El pequeño ente biológico recién salido del vientre materno comienza a ser educado de inmediato. Es introducido en el mundo por su cuidador más cercano, usualmente la madre. El uso de las cosas diversas a su alrededor y el trato con los seres humanos que se relacionan con él, ameritan una educación constante. El aprendizaje se basa en confiar en la persona que hace, más o menos, la siguiente promesa: “haz lo que te digo y todo irá bien”. Una confianza fundamental.
Paso a paso el(la) infante empieza a comprender el mundo, manejando instrumentalmente las cosas a su alrededor y tratando a las personas que lo rodean. Adquiere como suyo el mundo adulto de la mano de su educador. Con este recibe más que entrenamiento para desempeñar comportamientos adecuados en situaciones determinadas. Adquiere una comprensión holística del mundo y de quién es él o ella, encarnada en la obediencia a normas de uso instrumental, normas de trato y comportamiento adecuados, normas éticas, normas morales. Podemos imaginar los efectos holísticos que la simple norma “siéntese derecho” o “cruce bien las piernas” tendrá para el aprendiz. Y adquiere también disposiciones a ser afectada emocionalmente, que acompañan íntimamente al mundo comprendido. Vergüenza en cierta clase de situaciones, curiosidad o temor ante lo desconocido, rabia o indiferencia ante lo injusto, impavidez o afán solidario con el dolor ajeno, pasiones, erotismos, pulsiones estéticas… No podemos ser plenamente conscientes de todo lo que moldeó y depositó nuestra educación, que moviliza nuestro comportamiento sin mediar reflexión.
Podemos imaginar los efectos holísticos que la simple norma “siéntese derecho” o “cruce bien las piernas” tendrá para el aprendiz.
Y desde infantes somos educados en tradiciones históricas. Quizá si el mundo de normas y artefactos instrumentales puede ser uno solo para todos, pero rara vez el de normas morales de bueno y malo, éticas de trato social y estéticas, que provienen de narrativas y creencias diversas. A cierta edad nos encontramos instalados con familiaridad en un mundo de tradiciones cargadas de sentido, actuando con las habilidades requeridas y la emocionalidad sintonizada; y haciéndolo sabemos con certeza qué persona somos. Hechos hábito, conscientes a medias
A veces escucho a quienes creen que primero es la ley, las normas explícitas. Que ellas determinan nuestra conducta. La ley se lee, se entiende con la razón, se es consciente de ella, se obedece a la fuerza si es necesario… Hay que preguntarles a los niños de colegio si la fuerza es alguna vez suficiente. La verdad es que comprendemos la ley desde el ser poseído por las tradiciones normativas y disposiciones afectivas que somos. Desde éstas confrontamos a aquella. ¿Seguir al pie de la letra las reglas tributarias? ¿Obedecer las leyes del tránsito? ¿Seguir personalmente las reglas sanitarias? ¿Subordinar la ley a nuestras normas y sentimientos sobre lo justo o injusto?
Hay que preguntarles a los niños de colegio si la fuerza es alguna vez suficiente.
¿Subordinar la ley a nuestras normas y sentimientos sobre lo justo o injusto?
Por experiencia propia sé que obedecemos la ley solo después de interpretarla personalmente. Y mientras más perfectas son las leyes escritas y más dan por supuesto a un ser inspirado en altos valores que lo exigen en forma abstracta más allá de quien es históricamente, más ácido es el ánimo de cinismo que produce el contraste cotidiano entroe lo exigido y lo cumplido; la diferencia entre la verdad ideal y la real; lo políticamente correcto.
Por experiencia propia sé que obedecemos la ley solo después de interpretarla personalmente.
más ácido es el ánimo de cinismo que produce el contraste cotidiano entroe lo exigido y lo cumplido; la diferencia entre la verdad ideal y la real; lo políticamente correcto.
¿Para qué todo este rollo? Para insistir, en momentos constituyentes, en que no nos exijamos más allá de quienes somos. No regulemos la vida para un ser ideal que no existe; ni en los demás ni en nosotros mismos. Personalmente me comprometo a tener presente la posibilidad de una viga en mi ojo cada vez que perciba una paja en el ajeno. Situarme, reconocerme finito, atemperarme.
Personalmente me comprometo a tener presente la posibilidad de una viga en mi ojo cada vez que perciba una paja en el ajeno.