Carlos Fortín, Jorge Heine y Carlos Ominami han planteado en la publicación de Foreign Affairs, en español, edición de julio-agosto 2020 y reproducido en este medio, el artículo titulado Latinoamérica: no alineamiento y segunda Guerra Fría. Rico en su contenido, los autores plantean una doble e interesante tesis respecto a que el crecimiento y expansión económica global de la República Popular China y su enfrentamiento por materias comerciales con los Estados Unidos, que han llevado al mundo “a los albores de una segunda Guerra Fría” y que la respuesta de nuestra región debiera ser el no alineamiento activo.
Sostienen que “en momentos que se inicia una nueva Guerra Fría, en que el regionalismo latinoamericano atraviesa por una profunda crisis, y en que las cancillerías no tienen respuestas para enfrentar este dilema geopolítico, el no alineamiento activo representa una opción”. Es decir, tenemos un diagnóstico, como sería la Guerra Fría que se inicia, y frente a ello, un camino para los países latinoamericanos, de no tomar partido por ninguna de las dos potencias y levantar el no alineamiento activo, como respuesta colectiva de la región.
La primera duda que surge al intentar contrastar esta tesis con la realidad es si efectivamente se ha iniciado una nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y China, así como si se encuentra bajo amenaza la paz mundial, como ocurrió en el siglo XX. Al examinar la historia y en particular desde el término de la Segunda Guerra Mundial, tenemos que, desde los acuerdos de Yalta, en 1945, que consistieron básicamente en la repartición de Europa entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, las dos grandes potencias vencedoras, se incubaron los gérmenes de lo que sería la Guerra Fría y que se consolidó con la construcción del Muro de Berlín, que dominó el escenario mundial hasta la caída de éste, en 1989.
Entre 1945 y la desaparición de la URSS, el mundo asistió a la creciente rivalidad de esas dos potencias que pusieron a la humanidad al borde una guerra nuclear. El surgimiento de las poderosas alianzas militares, como la OTAN y del Pacto de Varsovia, junto a la Guerra de Corea y el debut de la CIA en 1953, con el golpe de estado en Irán, donde Estados Unidos e Inglaterra derribaron al gobierno que intentaba nacionalizar el petróleo.
Entre 1945 y la desaparición de la URSS, el mundo asistió a la creciente rivalidad de esas dos potencias que pusieron a la humanidad al borde una guerra nuclear.
La descolonización de África y países asiático, la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, la crisis de los misiles en ese país en octubre de 1962, la Revolución de Nicaragua apoyada por los cubanos al igual que lo hicieron en luchas armadas en África y varios países de América Latina, la “Contra” nicaraguense financiada por Washington, la guerra de Argelia, el conflicto árabe-israelí que se extiende hasta hoy con las guerras de los 6 días y de Yom Kipur; las guerras de Angola, Mozambique, Timor, la de Afganistán, las guerrillas latinoamericanas, golpes de estado y numerosos conflictos armados donde siempre las fuerzas en lucha encontraban apoyo militar, político y/o económico de la parte occidental o del campo socialista, incluyendo a China en uno pocos casos.
El marco histórico, por tanto, para el surgimiento de los países No Alineados, cuyo origen como muy bien recuerdan los autores en su artículo, se sitúa en la Conferencia de Bandung en 1955, es completamente diferente a lo que presenciamos hoy en la escena internacional. En 1961, en Belgrado, en la Yugoslavia de Tito, se formalizó de manera oficial el Movimiento de Países No Alineados (NOAL). Al examinar los intereses de los actores que le dieron origen, se distiguen claramanete los de los países fundadores que se sentían amenazados por alguna de las potencias. La India, Egipto o Indonesia, había recientemente dejado atrás el pasado colonial, se libraban luchas armadas y políticas por la descolonización y el retiro de las fuerzas europeas de los países africanos. El apartheid gobernaba en Sudáfrica; abundaban los movimientos de liberación y se buscaba la independencia en países del Asia, en el Caribe y en América del Sur, donde Guyana la obtuvo en 1966 y Surinam en 1975. En el caso de Yugoslavia, su temor permanente era la eventual invasión de su territorio por la URSS y las fuerzas del Pacto de Varsovia, donde limitaba con Rumania y Bulgaria. La ruptura de Tito con Stalin le había costado la expulsión, en 1948, del llamado Kominform, dirigido desde Moscú y el repudio del movimiento comunista internacional. Es decir, los NOAL fue la respuesta natural a las amenzas del colonialismo, del imperalialismo de Estados Unidos, que dejó su impronta en América Latina, como muy bien recuerdan los autores, y del soviético, que mantenía capturados a los países socialista de Europa, excluyendo a Yugoslavia.
es completamente diferente a lo que presenciamos hoy en la escena internacional.
Difícilmente se pueden comparar las circunstancias del siglo pasado con las actuales. La historia no se repite. Sin duda que la República Popular China pasó a ser una potencia global y por tanto con intereses en todo el planeta lo que muy bien ha aprovechado ocupando espacios de las ex potencias coloniales o conquistando nuevos, como ha ocurrido en América Latina y copando los organismos internacionales, entrando a disputar la hegemonía estadounidense. La competencia por los mercados y el desarrollo de tecnologías o incluso de vacunas, como lo vemos en la actual pandemia que golpea al mundo, la han agudizado, pero dista mucho de poder ser llamada Guerra Fría, al menos en los términos clásicos conocidos.
Difícilmente se pueden comparar las circunstancias del siglo pasado con las actuales.
dista mucho de poder ser llamada Guerra Fría, al menos en los términos clásicos conocidos.
A diferencia de Estados Unidos, las intervenciones armadas o conjuras para derribar gobiernos por parte de China han sido muy escasas. Intervinieron en Vietnam, cuando este país invadió Camboya, su aliado, en 1978. Sostuvieron escaramuzas fronterizas con la ex Unión Soviética en 1969 y una breve guerra con India, en 1962, y choques fronterizos en 1967, 1975 y recientemente, en la frontera en Cachemira. Beijín se han negado a apoyar a grupos guerrilleros de tendencia maoísta, en Nepal y nunca apoyaron la guerra o guerrilla de Sendero Luminoso, en Perú. Su doctrina y principios de coexistencia pacífica, que incluye el de no intervención en asuntos de otros países, la conocemos bien en Chile, cuando no dudaron en reconocer la dictadura militar de Augusto Pinochet, en 1973, pese a que el derrocado presidente Salvador Allende había sido el primer gobierno suramericano en establecer relaciones diplomáticas con China.
no dudaron en reconocer la dictadura militar de Augusto Pinochet, en 1973, pese a que el derrocado presidente Salvador Allende había sido el primer gobierno suramericano en establecer relaciones diplomáticas con China.
En cuanto al movimiento NOAL, ha perdido la fuerza y relevancia que tuvo en el siglo pasado. Fidel Castro, en la Cumbre de La Habana en 1979, contribuyó a desnaturalizar a los NOAL al levantar la tesis que los aliados naturales eran los países socialistas. El mariscal Tito, quien viajó para defender el no alineamiento, un año antes de fallecer, se opuso claramente a ello. Para América Latina los NOAL fueron sinónimo de una clara posición anti – imperialista y de respuesta a las políticas de Estados Unidos, a su larga historia de aprovechamiento de recursos naturales, planificación de golpes de estado e intervenciones militares que muy bien señalan los autores. Hoy, como también destacan, los países grandes del continente se han retirado de los NOAL, vale decir México, Brasil y Argentina. Chile hace acto de presencia por razones pragmáticas, pero sin ningún convencimiento. Difícilmente volverán los NOAL a tener el brillo y relevancia que alcanzaron en el sistema internacional en el siglo pasado.
El no alineamiento activo, que proponen los autores, es una opción, pero lejos de la realidad.
Fortín, Heine y Ominami indican en su artículo: “Para Washington, Latinoamérica debe alinearse con sus posiciones, restringir el comercio con China y no aceptar más inversiones de ese país. China, en cambio, ha acentuado su ofensiva diplomática en la región, con iniciativas como la Reunión Ministerial del Foro China-Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y un programa de diplomacia médica con ocasión de la pandemia del covid-19”. El no alineamiento activo, que proponen los autores, es una opción, pero lejos de la realidad. La política exterior en América Latina es fuertemente influida por la clase política más que por las cancillerías y se mueve naturalmente en base a los intereses, como acabamos de ver en la reciente visita del presidente mexicano a Washington.
como acabamos de ver en la reciente visita del presidente mexicano a Washington.
No olvidemos que prácticamente todos los países de la región cuentan con sistemas democráticos donde los líderes deben ganar los votos. Ello hará muy difícl que puedan alinearse con uno u otro, sobre todo cuando el mercado está más en China que en Estados Unidos. La única exigencia de Beijín es el no reconocimiento de Taiwán como Estado; el comercio con la isla le es más o menos indiferente. Cierto que Estados Unidos ejercerá presiones, pero la realidad económica es más fuerte. ¿Qué país se resistirá a proyectos millonarios de inversión? Si no lo han hecho los europeos, tampoco lo harán los latinoamericanos ni los caribeños. Los países de América Latina, después de 200 años de independencia, continúan buscando un camino para hacer realidad la integración. Son inumerables las iniciativas cargadas de discursos emotivos que han terminado fracasando y dejando a cada país actuar por su cuenta. El ciclo de UNASUR, creado en 2008, que despertó tantas espectativas, está muriendo, y languidece la CELAC, creada como continuación del Grupo de Río, que se inició en 1989. La reciente iniciativa de Prosur, alineada ideológicamente, nació muerta. La región dejó de ser una zona de influencia de solo una potencia, como lo demuestran las cifras de comercio e inversiones. Deberá volver a reagruparse en las instituciones, abrir el diálogo político y trabajar con realismo en la integración económica, base sobre la cual se pueden levantar iniciativas mayores. El liderazgo y voluntad política es escencial para cualquier iniciativa y ambos están ausentes en la región. El gran enemigo de hoy no es ni los Estados Unidos ni la República Popular China, sí lo es el cambio climático que amenaza la vida de todos junto a las secuelas económicas y sociales que dejará la pandemia.
Cierto que Estados Unidos ejercerá presiones, pero la realidad económica es más fuerte.
La región dejó de ser una zona de influencia de solo una potencia, como lo demuestran las cifras de comercio e inversiones.
El gran enemigo de hoy no es ni los Estados Unidos ni la República Popular China, sí lo es el cambio climático que amenaza la vida de todos junto a las secuelas económicas y sociales que dejará la pandemia.
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[…] Por Fernando Ayala // Contenido publicado en: La Mirada Semanal […]