Escala de Valores. Por Mario Valdivia V.

por La Nueva Mirada

Alguien usó el término “escala de valores”. Sin querer ofender, imagino, ofendió. Otros oyeron “escala de valores”, e involuntariamente, supongo (aunque hay vivarachos), se ofendieron. Terribles palabras con semejante capacidad de producir ofendidas, ofensoras y ofensas.

Me asombra que ocurra. No creo que actuemos basadas en escalas de valores. Para nada. O sea, para efectos prácticos, no creo que ellas existan… Bueno, puede que en libros de texto.

Recuerdo que en los años ochenta los computines de Silicon Valley creían que la inteligencia artificial estaba a la vuelta de la esquina. Ya habían inventado programas que elegían en forma inteligente la mejor alternativa para alcanzar fines determinados. Para hacerlos más parecidos a los humanos, y permitir que evaluaran sus propios fines, había que agregarles escalas de valores, dijeron. Bueno, como los valores son datos, o sea unos números más en los programas, las escalas de valores terminaron por ser números ordenados de mayor a menor que produjeron unos robots que hacían evaluaciones entre fines comparando los valores de sus escalas. Todas las decisiones justificadas por numeritos máximos. Muy poco humanos.

Actuamos constantemente en situaciones que escapan de la claridad que exige la aplicación de escalas de valores. No sé a ustedes, pero me pasa a mí. Siempre he supuesto que en eso consiste precisamente ser humano. Tironeadas en direcciones diversas, nunca sabemos del todo qué hacer. Consultamos nuestras escalas de valores (quizás anotadas en una libretita personal o en un librote santo grupal), y no nos sirven mucho. Pero tenemos que tomar responsabilidad de todas maneras. La acción es ineludible, las escalas de valores lucen por su ambigüedad, o bien nos rigidizan dogmáticamente. En lo chico y lo grande. ¿Criar hijos basadas en escalas de valores, amar, crear amistades, relaciones sociales, asociaciones, empresas, agrupaciones políticas y gobiernos basadas en ellas?… Por algo el oráculo de Delfos era oscuro. Y qué decir de algunas parábolas de Jesucristo.

Suponer que nos podemos comparar valórica y moralmente haciendo comparaciones entre nuestras respectivas escalas de valores, tiene algo definitivamente infantil. Los niños se organizan así cuando juegan; por eso pelean a menudo y se ofenden con facilidad. Para mí no es el infantilismo de la edad, sino del que siempre está detrás del racionalismo. Moverse calculando datos (buscando promedios, órdenes, modas, porcentajes, desviaciones estándar, máximos y mínimos…) v/s moverse inventando modos de rearticular lo que no puede conciliarse en forma explícita, ni cabe en escalas, ni puede medirse.

Tengo un amigo, seguramente un poco tímido, empeñado en convertir en ley de la república el derecho a recibir contacto visual sostenido durante diez segundos cada vez que nos encontremos con otras personas. Más tiempo será permitido, con un máximo de veinte segundos; menos, prohibido. Tras mi evidente reticencia cree adivinar una incredulidad de que sea posible asegurar el cumplimiento de semejante regla. Me explica de inmediato que las tecnologías actuales – incluidos los implantes retinianos, la internet de las cosas y la big data -, permitirán fiscalizarla con facilidad. Imagino que una posibilidad de ordenamiento racionalista como esa obligará a las personas a preservar su humanidad escondiéndose en los no espacios que dejan las infraestructuras, o a catear la laucha en oscuros semi espacios marginales. Pero no le digo nada. Capaz que vaya contra algún valor elevado.     

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