Una de las primeras novelas del autor francés se enfoca en un hombre que se afeita el bigote, pensando en un giro radical en su vida. Sin embargo, nadie parece percatarse de lo que hizo. El cuestionamiento es inmediato. Desesperación y humor negro son los elementos con los que se construye la singular trama de la historia.
“¿Lo hice o no lo hice?” “¿Está o no está?”, son algunas de las preguntas que me hago a diario cuando busco o necesito algo. Reconozco que soy un poco despistado, pero “El bigote”, de Emmanuelle Carrere (1957) realmente me hizo reflexionar. Se trata de una de las primeras novelas del francés autor de las desequilibrantes “El adversario” (2000), “Limonov” (2011) y ahora último “Yoga” (2020). Escrita en 1986 y editada en español el 2015, “El bigote” explora los designios más profundos y erráticos de la raza humana. Un hombre se afeita el bigote con el objetivo de sorprender a su mujer, a sus amigos, Cuando se lo corta se da cuenta de que nadie nota el cambio, es entonces cuando comienza a cuestionarse sobre la verdadera existencia del bigote, de lo que implica en su personalidad en su vida. Su mujer le asegura que él nunca ha tenido nada en la cara. Es ahí cuando comienza el viaje vertiginoso al cuestionamiento, un delirio kafkiano que se sostiene durante toda la novela que constantemente marea al lector, quien sin quererlo se identifica y cuestiona al mismo nivel que el protagonista. Carrere, como narrador, juega con el humor negro y se burla de la desesperación del protagonista porque no se sabe lo que puede pasar y porque sus inquietudes son realmente parte de una fuerte crisis de personalidad que pueden reventar en cualquier momento.

La primera vez que leí “El bigote” no pude dejar de pensar en otras obras que relacioné de inmediato con este relato claustrofóbico, siempre al borde del abismo. Me acordé del cuento “La nariz” (1836), del ruso Nicolás Gogol (1809 – 1852), autor acostumbrado a jugar con el absurdo y que en su relato narra la historia de un funcionario que despierta un día y se da cuenta de que ha perdido su nariz. Lo más interesante es que esta toma vida propia y, al hacerlo, adquiere una personalidad fuerte y un carácter que la lleva tener un rango más alto que el de su propio dueño como consejero de Estado y a pasearse por la ciudad ostentando su importancia. En este caso, la burla se hace presente en todo el relato, la ridiculización del personaje que se queda sin nariz, la deshonra crece y crece, sacando verdaderas sonrisas de placer en los lectores. Gogol se ríe solapadamente de las autoridades y de las apariencias. Un hombre vencido por su propia nariz es quizás el paradigma de lo absurdo. La diferencia del relato de Gogol con el de Carrere es el tono. El francés juega con la angustia, la desesperación, en cambio el ruso le da vida a uno de los cinco sentidos fundamentales del ser humano para ridiculizar a los demás y reírse de sí mismo. En ambas situaciones la honra está en juego, esa insoportable levedad con la que cada individuo debe relacionarse con el resto. El salto al vacío, el derrumbe, la desesperanza completa.

Otra de las obras que se me vinieron a la cabeza cuando leí “El bigote”, fue la película “The big shave” (“La gran afeitada”), un cortometraje dirigido por Martin Scorsese en 1967 que muestra un hombre que se afeita en un baño al ritmo de “I can’t get started”, de Bunny Berigan. Al principio, la escena parece tratarse de un comercial de hojas de afeitar de la época hasta que caen las primeras gotas de sangre en el lavatorio y el protagonista plácidamente se sigue afeitando y se destroza la cara. Se ha dicho que el corto es una crítica a la guerra de Vietnam o al ego masculino, lo cierto es que la brutalidad de Scorsese es sorprendente y desgarradora, casi tan inquietante como el sufrimiento del personaje principal de “El bigote”, que permanece inmerso en un mundo fatuo del que termina desconfiando plenamente.

Posiblemente “El bigote” no sea la mejor novela de un escritor y periodista que se caracteriza por introducirse plenamente en la investigación de sus obras, que se mete en la piel de sus protagonistas como lo hizo en “El adversario” y en “Limonov”. Sin embargo, el libro publicado por primera vez en 1986 se deja leer por el juego de creer o no creer, el margen que divide la fantasía de la cordura. Por la simple imagen de un mostacho, un elemento casi ornamental que es capaz de crear un status, y puede también cambiar una vida entera.