Por F. Kotermann
A diferencia de tantos mis vacaciones se hicieron largas. Mi estadía en el extremo austral no logró sacarme una cierta ansiedad por el regreso a la capital. Pudo incidir tanta inquietud y relato que recibí de chileno(a)s y turistas extranjeros que hacían preguntas para las que no tuve respuestas. ¿Qué se viene con el plebiscito del 26 de abril? ¿Y después qué? La intensa actividad física y la última novela de Germán Marín desviaban y aliviaban algo mi atención. Con Marín conversé un último café el año pasado y lamenté mucho su partida. Era tan franco para decir las cosas (algo no tan frecuente en tantos chilenos). Fue un verano de despedidas, como siempre ocurre y ocurrirá. Pero creo que se fueron más buenas que malas personas. Armando Uribe, Mónica Echeverría, José Zalaquett(lo conocí hace tantos años) y, ahora, el sublime Ernesto Cardenal y mi querido James Lipton, gran conversador en tardes neoyorkinas. Que tengan buen viaje, el mismo que espero cuando me llegue la hora. Parezco frío, pero me conmueven las despedidas y quedo en silencio.
Entiendo el estrés de los santiaguinos que no se detuvo en febrero y se acentúa con el inicio de marzo. Recuerden que mi departamento es próximo a la rebautizada Plaza de la Dignidad y las autoridades no han aplicado ninguna reparación a las instalaciones públicas, más allá del verbo del alcalde y alcaldesa responsables del maltratado sector capitalino.
Ingenuos los que imaginaron una “normalidad” que parece haberse ido para siempre.
Me fue suficiente escuchar tres veces a Sebastián para entender lo que ocurre. Más allá de su obsesión represiva, reiterada hasta el agotamiento de los televidentes con la colaboración del conductor de TVN Matías del Río – me ahorro las calificaciones a su servil funcionalidad con el supuesto “entrevistado” – deduzco que el ahora muy dependiente Sebastián de sus pastillas estabilizadoras del ánimo para atenuar los efectos post depresión después de la suspensión de las dos grandes cumbres mundiales que presidiría en Chile, transita aceleradamente(como dice el doctor Sotomayor) a un creciente descerebramiento agresivo, que requiere de una urgente internación en la mejor de las clínicas psiquiátricas a las que afortunadamente – también para Cecilia, que debe soportar horrores cotidianos que se manifestaron, por ejemplo, durante la reciente intervención pública de su esposo respecto del rol de las mujeres en la sociedad – puede acceder sin problemas de costo.
Es probable que alguno(a)s de los lectores lean lo ya señalado con reservas o cierta incredulidad por la crudeza de mi afirmación. Lo dejo abierto a los especialistas, pero mi cercanía hasta hace pocos meses con Cecilia y ciertamente con el propio Sebastián, me respalda y lo hago público en este generoso espacio como un aporte a la urgente racionalidad y responsabilidad del mandatario en un momento histórico tan trascendente como el proceso constituyente en curso.
Una primera autoridad del país obsesionado con su amenaza policial y armada para inhibir la participación y movilización ciudadana es más que riesgosa cuando Carabineros de Chile continúa reprimiendo indiscriminadamente, con generoso nuevo equipamiento, en medio de su corrupción sistémica y descontrol manifestado cotidianamente con un impacto internacional tan desastroso, como lo ha percibido el propio Sebastián en la condena mundial por los centenares de enceguecidos, las víctimas fatales y miles de detenidos en los últimos meses.
la condena mundial por los centenares de enceguecidos, las víctimas fatales y miles de detenidos en los últimos meses.
Quizás, con todo lo que puede involucrar, Cecilia, que conoce como nadie la soberbia machista de Sebastián y el estado actual de sus neuronas, puede tener la última palabra. Yo cumplo con haberlo advertido y me someto a las pruebas clínicas que sean necesarias para respaldar mis asertos.
Atentamente
Frank Kotermann