el designar a un falso culpable. No piensan que cuando ciertas versiones de la realidad se imponen masivamente y por años, más vale callar y eso no es necesariamente otorgar. El silencio de Altamirano se puede entender, entonces, no como la prueba de su arrepentimiento, sino que como una sabia actitud, de quien comprende que para derribar una montaña de falsedades como las que justifican el golpe, apoyadas por un poder gigantesco de los medios, se requiere de fuerzas superiores a las suyas.
¡ Otra interpretación posible!