Nicolás Maduro parece ser incombustible. Ni la extendida y profunda crisis política, económica, social y humanitaria que vive Venezuela, profundizándose día a día consiguen desestabilizarlo. Tampoco las masivas movilizaciones sociales reclamando su destitución. Menos que exista un “presidente encargado” reconocido por más de 50 países. No lo mueven las sanciones económicas o las recurrentes amenazas de intervenciones extranjeras. Allí está. Aparentemente sólido. Con el apoyo de las FF.AA., que resisten impertérritas los cantos de sirena que los llaman a la insurrección, y las fieles huestes chavistas, que lo apoyan pese a las duras condiciones que vive el país.
Ante las amenazas, sanciones y aislamiento Maduro no está sólo. Tiene el apoyo de China, Rusia e Irán, que no es poco. Estos países, fuertemente enfrentados con EE.UU. le han concedido generosos créditos sin los cuales Venezuela habría colapsado. Le han entregado ayuda humanitaria y proveído de productos esenciales para paliar el desabastecimiento generalizado. Y, ciertamente se suma Cuba, su principal aliado. De una cierta manera, Venezuela se ha transformado en una pieza del conflicto global.
Ha resistido todo. Incluso las instancias de diálogo propiciadas por diversos gobiernos y personalidades internacionales, que infructuosamente buscan una salida política a la crisis que vive ese país.
Y Maduro ahora va por más. Por el control de la Asamblea Legislativa, hasta con mayoría opositora pese a sus reiterados esfuerzos por quebrarla y dividirla. Por lo mismo convocó a nuevas elecciones legislativas para fines de este año. Unas elecciones rechazadas no tan sólo por la mayoría de la oposición sino por la comunidad internacional, sosteniendo que no se dan las garantías democráticas para su realización.
Pero Maduro ha elegido un buen momento para convocarlas. El momento de mayor debilidad de la oposición, fuertemente dividida y fracturada. Agotada tras múltiples esfuerzos para desestabilizar al gobierno. Lo han intentado todo o casi todo. Protagonizaron múltiples y sostenidas movilizaciones en contra del régimen, llamaron a la puerta de los cuarteles, designaron un “presidente encargado”, intentaron canalizar una ayuda humanitaria, con el concurso de Colombia la ayuda norteamericana y la desafortunada presencia del presidente chileno. Invocaron el Tratado Interamericano de Defensa. Aprobaron un torpe intento de desembarco de un grupo de aventureros. Y nada. Maduro sigue allí.
A estas alturas Juan Guaidó es una figura anecdótica y desgastada. La oposición está dividida y reflota la vieja disputa por su liderazgo. Una tensión que el oficialismo está aprovechando para negociar con el sector que lidera Henrique Capriles, excandidato presidencial que mantiene una histórica disputa con Leopoldo López, uno de los líderes de la oposición que protagonizó fuertes movilizaciones, siendo detenido y luego liberado por Guaidó en el marco de un frustrado intento de asonada militar. Hoy es huésped de la embajada española en Venezuela, desde donde ejerce su liderazgo en el sector de la oposición que apoya al presidente encargado.
El juego de quebrar a la oposición y terminar con el “presidente encargado”
Las negociones parecen avanzadas. Sorpresivamente el régimen de Maduro procedió a “indultar” a 110 dirigentes opositores presos, exiliados o bajo persecución, entre ellos 25 parlamentarios, pese a que muchos de ellos no enfrentan acusaciones ni requerimientos judiciales. Anteriormente el gobierno había resuelto cambiar la prisión del diputado Juan Requesens, por arresto domiciliario.
Sorpresivamente el régimen de Maduro procedió a “indultar” a 110 dirigentes opositores presos, exiliados o bajo persecución, entre ellos 25 parlamentarios
Ese sería parte del precio establecido por Henrique Capriles para legitimar las elecciones legislativas de fin de año y participar como candidato. Ciertamente es un duro golpe para Guaidó, Leopoldo López y la oposición más dura al régimen chavista. Una jugada que obviamente descoloca a la opinión pública mundial y a buena parte de la oposición venezolana, que demandaba garantías democráticas y la postergación de las elecciones legislativas.
Ese sería parte del precio establecido por Henrique Capriles para legitimar las elecciones legislativas de fin de año y participar como candidato. Ciertamente es un duro golpe para Guaidó, Leopoldo López y la oposición más dura al régimen chavista.
No es evidente que la astuta jugada de Maduro pueda resultar. Habrá que ver si logra darle un viso de legitimidad a esas elecciones. Y aún falta verificar el grado de participación, la corrección del proceso y sus resultados. Pero parece evidente que ha logrado introducir una potente cuña en el seno de la dividida y fracturada oposición venezolana.
Sin lugar a dudas Capriles asume un gran riesgo al involucrarse en esta negociación que deja en evidencia las profundas fracturas en la oposición. Pero también Guaidó enfrenta serios problemas derivados de sus sucesivos fracasos y el agotamiento de su estrategia para desestabilizar al régimen de Maduro.
Ambos se juegan su futuro político en esta elección. Capriles debe asumir la responsabilidad por legitimarla y Guaidó por desconocerla. Su última esperanza era que el gobierno de Donald Trump se decidiese, de una vez por todas, a intervenir militarmente en el país. Tal como lo hiciera antes en Granada y una larga lista de intervenciones abiertas o encubiertas en la región.
Pero no son buenos tiempos para ese tipo de aventuras, de cara a la próxima elección presidencial en donde Trump arriesga su reelección. Quizás se decida si lograra ganar (por ahora, la tiene difícil). Hasta ahora se ha limitado a amenazar, sin descartar del todo esa alternativa. Ha endurecido las sanciones, acusando al régimen chavista de narco terrorismo y ha desplegado fuerzas navales en la zona, sin llegar aún al bloqueo.
Pero no son buenos tiempos para ese tipo de aventuras, de cara a la próxima elección presidencial en donde Trump arriesga su reelección.
Todo aquello no es suficiente para amedrentar a Maduro y su régimen. Y tampoco para disuadir a las FF.AA. de restar su lealtad con un régimen del cual forman parte sustancial.
Todo aquello no es suficiente para amedrentar a Maduro y su régimen. Y tampoco para disuadir a las FF.AA. de restar su lealtad con un régimen del cual forman parte sustancial.
La verdadera interrogante es cuánto pueda prolongarse y agudizarse la larga crisis que vive Venezuela. Y hasta dónde su pueblo puede soportarla. Las próximas elecciones legislativas, en la eventualidad de realizarse, no necesariamente pueden contribuir a superarla y existen claros riesgos que contribuyan a profundizarla,