Hace algunas décadas, para muchos adolescentes, la lectura de Hermann Hesse era casi un rito obligatorio. Más allá de los programas oficiales. En cierta forma, marcaba un rumbo a seguir, en donde lo espiritual se conectaba con el exotismo de ciertos lugares tan lejanos por la distancia y por las formas de vida. Tal vez, una especie de escape del mundanal ruido. Por eso, al conmemorarse en agosto los sesenta años de su fallecimiento, nos interesa recordarlo consignando algunos de sus principales textos narrativos.

Antes de ello, conviene consignar que, en 1946, obtiene el Premio Nobel de Literatura por su producción literaria “de elevada inspiración que, con audacia y hondura poco corrientes, constituye un alto ejemplo del ideal humanista y la depuración de las formas clásicas”; el mismo año, se le otorga el Premio Goethe en la ciudad de Francfort. En sus textos, aparecen elementos de la tradición romántica de la Alemania Meridional, rasgos del clasicismo y, también, las tendencias del naciente siglo XX. En conjunto, la producción literaria de Hesse –con múltiples componentes autobiográficos– refleja una búsqueda constante de lo humano del hombre, una suerte de cruzada para salvar el espíritu en la civilización contemporánea, un anhelo de verdad propio de quien no se siente a gusto en la modernización y recurre al individualismo para recuperar el Yo que se ha escindido. A su vez, sus obras son, también, combinaciones de ascetismo y sensualidad, de afán de vida y de meditación, de ambientes oníricos y conciencia de la realidad; fantasía y crítica histórica están allí unidas.
Producción literaria

Entre su narrativa, muchos de sus títulos han traspasado la barrera del tiempo y del espacio. Incluso, textos como Demiany Siddharta han sido adaptados para la escena en los años noventa, eso sí, con regulares resultados. En 1905,Bajo la ruedasale a la luz, novela que contiene el recuerdo de una adolescencia dolorosa y desorientada. En ella, Hesse marca en todos sus personajes la pauta de un impulso de libertad o liberación interior, que los conduce siempre hacia una meta o un triunfo definitivo. Ya con Demian, novela aparecida después de la Primera Guerra Mundial, en1919, comienza a sentirse su influencia en la juventud alemana de la época, necesitada de referentes en un momento de notoria desesperanza.
Dentro de los múltiples aspectos dignos de considerar a nivel temático y de motivos literarios, esta novela inicial de Hesse nos sumerge en los conflictos existenciales de su protagonista, Emil Sinclair, quién en una especie de viaje interior, recorre diversos caminos en busca de dar algún tipo de respuesta a su existencia, con la presencia de elementos provenientes del ámbito sicoanalítico. Así, en su vinculación con varios personajes (donde sobresalta, esencialmente, Max Demian), Sinclair oscila en la dualidad de un mundo oscuro y un mundo luminoso (el mal frente al bien), sintiéndose más cercano al primero de ellos: “mi historia sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño”.

Otra obra que se va a constituir en un referente para la juventud es, sin duda, Siddharta(1922), calificada por su autor como “poema hindú”. Siddharta, el protagonista, es hijo de un brahmán (“hijo inteligente, con deseos de aprender”) y se educa en las leyes de esa casta, pero el afán de encontrar su yo verdadero lo lleva a abandonar a sus padres y experimentar múltiples aventuras, acompañado en una primera instancia de su amigo Govinda.En todo caso, en Siddharta, importa menos la trama argumental que la experiencia de lectura, porque esta parábola filosófica invita a la propia introspección, a seguir el peregrinaje del protagonista en busca de aquello que se habría perdido. El tópico de la verdad y su encuentro por el hombre son la clave de este libro. En esta obra, nos encontramos con una especie de panteísmo y con una concepción circular del mundo, ambos rasgos típicamente hinduistas. En definitiva, una novela de aprendizaje.

También El lobo estepario (1927) es un texto que ha marcado una época. En esta novela, presenciamos los temores, conmociones y dudas que agitan y perturban el ánimo de un espíritu atormentado, original y complejo: el sombrío y solitario Harry Haller, “el lobo estepario”, un ser introvertido, con vicios y virtudes, que no encaja en el mundo material circundante y que busca la verdad a través de todas las vivencias imaginables. Se trata de un enfermo del espíritu, un ser próximo al suicidio que reconoce su aislamiento y soledad como dolorosa predestinación. La historia de Harry Haller, en pugna con su propia personalidad y su conciencia, simbólicamente puede significar la lucha del individuo en un mundo hostil, pero es, además, una visión magistral del conflicto espiritual que, partiendo de la Primera Guerra Mundial, aún persiste en nuestros días.
Finalmente, dos novelas dignas de mencionar: Narciso y Goldmundo(1930) y El juego de abalorios(1943). Para Rodolfo E. Modern, Narciso… “ofrece un colorido mundo medieval, con los temas habituales del autor: soledad, ensueño, abandono, pero con un final de fe y optimismo que sintetiza las tendencias terrenales y espirituales de ambos protagonistas: Narciso encarna el rigor cristiano, el espíritu ascético, la claridad; Goldmundo, artista errante y sin patria, representa el amor mundano”. Esto se refuerza por las palabras que Narciso le dirige a Goldmundo en la novela: “Tú eres un artista, yo soy un pensador. Tú duermes en el regazo de la madre, yo velo en el yermo. Para mí luce el sol, para ti brillan la luna y las estrellas”.

El juego de abalorios (1943), su novela más curiosa, es la síntesis de una larga meditación. Por su tono y contenido, es el resumen de la experiencia de una vida patriarcalmente llevada, es crítica constructiva de nuestra época, utópico esbozo de un mundo por venir y, sobre todo, síntesis y armonización de saber y de fe.
Hace sesenta años, con motivo de la muerte de Hesse, en la página editorial del diario El Mercurio, se señalaba: “Hubo en su existencia una fe inconmovible en el ser humano y una pasión inagotable por todo lo noble que entraña el hecho de vivir”. Fe y pasión, dos palabras muy necesitadas en esta galopante vida posmoderna.
Por Eduardo Guerrero del Río
Doctor en Literatura