Su obsesión por los gatos lo llevó a convertirlos en personajes, motivaciones y detonantes de la trama. Adorados en Japón, los felinos son el nexo que el escritor tiene con su cultura, aunque muchos le critican –o valoran- que haya occidentalizado la literatura oriental.
“Los escritores tienen temas limitados sobre los cuales escriben y es natural volver siempre a los mismos. Es algo que le pasaba a Jorge Luis Borges con sus poemas. En todo caso los gatos son mi obsesión”.
Haruki Murakami
Aunque nació -12 de enero de 1949- en Kioto, Haruki Murakami vivió la mayor parte de su juventud en Hyogo. Su padre era hijo de un sacerdote budista y su madre de un comerciante de Osaka. Es decir, sus orígenes son lejanos a la literatura, carrera que entró a estudiar en conjunto con Teatro Griego en la Universidad de Waseda (Soudai). Es allí donde, además de empaparse de cultura, conoce a Yoko, quien se convertiría en su esposa.
Murakami se inició como escritor tarde y por azar. Trabajó vendiendo discos y tuvo un bar llamado “Peter Cat” (1974-1982); y si no es porque en 1978 va al estadio Jungu a ver un partido de béisbol no se dedica a las letras.
Los Yakult Swallows se enfrentaban a los Hiroshima Carp. El partido se veía complejo, pero el estadounidense David Hilton, de los Yakult, dio un golpe tan increíble que a Murakami se le abrió la mente: “si el puede batear así, yo podría escribir una novela”, pensó el japonés según comentaría años más tarde.
Cuento y novela
Hubo un momento en que Murakami, al igual que Julio Cortázar, se debatió entre escribir cuento o novela. En su texto De qué hablo cuando hablo de escribir, explica claramente las razones de su pasión: “Para mí, las novelas largas constituyen una línea de vida; y los relatos o novelas cortas, un campo de entrenamiento donde ejercitar los pasos que me llevan a ellas (…) En esencia me considero un escritor de novela larga al que también le gusta escribir obras de una extensión breve o media y que cuando se pone a ello, lo hace en cuerpo y alma. Siento el mismo apego y dedicación por todo lo que he escrito, pero entiendo que mi terreno de lucha fundamental es la novela larga. Mis principales características, mi provecho como escritor, me parece que se plasman en ellas de una manera más eficaz y evidente”.
Un punto a favor del cuento; la rapidez en finalizarlo. “Uno de los placeres de escribir cuentos es que no se tarda tanto tiempo en terminarlos. Generalmente me lleva alrededor de una semana dar a un cuento una forma presentable”, explica. Es por ello que siempre frente a una nueva idea se plantea el proyecto de redacción.

Otra característica que le agrada del relato corto es su carácter dúctil, “es decir que para desarrollarlos casi todo es válido, su elaboración libera y no genera insatisfacción o sentimiento de fracaso. (…) Puedes crear un argumento a partir de los detalles más nimios (…), una idea que brota en tu mente, una palabra, una imagen, cualquier cosa”, aclara
No obstante, las ventajas que posee el cuento, para Murakami son, de algún modo, una fórmula incompleta, en la que no cabe todo lo que su creación puede alcanza: “esto es una manera muy personal de entender las cosas, en la novela corta no puedo dejar de sentir una limitación evidente de espacio para plasmar con todas mis fuerzas cuanto quiero”, explica en De qué hablo cuando hablo de escribir.
Un sueño

Leer una novela de Murakami es como leer un sueño, lleno de imágenes difusas y una evasiva y siempre presente sensación de irrealidad, la escena puede cambiar de lo completamente mundano y verosímil a lo irreal de un momento a otro, y, tal como en una alucinación, este cambio no provoca alarma ni incomodidad en los personajes.
En su estilo se puede apreciar claramente la influencia de F. Scott Fitzgerald, Franz Kafka y Raymond Carver. Las narraciones de Murakami, quien es un gran conocedor de la música, siempre van acompañadas de música clásica o de Jazz, al grado que no es poco común que al terminar de leer una novela suya se comience a sentir una nueva apreciación de ese estilo de música y compositores clásicos.
Además de su lista de músicos y temas, Murakami utiliza elementos recurrentes a lo largo de su obra, como mascotas que se pierden (casi siempre gatos), una afición de sus personajes por cocinar pasta, y una indiferencia que raya en la insensibilidad hacia la vida por parte de estos.
El tema central de la obra de Murakami es la soledad. En particular la soledad que resulta de una pérdida, ya sea de un amigo cercano o de una mujer. Esa soledad lleva a los personajes de Murakami a una búsqueda, atrayendo en el proceso a seres extraños que los llevan a mundos paralelos.
Kafka en la orilla (2002), escrita originalmente en japonés, significa la consolidación de Murakami y de su estilo, hipnótico, simbólico e histriónico.
“Kafka Tamura”, al igual que “Antoine” de Los 400 golpes (Francois Trufffaut) es un personaje que se hace a sí mismo, pero siempre manteniendo la ensoñación. Cuando cumple quince años se va de casa emprendiendo un viaje en búsqueda de su madre y el amor: “Quiero comprobar hasta dónde soy capaz de penetrar en la profundidad del bosque. Sé que entraña peligro. Algo me impele a avanzar”.
Esta novela tiene dos líneas argumentales. La primera la protagoniza “Kafka” cuya historia está entrelazada al mito de Edipo y el castigo de enamorarse de una mujer que puede ser su madre. En esa búsqueda conoce a una bibliotecaria, ya mayor, llamada Saeki, con quien inicia un romance. No queda claro si es o no su progenitora, el escritor juega con la imaginación del lector, característica de la novela contemporánea en donde el autor no es omnipotente.
El segundo hilo narrativo lo conduce “Store Nakata”, un anciano que tras vivir una experiencia extrema en su niñez desarrolla la capacidad de hablar con los gatos. Esta línea paralela trae también una sátira de la sociedad de consumo creando un personaje llamado “Walker” -inspirado en la marca de whiskey Johnnie Walker- quien tiene la extraña misión de matar gatos, abriéndolos en canal y comiéndose sus corazones en un ritual de sangre, secuencias y ritmo que le debe mucho al cómic y al manga.

Ya encontramos en esta novela tres características fundamentales de la obra de Murakami, esas que muchos lo critican por alejarse del mundo oriental, pero que otros valoran por rescatar sus raíces, satirizar la vida moderna y conservar aspectos del “realismo mágico” de la cultura japonesa:
- La presencia de sus autores favoritos a través de la creación del relato, como el nombre del protagonista en honor a Franz Kafka y la alusión a su director de cine favorito, Trufffaut.
- La doble narración que confluye en una sola historia, jugando con los tiempos y el relato.
- La presencia mágica del gato, como símbolo de tortura y de poder.
-Buenos días -dijo el hombre de edad madura.
El gato alzó ligeramente la cabeza y respondió al saludo con voz
grave y aire de fatiga. Era un gato macho, grande y viejo, de color negro. –
Hace muy buen tiempo, ¿no le parece a usted?
−iHum! -dijo el gato.
−No se ve ni una nube en el cielo.
-… De momento.
−¿Cree acaso que va a empeorar?
−Yo diría que al atardecer se estropeará. No sé, me da esa
impresión -comentó perezosamente el gato negro alargando una pata.
Después, entrecerrando los ojos, echó otra ojeada a la cara del hombre.
El hombre miraba sonriente al gato.
El gato dudó unos instantes. Luego dijo con un tono resignado:
−iHum! Veo que sabes hablar.
Una carrera hecha para triunfar

Haruki Murakami declaró que le gusta crear historias que causen “desconcierto en sus lectores”, tal es el caso de Tokio blues (Norwegian wood), su primer gran éxito internacional con el cual llegó a los cuatro millones de ejemplares vendidos.
La novela trata del recuerdo de “Toru Watanabe”, quien en pleno aterrizaje en un aeropuerto europeo, escucha “una interpretación ramplona de Norwegian Wood de los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre”; remezón emocional que lo llevó a recordar,“Naoko” y el distanciamiento entre ambos, tras el suicidio de “Kisuki” su mejor amigo y novio de la chica.
Ella posó sus manos sobre mis hombros y se quedó mirándome fijamente. En el fondo de sus pupilas, un líquido negrísimo y espeso dibujaba una extraña espiral. Las pupilas permanecieron largo tiempo clavadas en mí. Después se puso de puntillas y acercó su mejilla a la mía. Fue un gesto tan cálido y dulce que mi corazón dejó de latir por un instante.
En De qué hablo cuando hablo de escribir, Murakami relata fue la experiencia de dejar su idioma materno y atreverse a redactar en inglés (para todo escritor enfrentar la traducción de un tercero puede ser un acto espeluznante, pues la palabra puede perder el real sentido). “Mi capacidad para escribir en inglés era, obviamente, limitada. Podía escribir frases cortas con una estructura gramatical más bien simple. Por muchas emociones complejas que albergase, no podía expresarlas tal cual. Me servía de las palabras más sencillas posibles para transmitir contenidos no tan sencillos”, explica.

Respecto a su idiosincrasia resulta algo injusto que se le considere “poco japonés”, pues sus motivos narrativos se encuentran en el imaginario nipón, en su cultura y cosmología. Carlos Rubio (traductor de obras clásicas de la literatura japonesa y autor del libro Claves y textos de la literatura japonesa), reconoce la tradición de la mitología fantástica japonesa en la obra de Murakami y encuentra que “la filiación de su universo de fantasía procede y es fruto de una tradición japonesa muy antigua, un universo dentro del cual la vida de los japoneses está, todavía hoy, pautada por actos mágicos (…). Los personajes de Murakami beben whisky, pero están reproduciendo arquetipos mitológicos profundamente japoneses”.
Rubio concluye que Murakami “al margen de técnicas narrativas, terminologías o influencias literarias de autores occidentales, es un autor profundamente oriental, tal vez incluso más que Kenzaburo Oé, y lo son sus personajes también, profundamente japoneses, por mucha hamburguesa que coman, en lugar de tofu, por mucha cerveza y güisqui que beban, en lugar de sake”.
Por su peripecia generacional, Rubio identifica a Murakami como el “escritor del Zenkyoto” (97), un movimiento universitario de protesta en el Japón de los años ‘70, “expresión colectiva de la insatisfacción sentida por una juventud con el modelo de rápido desarrollo económico y ajustes sociales experimentados en aquella época”, un movimiento contracultural y de clamor por las libertades individuales que ejerció, según Rubio, profunda influencia espiritual en Murakami.