El libro, un homenaje al director de Les Editions Minuit, narra la particular relación del escritor francés Jean Echenoz con un hombre metódico y riguroso que lo ayudó mucho a convertirse en un autor conocido.
Del tiempo que llevo vinculado a los libros como lector, escritor y comentarista, siempre me ha llamado la atención la relación que se genera entre los autores y los editores. Y no lo digo a nivel periodístico, porque la relación que se da en los medios es completamente distinta a la literaria, me refiero a la vinculación que existe en las editoriales, donde la figura paternalista del editor se transforma en la clave del éxito o derrota del escritor. Sin ir más lejos, el realismo sucio de Ryamond Carver saltó a la fama gracias a la pluma de su editor, Gordon Lish, quien acortó sus textos con muchos puntos seguidos y cambió los títulos de sus cuentos, marcando el sello característico que catapultó al estrellato al norteamericano. O el éxito del cubano Pedro Juan Gutiérrez, quien ha tenido en Jorge Herralde, de Anagrama, uno de sus más fuertes aliados a la hora de publicar sus escritos.
En 2001, Jean Echenoz (1947), ya en ese entonces un laureado escritor francés, escribió “Jérôme Lindon”, un libro homenaje al director de Les Editions Minuit, donde narra su particular relación con este hombre metódico y riguroso que lo ayudó mucho a ser un escritor conocido. En dos décadas, Lindon fue el mejor mentor de Echenoz y el crítico más severo de sus escritos hasta que falleció en abril de 2001. Corría enero de 1979, un perfecto desconocido y empobrecido Jean Echenoz, de 31 años, deja en la sede de la editorial Minuit una fotocopia del manuscrito de su primera novela, que ya había sido rechazada por muchas editoriales. No tenía nada que perder. Al día siguiente Jérôme Lindon lo llama a su casa. Se muestra entusiasmado con su novela y quiere verlo en su oficina por la tarde. En esa primera entrevista, Echenoz se siente intimidado por el editor, pero sale con un contrato de publicación que firma a la rápida antes de que Lindon se arrepienta. Ese es el comienzo de esta breve novela que parece casi un cuento de hadas, dado que entre tiras y aflojas el escritor francés va forjando una interesante relación con él editor que lo ayuda a forjar una carrera exitosa hasta el día de hoy. Personalmente creo que lo que le sucedió a Echenoz es el ideal, lo que todos esperamos a la hora de publicar, ser escuchados y leídos por una figura importante de una editorial, alguien que te enseñe el rumbo, que con amplias espaldas te marque el difícil camino en el mundo de los libros para que la gente lea tus obras y estas lleguen a la mayor cantidad de personas posible. De los escritores que conozco, a la mayoría le gustaría vivir de sus libros lo que es bastante respetable y posible si una buena carrera se desata detrás de la figura de un buen editor con poder y oficio. Echenoz aprovechó la oportunidad y logró con suerte y perseverancia salir adelante.
“Un día de mayo de 1989, acabo de terminar un libro y lo llamo para avisarle. Y entonces, me dice, ¿Qué espera para traérmelo? Pero para mí es la época anterior a la informática, aún trabajo en una vieja máquina, usando cinta adhesiva y Tipp-Ex, todo esto tipiado en un solo ejemplar. En verdad, le digo, no tengo mi vehículo en este momento, lo tengo en el mecánico ¿Y?, se sorprende. Tendré que ir en metro, le respondo. No veo la relación, dice. Es por mi manuscrito, digo, tengo miedo de que me lo roben en el metro. Ah, ya, se ríe, ¿le han robado muchos manuscritos en el metro? Bueno está bien, digo, ya voy.”
Así describe Echenoz su relación con Lindon. No hay excusas, hay interés en el texto, algo que se extraña hoy en día en las editoriales poderosas, al menos las que yo conozco. Existe mucha desidia si no eres conocido, no eres un talento comercial innato o no estás recomendado por alguien. Los mismos concursos públicos -que, según muchos, cuyas bases están formuladas para que las desarrollen ingenieros-, te impiden avanzar porque te ponen dentro de sus justificaciones de rechazo: “Usted ha escrito libros, pero no es un autor conocido” ¿Qué hacer ante eso? ¿Si el concurso no te da la oportunidad de tener experiencia, quién más puede hacerlo?
El camino independiente es posible, pero siempre más largo, con mayores recovecos. Por eso muchos terminan publicando sin el apoyo formal de una editorial. Lindon, con sus mañas y rigidez, logró darle curso a la relación narrador- editor. Yo creo que Echenoz con este breve libro–homenaje, le agradece a su editor la construcción de un sendero, que el camino haya quedado pavimentado para que, hasta el día de hoy, gracias a su apoyo y gestión, haya obtenido premios, siga escribiendo y también publicando.