La importancia de esta obra radica en que el pintor valenciano se preocupó en extremo de la composición para que una ligera toma en picado, donde se elimina el horizonte, le entregara relevancia a la arena y al agua con largas pinceladas que otorgan la sensación de que el espectador se encuentra realmente en el mar.
Pintado en 1909, el cuadro “Paseo a orillas del mar” representa la esencia primordial de Joaquín Sorolla (1863 – 1923), un artista español que ya en ese entonces gozaba de cierto prestigio. Se había hecho famoso en Estados Unidos y viajaba a España en los veranos. La obra –que actualmente se encuentra en el museo Joaquín Sorolla en Madrid, España- muestra a su mujer Clotilde García, paseando junto a su hija mayor, María. Elegantemente vestidas de blanco, ambas sortean la brisa marina valenciana, con tules, sombreros y sombrillas.
Cuando hizo este cuadro en la costa valenciana, Sorolla venía llegando de Nueva York después de un éxito tremendo, entonces desplegó lo mejor de sí mismo para lograr esta obra que los especialistas catalogan como perteneciente al postimpresionismo español, debido a la luz, el color y el movimiento que transmite. El artista es el máximo representante de esta corriente de principios del SXX que encuentra en la playa uno de sus centros preferidos de expresión. En este caso, las elegantes mujeres se desplazan sobre la arena húmeda. Clotilde lleva un sombrero de ala ancha lleno de tules que se corta en la punta del cuadro y una sombrilla blanca, mientras que su hija se detiene pensativa con el sombrero en la mano, posando de lado. Esta podría ser perfectamente la escena de un comercial veraniego de una tienda de modas que podría seguirse repitiendo en revistas y televisión.
La importancia de esta obra radica en que el pintor valenciano se preocupó en extremo de la composición para que un ligero picado eliminara el horizonte, dándole relevancia a la arena y al agua con largas pinceladas que entregan al espectador la sensación de estar realmente en el mar.
“Oh mar, así te llamas, oh camarada océano”, de esta forma calificaba el poeta Pablo Neruda el movimiento del agua en su “Oda al mar”. Sorolla, por su parte, enaltecía al océano, dotándolo de un aire elegante con el ondular de gasas, vestidos, sombreros y un sol resplandeciente que, sin esconder tristezas, resalta las caras tapadas y descubiertas de las dos protagonistas de “Paseo a orillas del mar”. El sonido del agua se respira y observa en la obra junto al color de la arena y la intensa brisa marina que me trae de vuelta el recuerdo entrañable de mi familia paterna en Viña del Mar con sus cuadros de barcos y bañistas a la orilla de la playa. También viene a mi cabeza la marina de mi primo Jorge, que acompañó mi infancia en Medellín como una ventanita inextinguible del litoral central de Chile, y las pinturas de mis tías y primas que de vez en cuando retratan con fuerza los vaivenes del mar. Sorolla trae a la vida todo eso. En “Paseo a orillas del mar”, un océano trasparente se desplaza a ras de suelo para bañar con su espuma la bondad de las almas prístinas. Esas que, llegado el momento, se van para siempre y no regresan nunca.