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El sol de los faraones era tan potente
que era capaz de derretir la sangre
de quienes construyeron las pirámides.
El sol de los faraones era tan brillante
que sus feroces enemigos
prefirieron huir ante su esplendor.
El sol de los faraones era tan maravilloso
que todavía la humanidad asegura
que eran los herederos de los dioses.