Por
Fernando Jerez
Escritor
Reconozco que se han gastado hasta los dientes hablando del terremoto social ocurrido en Chile. En otras palabras, sobre esta pillada de sorpresa que ha sido el reclamo espontáneo, el más inesperado, que brotó desde las ruinas del aguante y la resignación. Se ha hablado de un despertar. Es verdad, después de tantas noches de mal dormir, Chile ha despertado para enseguida ponerse de pie lleno de indignación, entre cantos y bailes, entre poesía y relatos, entre lágrimas, también. El elástico, estirado hasta no dar más vino a restallar sobre la faz de la política feudal decadente que ha caracterizado a los gobiernos que en su tiempo se formaron rodeados de individuos sin piel, sedientos de poder, de posturas hipócritas y falsas promesas. Inclinados sin oposición ante el dominio del abuso, indiferentes a los padecimientos de la gente. Por años primó en ellos la concepción de que las personas no son más que bueyes aptos para tirar la carreta del crecimiento económico. Bueyes a los que de vez en cuando, después de grandes tiradas, y de sobrellevar cargas infrahumanas, se les permite beber en el arroyo sucio, inclinada la cerviz hacia el bendito líquido que le han quitado los nuevos dueños de la pradera.
Es verdad, después de tantas noches de mal dormir, Chile ha despertado para enseguida ponerse de pie lleno de indignación, entre cantos y bailes, entre poesía y relatos, entre lágrimas, también.
La misma gente que impulsó al poder a jactarse de cuan feliz permanecían dormidos sus conciudadanos (el Informe de Felicidad Mundial de la ONU World Happiness Report 2019, reveló que Chile ¡era el país «más feliz» de Sudamérica!), se ha levantado con angustia rabiosa. Porque la felicidad es una señora esquiva que posee encantos que no se advierten en la vida de nuestro país. Según el citado reporte de la felicidad en el planeta, los chilenos deberían sentirse plenamente satisfechos soslayando las serias carencias en salud. Cabría imaginar que las pensiones misérrimas y el salario que cobran les causan satisfacciones envidiables. Aparte que, después del trabajo y de recorrer grandes distancias, los dichosos ciudadanos llegarían a sus casas a disfrutar con la familia sin preocuparse de las balas locas que perforan con frecuencia el precario cascarón de sus viviendas.
Por años primó en ellos la concepción de que las personas no son más que bueyes aptos para tirar la carreta del crecimiento económico.
Comparados con la gran mayoría, quienes tenemos acceso a los medios y a escribir libros y columnas, somos privilegiados. Por supuesto, con los dolores propios del ser humano, yo diría que todavía sin dejar de protestar contra nuestras angustias VIP. También culpables contaminados por la cultura dominante —en muchos aspectos herencia de la dictadura—, y también desdeñosos con el que está peor.
Porque la felicidad es una señora esquiva que posee encantos que no se advierten en la vida de nuestro país.
En medio de las estremecedoras protestas, realizadas con enormes ímpetus creativos, los inaceptables desmanes han dado argumentos para intentar desacreditar la movilización, e ignorar la raíz del conflicto. No quieren saber nada de aquella juventud que ha crecido padeciendo las inmorales privaciones e indiferencias que ha creado nuestra cultura. Resulta embarazoso pedirles a ellos una pausa de reflexión, el lujo de darse el tiempo de pensar, de contar hasta diez.
No quieren saber nada de aquella juventud que ha crecido padeciendo las inmorales privaciones e indiferencias que ha creado nuestra cultura. Resulta embarazoso pedirles a ellos una pausa de reflexión, el lujo de darse el tiempo de pensar, de contar hasta diez.
El bien y el mal. El bien ha estado más allá, muy lejos. De tal manera no sorprende el despertar vehemente, la furia de quienes han sido los últimos de la fila, de aquellos marcados por tatuajes desafiantes, el cabello revuelto, o adornado con dibujitos y largas trenzas; son los mismos que se juntan en las esquinas a intercambiar sueños y rabias, los que hablan al mismo tiempo cantando algo así como poemas. Todas esas malas señales perturban a quienes alimentan el prejuicio. Son, también, aquellos que nunca deben olvidar la cédula de identidad en cuyo anverso puede leerse, como si fuese una sacada de lengua, que son ciudadanos chilenos. Incluso los más feroces transgresores infiltrados con otros fines en medio del estruendo social han nacido de nosotros. ¿O provienen de los alienígenas?
Incluso los más feroces transgresores infiltrados con otros fines en medio del estruendo social han nacido de nosotros. ¿O provienen de los alienígenas?
La sociedad, de la que formamos parte, les ha enseñado a los olvidados que en la vida existen lasoportunidades: he ahí las oportunidades, tómenlas. Como ejemplo de ser imitado, les mostramos al millonario que alcanzó la opulencia iniciándose como esforzado vendedor de calugas.
¿O el fluido será un salivazo que viene desde arriba?
En otro ámbito, cómo no, otra vez las oportunidades. No pocos fabricantes y expendedores de medicamentos, de papeles, de alimentos para niños, faenadores de pollos, policías, militares y políticos tomaron sus oportunidades. El otro segmento, el más desfavorecido, debe esperar el derrame, el día bendito que alguna generación, entonces sí pueda divisar la gota minúscula que, por error, solo por error, quizás resbale del vaso colmado de codicia. ¿O el fluido será un salivazo que viene desde arriba?
El despertar de los contrastes: el dólar y el dolor en alza. El gobierno repartiendo cegueras y veteranos de guerra. Mártires.
Las malditas repeticiones de la historia no merecen ni perdón ni olvido. Pero la esperanza, que es indefinidamente inmortal, queda ahora en manos de una generación de jóvenes valientes. No envejece la esperanza que cantó Víctor Jara: hoy es el tiempo que puede ser mañana.
Pero la esperanza, que es indefinidamente inmortal, queda ahora en manos de una generación de jóvenes valientes. No envejece la esperanza que cantó Víctor Jara: hoy es el tiempo que puede ser mañana.