Por José Antonio Viera-Gallo
Una de las características del actual Gobierno es que cuesta percibir cual es su propósito. Obviamente no basta con leer su programa. Sabemos que una cosa son las promesas de campaña y otra bien diferente el manejo del poder, aunque los gobernantes tengan las mejores intenciones, siempre se topan con los imprevistos del día a día, con el dinamismo de las demandas sociales, con los vaivenes internacionales, en una palabra, con todos los factores que ningún gobierno controla. Pero en el proceloso mar de conducir el Estado hay gobiernos que logran mantener una brújula: saben hacia donde quieren enrumbar la nave; otros en cambio se dejan llevar por las corrientes marinas y los vientos de la fortuna.
Pero en el proceloso mar de conducir el Estado hay gobiernos que logran mantener una brújula: saben hacia donde quieren enrumbar la nave; otros en cambio se dejan llevar por las corrientes marinas y los vientos de la fortuna.
El gobierno de Sebastián Piñera parece ser de estos últimos. Vive la coyuntura, los vaivenes de los mercados, el humor de la sociedad y los caprichos de la opinión pública reflejada en encuestas constantes. Ese parece ser su barómetro. Pero como las circunstancias cambian, corre detrás de una aprobación que se le escapa.
Su principal promesa fue el crecimiento económico y la creación de empleo. Hasta ahora su desempeño en este campo es pobre.
Su principal promesa fue el crecimiento económico y la creación de empleo. Hasta ahora su desempeño en este campo es pobre. El Gobierno culpa a la situación internacional marcada por la guerra comercial entre EE.UU. y China. Apela a un factor al cual, siendo oposición, le negaba a la segunda administración de M. Bachelet. Pero pasando esta incoherencia por alto, no se puede negar que hay factores internos que frenan la inversión. No nos referimos a trabas estructurales, sino a lo que los empresarios llaman las expectativas, que hoy parecen diluirse en la bruma de las noticias. Entonces, el Gobierno culpa a la oposición por el retraso en la discusión de sus proyectos emblemáticos, como si no fuera un dato de la realidad que el Parlamento tiene una mayoría legítima con otra orientación política.
Apela a un factor al cual, siendo oposición, le negaba a la segunda administración de M. Bachelet.
El Gobierno debe aprender a negociar en el Congreso. Para lo cual no debe plantearse metas que sabe de ante mano que no son alcanzables, salvo que pretenda realizar una política testimonial. Debe ir paso a paso buscando puntos de convergencia con una oposición que, por el cambio en el sistema electoral, hoy aparece variada y diferente, a veces actuando unida, a veces dividida. Pero no ha sabido hacerlo.
Eso queda de manifiesto con el anuncio presidencial hecho solemnemente al rendir cuenta del Estado de la Nación ante el Congreso Pleno, de su voluntad de introducir cambios institucionales que pudieran poner remedio a la crisis de confianza de las instituciones republicanas. Todos entendimos que se trataba de una tarea significativa encargada al Ministro del Interior para lograr acuerdos que permitieran hacer cambios constitucionales y legales de envergadura en el Congreso, el Tribunal Constitucional, la Contraloría, los Tribunales, el Ministerio Público, las FF.AA., etc.
El Ministro del Interior se reunió con las más altas autoridades del país. A poco andar, sin embargo, esos propósitos reformistas fueron perdiendo envergadura. Se habló, entonces, del número de parlamentarios y de su fuero, de la duración de los miembros del Consejo de Defensa del Estado y de la exclusividad de su función. Luego vino el balde de agua fría. La coalición de Gobierno en la Moneda solicitó al Gobierno postergar la tarea de saneamiento de las instituciones para priorizar “la agenda que interesa a la gente”. El Presidente no quiso dar su brazo a torcer y replicó que enviaría los proyectos uno a uno. Así se disipaba definitivamente la posibilidad de una transformación constitucional y de cambios a la altura de los desafíos.
El Ministro del Interior se reunió con las más altas autoridades del país. A poco andar, sin embargo, esos propósitos reformistas fueron perdiendo envergadura.
El motivo de este brusco cambio de rumbo no puede ser otro que las diferencias en Chile Vamos y el propio Gobierno sobre el contenido del anuncio presidencial. Si hemos terminado en algo como cuenta gota, entonces, no debía el Presidente haber anunciado el tema en su cuenta pública en forma relevante. O tal vez el propio Presidente no tenía tampoco muy claro lo que quería y buscaba un efecto comunicacional que sería necesariamente pasajero.
El motivo de este brusco cambio de rumbo no puede ser otro que las diferencias en Chile Vamos y el propio Gobierno sobre el contenido del anuncio presidencial.
Cabe señalar que si hubiera verdadera voluntad política, en el Parlamento se pueden discutir variados temas en forma simultánea. La reforma constitucional del 2005 nació de dos proyectos presentados por 4 senadores de gobierno y 4 de oposición, que dieron el puntapié inicial a un debate parlamentario arduo y complejo que duró tres años y que tuvo como resultado poner término a los principales enclaves autoritarios que habían marcado la transición. ¿Por qué no se podía repetir ahora la experiencia? La diferencia es que el Presidente Lagos y su Ministro del Interior José Miguel Insulza tenían claro desde un comienzo el objetivo que perseguían. No lograron todo lo que buscaban – quedó vigente el sistema electoral binominal – pero concretaron un significativo paquete de reformas que marcó una nueva etapa en nuestro desarrollo político. Ahora se podría haber hecho otro tanto. Lo que sucede es que no se sabe cuál es la voluntad de la Moneda ni el contenido del encargo al Ministro Chadwick. Tampoco son públicos los desencuentros al interior de la Moneda ni de la coalición gobernante.
Lo que sucede es que no se sabe cuál es la voluntad de la Moneda ni el contenido del encargo al Ministro Chadwick. Tampoco son públicos los desencuentros al interior de la Moneda ni de la coalición gobernante.
El tiempo se le escurrió entre las manos al Gobierno para haber logrado lo que M. Bachelet no pudo realizar en su segundo mandato. Ahora el tema, nuevamente, volvió a quedar en el ámbito de la academia y de los debates de los expertos y analistas del estado de nuestra democracia.
A estas alturas, con la crisis económica internacional golpeando nuestras puertas, no cabe duda que el Gobierno no pueda simplemente tomar nota del bajo crecimiento y el alto desempleo y confiar mecánicamente en que las cosas mejorarán el segundo semestre.
A estas alturas, con la crisis económica internacional golpeando nuestras puertas, no cabe duda que el Gobierno no pueda simplemente tomar nota del bajo crecimiento y el alto desempleo y confiar mecánicamente en que las cosas mejorarán el segundo semestre. Debe tomar un papel activo. Debiera poner en marcha una política contra cíclica impulsando obras públicas y aumentando el poder adquisitivo de los ciudadanos para hacer frente a la amenaza. El Banco Central hizo su parte bajando la tasa de interés. Ahora la pelota está en manos del equipo económico del Gobierno.
Así se hizo ante la crisis del 2008 durante el primer gobierno de M. Bachelet y se echaron las bases de una reactivación que benefició al país durante la primera administración de S. Piñera. Fue una decisión meditada y exitosa, que la gente entendió y respaldó. El actual Gobierno debe salir de actitud impávida y notarial, tomando nota de lo que pasa. Gobernar es conducir en tiempos tranquilos y también cuando se acerca la tormenta.
Así se hizo ante la crisis del 2008 durante el primer gobierno de M. Bachelet y se echaron las bases de una reactivación que benefició al país durante la primera administración de S. Piñera.
Si el Gobierno enfrentara la realidad y se sacudiera de su frenesí de activismo y reflexionara, haciendo un planteamiento serio al país de cómo enfrentar los desafíos de la actual coyuntura, es seguro que obtendría respaldo ciudadano y la oposición, o al menos una parte de ella, respondería positivamente. Entonces, la gente sentiría que existe una autoridad que tiene firme el timón y que, pese a las dificultades, sabe como sortear el mal tiempo y alcanzar importantes logros de progreso y bienestar.
Los próximos meses el debate se centrará en la Ley de Presupuesto y los parámetros para definirlo. Será una ocasión propicia para que el Gobierno se afirme en el timón y consulte la brújula.
Los próximos meses el debate se centrará en la Ley de Presupuesto y los parámetros para definirlo. Será una ocasión propicia para que el Gobierno se afirme en el timón y consulte la brújula. Porque los años que le quedan estarán marcados por la contienda electoral. Los candidatos oficialistas tenderán a apartarse del Gobierno si este no logra posesionarse de la situación y los de oposición tendrán el desafío de perfilar una alternativa seria y creíble para conducir al país. Si ninguna de estas cosas se realizan, entonces no nos extrañemos que la opinión pública se incline por opciones que amenazan el rumbo básico del camino seguido por el país desde el retorno a la democracia y que – como en otros países de América Latina – predomine el “voto negativo”, es decir, que la gente vote no por adhesión a un candidato y su proyecto sino para evitar que gane el adversario y viceversa. Así se generaría un gobierno con escasa legitimidad y poca capacidad para conducir al país.
Así se generaría un gobierno con escasa legitimidad y poca capacidad para conducir al país.