147
De niño me gustaba mirar a mi prima
cuando se bañaba desnuda en la piscina
como si fuera una sirena.
A mis compañeras de curso
cuando fumaban marihuana
y se ponían a bailar como unas locas.
A un amigo que jugaba ajedrez
y nunca perdía como si fuera
un verdadero maestro soviético.
A una monja que en el confesionario
se besaba apasionadamente
con el cura de la parroquia.
A un joven que robaba remedios
en la farmacia del barrio
para curar a su madre enferma.
A un mendigo que se hacía el ciego
pero que luego miraba con entusiasmo
a las liceanas que se sentaban en la plaza.
A una mujer que colocaba una flor
en una fosa común donde enterraron
a su primer amor.