Por Fernando Villagrán
Ciertamente estaría descubriendo la pólvora si concentrara estas líneas en cuantificar – faltaría espacio – las múltiples contradicciones del empoderado ministro de Salud en tiempos de coronavirus.
Ya lo han registrado dirigentes del Colegio Médico, organismos internacionales e, incluso, con bastante gracia, el gran imitador Stefan Kramer. Somos testigos y protagonistas de un capítulo trágico de la historia del planeta que adelanta un escenario impredecible de cambios que irá dejando, también, en el cementerio los dogmas del neoliberalismo, revalorizándose el rol necesariamente esencial del Estado en ámbitos tan básicos como la salud y el derecho a una vida digna.
Aprovechando el Estado de excepción constitucional Mañalich ha usado y abusado de una audiencia mayoritariamente agobiada y asustada por la transformación del virus, que en una de ésas: se “transformaba en buena persona” para, en semanas, derivar en un enemigo mortal, de “guerra”, concentradaen “la batalla de Santiago”.
Intento evitar el facilismo del crítico que toma palco ante los desafíos de los gobernantes que cargan con las responsabilidades mayores frente a una irrupción implacable que hace tambalear al planeta y sus grandes potencias.
Intento evitar el facilismo del crítico que toma palco ante los desafíos de los gobernantes que cargan con las responsabilidades mayores frente a una irrupción implacable que hace tambalear al planeta y sus grandes potencias. Sin embargo, aunque los voceros oficiales interpreten a su antojo las cifras mundiales, nadie podrá negar que los efectos iniciales del coronavirus fueron ampliamente conocidos, así como los resultados de las buenas y malas reacciones de autoridades que también- como se hizo evidente luego aquí en el fin del mundo – enfrentaron la compleja disyuntiva entre privilegiar el funcionamiento de la economía (con todas sus derivadas e intereses en juego) o la vida de las personas. Para no abundar en una multiplicidad de ejemplos, bastaría confrontar los resultados de las gestiones de Merkel y Trump.
Para no abundar en una multiplicidad de ejemplos, bastaría confrontar los resultados de las gestiones de Merkel y Trump.
Se justifica el secretismo inicial de las iniciativas gubernamentales en aras de la eficacia para enfrentar al enemigo que acecha. Así ocurrió con el aporte de la Fuerza Aérea para traer de China una cantidad de ventiladores recibidos exitosamente tras un transporte calificado de heroico. Pero – como insistía mi abuelo – “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.
El ministro Mañalich, con aval presidencial, no se cansa de insistir que la preparación del gobierno para reaccionar con equipamiento clínico adecuado se inició en enero de 2020, aserto demostrado como falsedad y coincidente con una suma de datos oficiales cuestionados por instancias clínicas responsables que anticiparon la magnitud de un brote que recién se vino a reconocer en su multiplicación la semana pasada, pese a la insistencia de alcaldes por medidas más drásticas de aislamiento, demanda multiplicada independientemente de sus afiliaciones políticas y partidarias.
Así como el dato exacto de equipamiento clínico estuvo en entredicho y luego aminorado en sus falencias por el aporte del gran empresariado al gobierno, el seguimiento documentado de los aprontes oficiales de Mañalich continuaron tropezando con las proyecciones y advertencias de organismos profesionales y autónomos, marginados de una deseada reacción colectiva, transversal y transparente, en que el propio gobierno no obtendría sino beneficios evidentes, pensando en la ciudadanía a que se debe y no a un cerrado grupo de empresarios y funcionarios celosos de su evaluación superior.
En tiempos críticos el control de la información puede ser aberrante cuando está en juego la vida la población. Y a río revuelto está claro quienes pueden perder. No es tiempo para jugarretas al estilo Trump (obsesionado por su reelección) porque el notable y extendido esfuerzo de profesionales y trabajadores de la salud reconocido por la población chilena está muy distante de significar que tengamos uno de los mejores sistemas de salud del planeta, como registra otra joyita de Mañalich. La acumulación de arrogancias y verdades ocultas con jugarretas verbales es cuantiosa, como en lo referido a hipotéticos proveedores de equipos esenciales que no habrían cumplido sus compromisos.
En tiempos críticos el control de la información puede ser aberrante cuando está en juego la vida la población.
Son tiempos difíciles para la inmensa mayoría de la población y fecundos para especuladores y tramposos. No es soportable mentir con las cifras de exámenes reales efectuados, como tampoco evitar la comparación de ellos con los potencialmente realizables.
Es todo un desafío trazar el límite entre la tragedia y la comedia en la conducta del protagónico titular de Salud. Pocos olvidan su singular humor para disculpar a la subsecretaria que invitaba a compartir un café sin sacarse la máscara y sugerir, en cambio, una cerveza, como señal de normalidad en curso.
Es todo un desafío trazar el límite entre la tragedia y la comedia en la conducta del protagónico titular de Salud.
A su favor juega el escenario de confusiones que, entre otros efectos, multiplica los casos del síndrome de Estocolmo, que en psiquiatría define el efecto postraumático de un secuestrado dependiente y admirador de su secuestrador. Mañalich no está sólo y se siente muy poderoso. Sea ante el muy molesto alcalde de Rapa Nui o a un periodista más insistente.
Al ministro no le entran balas y manda su soberbia.
Mientras, los muertos por la pandemia no tendrán nombre.
¿Tragedia o comedia?