El reconocido artista inglés, fallecido en 1976, nunca dejó de trabajar en una oficina de administración de arriendos hasta que jubiló. Estaba obsesionado con las personas y chimeneas de las fábricas que rodeaban su ciudad. Sus trabajos poblados de “hombres palos de fósforos” hicieron famoso su estilo naif inicialmente criticado por expertos en arte de su época.
Lawrence Stephen “L. S.» Lowry (1887 -1976) siempre se caracterizó por ser un hombre humilde, sin aires de grandeza, ajeno a cualquier interés por llamar la atención. Quizás por eso casi toda su vida trabajó como cobrador de arriendos, empleo en el que también se desempeñó su padre, quien al fallecer a temprana edad dejó a su madre y a él con considerables deudas que la familia tuvo que solventar.
“No soy un artista, soy un hombre que pinta” “Para pintar no hace falta cerebro, solo sentimientos”, son algunas de las famosas frases del artista que creó mil óleos y ocho mil dibujos. Lowry fue un pintor tan prolífico como querido por los ingleses que se demoró en lograr el éxito porque inicialmente fue criticado por su ingenuidad al retratar al pueblo, las chimeneas de las fábricas y a la gente que observaba y volvía a observar en un afán por retratar el barrio industrial y obrero que lo rodeaba. Partidos de fútbol, paseos dominicales, salidas de las fábricas, retratos y grandes paisajes del sector de Manchester eran el interés predominante del artista que vivió en Pendlebury, entre 1909 y 1948.

En un principio, Lowry era considerado por los especialistas como un pintor menor, de paisajes de día domingo. Por eso su obsesión en retratar panoramas urbanos poblados por los “hombres palos de fósforo” como un crítico llamó a sus representaciones humanas de manera peyorativa. El artista siempre se defendió, señalando que sus figuras no eran muñecos ni mucho menos “A decir verdad, ni siquiera pienso en la gente a la que pinto en mis cuadros. Son parte de una belleza privada que me cautiva. Amo a las personas de la misma forma que amo a las casas”, dijo el artista en reiteradas ocasiones. Si nos acercamos a los cuadros de Lowry y a sus “hombres palos de fósforos” se pueden ver las sensaciones que manifiestan cada uno de los personajes, una multitud que no es plana y que está llena de matices, emociones. Por ejemplo, en “Lancashire Fair, Good Friday, Daisy Nook” (1946), se puede observar con lujo de detalles como niños y adultos de la clase trabajadora disfrutan de una feria de diversiones al norte de Inglaterra.

A pesar de la muchedumbre, es la soledad interna la que predomina; pequeños con globos, señores serios con sombreros, familias que deambulan con banderitas y adornos en sus manos, individuos que caminan apurados y miran el suelo. “Todos son extraños entre ellos. Todos están solos”, dijo el artista sobre su cuadro.
En 1904 Lowry dejó sus estudios para trabajar en dos empresas de administración de arriendos, dónde se desempeñó hasta su jubilación en 1952. Al igual que su padre, empezó cobrando el alquiler puerta por puerta y, aunque logró ser ascendido al puesto de cajero, prefirió seguir trabajando en la calle porque le gustaba estar en contacto con la gente.
Permaneció soltero hasta su muerte, nunca tuvo una novia. La fuerte y castradora relación con su madre -que se ve reflejada en la teatral película “La señora Lowry e hijo” (2019), protagonizada por Vanessa Redgrave y Timothy Spall- lo marcó para siempre, ya que ella denostaba su trabajo como artista, minimizando al máximo su talento.

Sin embargo, Lowry perseveró. Con posterioridad a la muerte de su progenitora, en 1939, ganó muchos premios y honores, rechazando los más importantes, como el título de caballero de Inglaterra, porque ella ya no estaba y para él no valían la pena. Era tanta la devoción por su madre enferma que después de su trabajo como cobrador de arriendos la cuidaba hasta que ella se durmiera y posteriormente se dedicaba a pintar en la buhardilla de la casa entre las 10 de la noche y las 2 de la mañana. Los actuales dueños del inmueble en Pendelbury, donde Lowry vivió por casi 40 años, están impresionados con la falta de luz del espacio donde se desempeñó el pintor. “Tiene muy poca iluminación, incluso de día”, dijeron en una entrevista, pensando en los extraordinarios esfuerzos que tuvo que haber hecho el artista para crear gran parte de las obras que actualmente se venden por millones de libras. En Salford Quays, Manchester, Inglaterra, se inauguró en el 2000 la galería Lowry, un amplio espacio que actualmente alberga 55 de sus pinturas y 278 dibujos.

Más allá de la gloria y del éxito que nunca persiguió en vida, el artista inglés reflejó sencillez y perseverancia en una pasión que traspasó las fronteras. En un mundo atolondrado, exagerado y perdido como el nuestro, su trabajo arduo e incesante permanece. Por eso se valora la intensidad de un hombre que contra todo pronóstico pintó y capturó sus sentimientos utilizando su corazón, su propia existencia.