Jineteando el tigre. Por Jorge A. Bañales

por La Nueva Mirada

Por Jorge A. Bañales
Periodista uruguayo/residente en Virginia(USA)

Cuenta el cuento que había un tigre feroz, bellaco y bigotudo de siesta en la jungla, sin fastidiar al mundo. Pero a un candelejón se le ocurrió que podía jinetear el tigre. Y allá fue, con un palo, a despertar al tigre.

Desde que, en 2015, anunció su candidatura presidencial, a lo largo de las primarias y en todos los debates con los otros quince aspirantes al título, Donald Trump se burló del Partido Republicano, insultó, asestó motes despectivos a sus competidores y dijo mentiras acerca de ellos y apeló a los entusiasmos más populacheros del electorado.

Así el joven senador de Florida, Marco Rubio, pasó a ser “Little Marco”, la empresaria Carly Fiorina “Cara Fea”,  el ex gobernador de Florida Jeb Bush “Low Energy Jeb”. El senador de Texas, Ted Cruz, tuvo un triple tratamiento: Trump no sólo le puso la etiqueta de “Lying Ted”, sino que sugirió que podría “sacar a luz detalles” acerca de la esposa del senador, Lyn, y añadió que el padre del senador, un exilado cubano, aparecía en una fotografía junto a Lee Harvey Oswald, el asesino del presidente John F. Kennedy.

 Trump mintió acerca de sus impuestos y su manoseo de mujeres, y obtenida la candidatura ya entonces indicó que, posiblemente, no aceptaría el resultado de la elección si le era adverso. En ancas de “la base” formada en su mayoría por blancos de una clase media venida a menos por la globalización, Trump llegó a la Casa Blanca con unos 72 millones de votos.

 Trump mintió acerca de sus impuestos y su manoseo de mujeres, y obtenida la candidatura ya entonces indicó que, posiblemente, no aceptaría el resultado de la elección si le era adverso.

Al Partido Republicano se le ocurrió que podría jinetear el tigre.

Durante cuatro años, Trump, en tuitierreas que suman más de 59.000 mensajes, en sus mitines multitudinarios, en conferencias de prensa y entrevistas ha mentido tanto que fomentó toda una industria de “verificadores de hechos”, dedicada a seguir la pista de sus falsías. En algunos aspectos sus políticas han sido tan erráticas que han dejado al Partido Republicano a la deriva, coherente tan sólo en seguirle la corriente a Trump para no enojar a “la base”. Entre los aliados más fieles de Trump en el Congreso se cuentan los senadores Cruz y Rubio,  y el presidente del Senado, Mitch McConnell quien en 2016 decía que “Trump no sabe mucho acerca de los problemas” a resolver.

El tigre almorzó sándwich de Partido Republicano.       

Durante cuatro años y en todas las encuestas de opinión, Trump nunca superó la cota de un 46 % de aprobación y desde el inicio de la campaña electoral de 2020, el presidente advirtió que, si perdía, no aceptaría el resultado porque, necesariamente, debía ser fraudulento.

En noviembre pasado Trump recibió unos 74 millones de votos (12 millones más que en 2016) y su rival demócrata Joe Biden obtuvo poco más de 80 millones de votos.

Y, tal como lo había vaticinado, Trump calificó el resultado como fraudulento y se ha negado a reconocerlo, un hecho sin precedentes en las otras 58 elecciones habidas desde 1789. Unos 60 tribunales han desestimado las querellas iniciadas por Trump, los resultados han sido validados por las autoridades electorales y gobernadores (muchos de ellos republicanos) en los 50 Estados y validados nuevamente por el Colegio Electoral. El Tribunal Supremo de Justicia –para el cual Trump ha designado tres jueces, la última con la intención declarada por el presidente de tener una mayoría por si acaso la decisión electoral iba a dar al Supremo- desechó unánimemente sus reclamos.

El Tribunal Supremo de Justicia –para el cual Trump ha designado tres jueces, la última con la intención declarada por el presidente de tener una mayoría por si acaso la decisión electoral iba a dar al Supremo- desechó unánimemente sus reclamos.

Pero en el día cuando el Congreso debía dar la última certificación del resultado electoral, Trump convocó a “la base” para una protesta que él anunció como “salvaje”, instó a miles de sus seguidores a que marcharan al Congreso y les dijo que él iría con ellos.

En la asonada murieron cinco personas, decenas resultaron heridas, y Estados Unidos vio el rostro violento, racista, antisemita, antidemocrático y contagiado con el virus QAnon de una minoría de estadounidenses a quienes Trump les ha dicho que “esto no es el final, sino el comienzo”.

Trump parece estar bajo la ilusión de que él jineteará el tigre.

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