La bendimaldición de ser “la primera mujer” Por Jorge A. Bañales

por La Nueva Mirada

Ser “la primera mujer” en algo asegura una mención en los libros de historia del futuro, y un escrutinio crítico y pesado en el presente. Kamala Harris paga, día a día, el precio de haber sido seleccionada como vicepresidente de Estados Unidos, en gran medida, por cualidades sin mérito: su género y el color de su piel.

Joe elige

A fines de junio del año pasado, pasadas las primarias y en rumbo a la elección presidencial, el candidato demócrata Joe Biden anunció que, para compañía en la fórmula electoral, designaría a una mujer. Esa decisión dejó fuera de competencia al 49,5% de la población que, sin elegirlo, nació hombre.

En agosto, Biden indicó que entre las finalistas en la selección había “cuatro mujeres de color”, expresión que en Estados Unidos se aplica a negras, latinas, asiáticas, esquimales, indias y toda persona que no se considere “blanca”. Aviso que empezó a empujar afuera del proceso a las mujeres “blancas”, que siguen siendo la mayoría de la población femenina.

Y así fue como el partido que se proclama progresista recurrió a una matemática discriminatoria pero lógica en el escenario político estadounidense. La conducta y lenguaje burdos del entonces presidente Donald Trump se distinguió por sus ofensas contra las mujeres y la inclusión de una mujer en la fórmula demócrata prometía ganar votos.

Asimismo, después que el Partido Demócrata desechó la campaña dizque socialista de Bernie Sanders, se necesitaba un gesto que trajera de nuevo al ruedo a los votantes más jóvenes, renovadores y decepcionados.

Biden bien podría haber dicho que su elección de “vice president” – término que en inglés no tiene género- se haría considerando a la persona más calificada, sin tener en cuenta la anatomía de sus entrepiernas, el tono de su piel o la nacionalidad de sus ancestros. Hecha así, la opción por Kamala Harris hubiese sido realmente progresista, un paso adelante en la marcha de este país hacia una sociedad multipinta y menos discriminatoria.

Kamala

Harris, de 56 años de edad, es hija de una bióloga nacida en Madrás, India, y de un profesor emérito de economía oriundo de Jamaica, factores en los cuales nada tuvo que ver, y es también una exsenadora y fiscal general del estado de California, donde sí sus méritos y talentos la calificaron para su inclusión en las opciones de Biden para convertirse en la cuadragésimo novena persona en la vice presidencia de Estados Unidos.

El papel de vicepresidente en EE.UU. fue más bien ceremonial y secundario por  unos dos siglos, excepto cuando a alguno de ellos (todos hombres) le tocó asumir el mando por muerte del presidente. Este arreglo empezó a cambiar en la presidencia del demócrata Jimmy Carter (1977-1981) cuando a su vicepresidente Walter Mondale se le encargaron misiones específicas,  mayormente en el terreno de la política internacional. Y, en consecuencia, el vicepresidente es el político mejor ubicado para ser el próximo candidato presidencial de su partido.

Desde entonces los vicepresidentes han pasado a ser algo así como confidentes y consejeros del presidente quien, a su vez, les asigna funciones como enviado especial. Por ejemplo, en la elección de 2016, Trump recibió 3,2 millones de votos menos que su rival demócrata Hillary Clinton, y pronto le encargó al vicepresidente Mike Pence una comisión investigadora para hallar los supuestos millones de votos ilegales emitidos por inmigrantes indocumentados. 

Pero estas misiones especiales pueden ser píldoras venenosas.

A poco de asumir la presidencia en enero pasado, Biden le encargó a Harris la crisis en la frontera sur donde, desde mayo de 2020, venía incrementándose el arribo de migrantes, en su mayoría de América Central. El gobierno de Trump había respondido al éxodo con su peculiar claridad: expulsiones y deportaciones masivas. Y quienes vengan pidiendo asilo que se vayan a México a esperar la respuesta.

Harris visitó América Central, tuvo una conferencia de prensa poco convincente, y reiteró el mensaje de Biden a los migrantes: “No vengan”.

El hecho es que quien esté en la vicepresidencia tiene poco poder, más allá del voto de desempate en el Senado, y el problema de la inmigración en Estados Unidos data de décadas y ningún gobierno, demócrata o republicano, le ha dado solución.

Según RealClearPolitics, un sitio que elabora un promedio de encuestas, el índice de aprobación de Harris era de 48 % de los votantes en tanto que un 43 % de ellos tenía una opinión desfavorable de la vicepresidente. En seis meses el índice de aprobación ha bajado al 45 % y el de desaprobación ha subido al 48 %.

Y … es mujer ¿viste?

En las últimas tres décadas la polarización en el Congreso ha llevado a una sequía de legislación a la cual los sucesivos presidentes han respondido con una lluvia de decretos.  El resultado es que cada nuevo presidente pasa las primeras semanas de su mandato firmando decretos, muchos de los cuales sólo anulan los del presidente anterior, y otros muchos apenas proponen la creación de una comisión que estudie la creación de una comisión que proponga soluciones.

Éstas son las ceremonias que ocupan la atención de los medios por casi dos meses en cada período presidencial. Y las que transmiten a la ciudadanía un mensaje pleno de símbolos.

Desde la investidura de Biden, el 20 de enero, todos los anuncios, declaraciones y comunicados del nuevo gobierno hacían referencia a “la Administración Biden-Harris”, enfatizando la presencia de la exsenadora.

Teniendo en cuenta que Biden es un hombre de 78 años, y frágil es la vida de todo humano, la derecha conservadora de inmediato empezó a batir el bombo acerca de la inminencia de la sucesión posible. A Harris se le atribuye, desde esa esquina, casi cualquier error que cometa el gobierno de Biden. La expresión “Administración Biden-Harris” ya no es tan común.

Por razones que los escenógrafos políticos podrían explicar, en cada ceremonia de firma de decretos Harris aparecía vestida con chaqueta (¿blazer?) y pantalones negros, y máscara anti-covid negra, parada detrás y a la derecha de Biden. Más imagen: una arpía que jala los hilos de marioneta Joe el Reblandecido.

Y a Harris le cae el doble estándar según el cual a las mujeres se las critica y juzga por aspectos que nadie observa en los hombres. Si responde de forma abrupta y directa a una pregunta o argumento, ahí está: las mujeres son temperamentales y chillonas. Si, en cambio, responde de forma pausada y cuidando mucho su lenguaje, con una sonrisa permanente, es lo que podía esperarse de una mujer mal informada y blanda, que sería un desastre si llega a la presidencia y tiene que lidiar con el super macho Vladimir Putin.

También te puede interesar

Deja un comentario