No debería sorprender tanto, pese a lo inédito, el masivo aplauso durante seis minutos que los alemanes brindaron hace unos días a su histórica Canciller Angela Merkel al momento de concretar su salida tras 16 años de liderar a los 80 millones de la gran nación europea. Sobresalió en una época más que compleja en la historia de la humanidad, culminando en tiempos de una pandemia que no termina de desafiar al planeta, con su apego irrestricto al juego democrático – en contraste a los tantos que se han eternizado en el poder con dictaduras y en base a la represión – que la condujo a un creciente liderazgo mundial transversalmente reconocido.
Puede sorprender que más allá de los logros de la consolidación alemana en el concierto político, económico, social y cultural del planeta, atribuibles a su liderazgo y legitimidad transversal, se destaque mediáticamente su transparencia personal, modestia ciudadana y calidad humana que enorgullece a los ciudadanos que la perciben como una de las suyas, una más a la hora de los derechos y deberes civiles, lejana a los privilegios no sólo tan frecuentes en el concierto planetario sino frecuentemente asociados a fenómenos de corrupción que se multiplican como una despreciable “normalidad” entre tantos de los pares con que tuvo que vincularse Merkel durante casi dos décadas, tendencia que castiga la vida democrática hasta el final del planeta, como ocurre en el propio Chile.
La inexistencia de sirvientes en su hogar, con hábitos similares a cualquier ciudadano, sin aspaviento alguno de poder, quizás una versión germana del admirado Pepe Mujica en nuestro continente. La Sra. Merkel vive en un apartamento normal como cualquier otro ciudadano. Vivió en este apartamento antes de ser elegida canciller de Alemania. Ella no la abandonó y no es dueña de villa, criados, piscinas ni jardines.
Así se entiende más ese larguísimo aplauso de alemanes orgullosos de la líder que abandona tan sencillamente el poder democrático que la registra como una de las grandes en años turbulentos para el desarrollo del planeta. Desde las fronteras ideológicas más contrapuestas surge el reconocimiento a un liderazgo excepcional que podría multiplicar el masivo aplauso más allá de las ahora unificadas fronteras alemanas.
Sin embargo y, con todo lo reconocido al legado democrático de Merkel, a la hora de la evaluación de los resultados de su gestión y vínculos con la Unión Europea ciertamente los contrapuntos y polémicas surgen atendiendo a intereses y objetivos de políticas que entran en tensión.

«Querida Merkel, eres la primera mujer elegida para ser jefa de gobierno en Alemania. Una fuerte señal para las mujeres y ciertamente para algunos hombres». Así fue como el entonces presidente del Parlamento, Norbert Lammert, anunció, el 22 de noviembre de 2005, el resultado de la votación entre los parlamentarios alemanes.
A los 51 años de edad, Angela Merkel, doctora en química cuántica formada en física, que creció bajo el régimen comunista en Alemania oriental (RDA), se convirtió en canciller de su país.
Probablemente nadie pensaba el 7 de junio de 2005 que aquella mujer, licenciada en física por la universidad de Leipzig, pudiera algún día arrebatar a Helmut Kohl el récord de longevidad al frente del gobierno alemán. Sin embargo, Merkel lo consiguió y con un índice de popularidad disparado en su país.
Enfrentó una crisis tras otra: un colapso del sistema financiero mundial en 2008, las amenazas de disolución de la Unión Europea, la gran ola migratoria hacia Europa en 2015 y la pandemia del covid-19.
El 2018 había anunciado que no buscaría una quinta elección para gobernar más allá de 2021.
“Wir schaffen das”. Lo vamos a conseguir. Una frase con la que Angela Merkel sería recordada con el paso de los años. No era para menos. En un país sobre el que todavía hoy pesa la sombra del nazismo, las palabras de Merkel en 2015 eran un bálsamo ante lo que ocurría en Europa. Miles de personas que migraron de países como Siria, Irak o Afganistán se encontraban a las puertas del viejo continente sin que las autoridades hubiesen actuado.
Ante la crisis humanitaria que se avecinaba, Merkel tomó las riendas y les dijo a los alemanes que aceptarían a los refugiados. No era fácil, pues la extrema derecha, encabezada por el partido Alternativa por Alemania (AfD), estaba dispuesta a capitalizar el descontento económico-social y la paranoia de inseguridad creada por esta ola de inmigración. Al resto de Europa le dijo también que debía sumarse a los esfuerzos.
De este modo, se creó un sistema de cuotas que a posteriori casi nadie cumplió. Merkel salió triunfante, vista como una política con rostro humano y alejada de la imagen de mujer seria que se tenía sobre ella. Sin embargo, cinco años después de aquel llamado, la política migratoria de la Unión Europea sigue sin funcionar completamente. Prueba de ello es que miles de refugiados están hacinados en campos como los de la isla griega de Lesbos y la Comisión Europea tuvo que presentar un nuevo plan migratorio, en el que no se apela a las cuotas sino a la «solidaridad obligatoria».
Un legado migratorio difuso
Como indicaba el diario español El País en un artículo de septiembre pasado “la soledad que experimentó Merkel cuando dio un paso adelante en 2015 le llevó a apoyar después decisiones que contradicen su gesto inicial. Alemania fue una de las instigadoras de los acuerdos de externalización de fronteras” que se llevó a cabo tras la negativa de muchos países europeos a aceptar el sistema de cuotas planteado para solventar la situación migratoria.

Desde entonces, países como Turquía, Libia o Marruecos se han convertido en lugares de paradero indefinido para los migrantes que Europa no está dispuesta a aceptar, incluida la Alemania de Angela Merkel.
“Varios informes de distintas organizaciones humanitarias han denunciado que el convenio no garantiza en todos los casos los derechos de los solicitantes. No en todos los casos se da un proceso justo y equitativo a la hora de determinar el país de asilo, los plazos pueden alargarse durante más de un año y no siempre se actúa según la voluntad de los solicitantes”, puntualizó Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados.
Una política económica interna con luces y sombras
En materia económica, el legado de Merkel tiene un carácter dispar. En declaraciones a EFE, el economista Lars Feld, presidente del grupo de economistas que asesora al gobierno alemán, afirmaba que pueden “decir claramente que los últimos diez años han sido buenos. Quizá no dorados, pero bastante buenos”. Según este experto, los gobiernos de Merkel han conseguido “estabilidad” y reducción de la deuda con aumento de políticas sociales.
Los datos del paro, sin embargo, contrastan con la realidad de los “minijobs”, o trabajos “auf 450 basis” (a base 450). Este tipo de trabajo no permite trabajar más horas de las que remuneren 450 euros al mes (poco más de 530 dólares) y no están sujetos a cotización. Tienen un factor dinámico que favorece la incorporación al mercado laboral de muchos estudiantes a la par que continúan sus estudios, pero son también el complemento para muchas familias que sin ellos no llegarían a final de mes.
«(Los minijobs) están detrás del desenfrenado sector de bajos salarios; llevan a que los empleos regulares a tiempo completo y parcial se desplacen y se dividan en microempleos, mini-empleos con condiciones de trabajo miserables, mal pagados y sin seguridad social», declaraba en marzo de 2012 el diario alemán Die Welt.
Las desigualdades regionales siguen vigentes
Por otro lado, la diferencia entre los Estados Federados del este de Alemania, aquellos que conformaban la antigua República Democrática Alemana (RDA), y el resto del país, han ido desapareciendo, pero son aún visibles.
El diario alemán Der Tagespiegel publicó un artículo que titulaba que las diferencias entre este y oeste casi habían desaparecido, pero reconocía que los ingresos del este de Alemania siguen siendo un 14% más bajos que en el resto del país.
“Cuando se trata de dinero, son principalmente las personas del Este las que se están quedando atrás”, se afirma en el artículo. Y añade que “casi nada ha sucedido desde mediados de la década de 1990; los alemanes del este tienen en promedio un 14 % menos de ingresos disponibles que los alemanes del oeste”.
Recetas económicas duras para una parte de Europa
Si bien se acepta que el legado de Merkel en economía y política interna es positivo, las opiniones son menos favorables cuando se habla de política europea. Los años duros tras la crisis de 2008 mermaron la imagen de Alemania en Europa. Especialmente en los países del sur, los más afectados tras la quiebra de Leman Brothers.
La imposición de la austeridad perjudicó a países como Italia, España, Grecia o Portugal y ha provocado que la percepción del resto de Europa sea que Alemania “se está encaminando en una dirección en la que el compromiso fundamental con la integración europea como objetivo independiente es cada vez menor”, señala en un artículo el Barcelona Center for International Affairs (CIDOB).
No en vano, el expresidente de la Comisión Europea y gran adalid de la austeridad, Jean-Claude Juncker, admitió tras acabar su mandato que «con demasiada frecuencia y durante demasiado tiempo hemos pisoteado la dignidad del pueblo griego«. Unas declaraciones que demostraron la actitud de los países más ricos de la Unión Europea, con Merkel a la cabeza, con los países menos fuertes de la unión.
El Covid-19 marca un cambio de política europea
Ahora, la actitud de la canciller Merkel en la respuesta a la crisis provocada por la pandemia ha sido totalmente opuesta. Se ha enfrentado incluso a los llamados países “frugales” (Países Bajos, Suecia, Austria y Dinamarca) que no estaban dispuestos a hacer un gran desembolso de dinero para el Fondo de Recuperación Europeo y ha reconocido la importancia de la solidaridad europea.
«Saldremos de la crisis más fuertes que antes si reforzamos la cohesión y la solidaridad. Nadie saldrá de ésta solo, somos todos vulnerables. La solidaridad europea no es un gesto humanitario, es una inversión sostenible. No es solo un imperativo político, merece la pena y nos traerá beneficios», acentuaba Merkel en una cumbre con el resto de líderes europeos.
Finalmente, y tras ceder a algunas exigencias de estos países frugales, se llegó a un acuerdo para la creación de un paquete de ayudas financiado a través de la creación de deuda común de los 27 países miembros de la Unión Europea, del cual se beneficiarán especialmente países como España, Italia o Francia.
Con todo lo presentado, es difícil afirmar, en términos absolutos, si el legado de Angela Merkel es negativo o positivo. Son muy grandes los matices y no hay una figura interna con la que hacer una comparación justa. Lo cierto es que deja un país potente y a la cabeza de Europa. En su partido, la CDU, la batalla por sucederla ya se destapa cruenta. No será fácil para ninguno de los candidatos estar a la altura de la mujer que ha marcado el devenir alemán en los últimos 15 años.
La huella de la pandemia en Alemania

Es evidente que la tercera ola de contagios no ha terminado en Alemania. Es más, según ha dicho la canciller Angela Merkel, la tercera ola podría ser la peor que azote Alemania, que va camino de registrar 80.000 muertes por culpa de la COVID-19. Con un ritmo de vacunación aún juzgado como lento, el mantenimiento de las medidas básicas contra la propagación del virus y la realización de test siguen siendo claves en la lucha contra el pandémico agente infeccioso.
El país de Merkel aún está lejos de los países líderes de la UE en términos de inmunización contra el COVID 19, es decir Malta y Dinamarca. Y todavía más de países como Reino Unido, donde más del 35% de la población ha recibido al menos una dosis, y Estados Unidos, donde es casi el 20%.
Partidos políticos pensando en su electorado
Esta situación no ha pasado desapercibida en los Länder germanos, pues los presidentes de los estados federados también han querido ofrecer perspectivas de apertura a sus economías locales después de unos cierres de hasta tres meses para los sectores más afectados. En general, ese deseo está presente en toda la clase política del país.
«Todos los partidos políticos piensan ahora, en un año como este 2021, en su electorado», señala Diederich, que alude a las elecciones regionales de este domingo en Baden-Wurtemberg y Renania Palatinado y a las elecciones generales del 26 de septiembre. También ese día, coincidiendo con las generales, se vota en los Länder de Turingia, Mecklemburgo-Pomerania Occidental y la ciudad-estado que es Berlín.
Con todo ese poder en juego, el aumento de las reivindicaciones de diversos sectores económicos y tras haber podido constatar la «fatiga pandémica» de la población en forma de sondeos favorables al fin de las restricciones, Merkel volvía a ceder hace unos días en su política contra la COVID-19. Tras una reunión con los presidentes regionales que se prolongó el pasado miércoles casi diez horas, la jefa del Gobierno alemán presentó un plan de aperturas.
Merkel defendía que lo mejor era «reabrir» la economía del país una vez la incidencia de los Länder estuviera de manera estable por debajo de los 35 nuevos casos por cada 100.000 habitantes en siete días. La presión procedente de varios sectores, pero también de los Länder, independientemente de quién los gobierne, ha llevado a la canciller a aceptar que la referencia ahora sea 100 nuevos casos por 100.000 habitantes en una semana. Según el último acuerdo entre Merkel y los estados federados, por debajo de ese 100, ya será posible relajar algunas de las restricciones.

«La presión sobre Merkel de todos los grupos de interés, de los comercios y del resto de sectores que han estado cerrados es muy grande«, señalaba Diederich, el politólogo de la Universidad Libre de Berlín. «El plan de aperturas que se ha aprobado es una tentativa para encontrar tranquilidad en un paisaje político y social cada vez más intranquilo».
A su entender, Merkel podría haber defendido hasta el final su línea dura para mantener más medidas anti- coronavirus. La canciller, que había dejado claro que no será candidata a la reelección como jefa del Gobierno alemán en las próximas elecciones generales, vivió con la pandemia sus últimos meses en la Cancillería Federal.
Merkel, dispuesta a alcanzar compromisos, intentó velar por el futuro de su coalición. Haber mantenido su línea dura hubiera sido impopular, algo poco atractivo en un año con tantas citas con las urnas. «Probablemente lo mejor hubiera sido aguantar a que la incidencia estuviera por debajo de 30 nuevos casos por 100.000 habitantes en una semana, pero ese coraje no lo ha tenido nadie, porque todos los políticos tienen la mente puesta en las elecciones, ya sean regionales o generales», concluye Diederich
La Unión Cristianodemócrata (CDU), el partido de la canciller Angela Merkel, ha ratificado su respaldo al centrista Armin Laschet como candidato a la Cancillería alemana en las próximas elecciones generales.
La junta federal de la CDU ha dado un claro apoyo a Laschet, líder del partido, en una videoconferencia convocada para resolver el pulso entre éste y el derechista Markus Söder, líder de la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU) y asimismo aspirante a ser el candidato conjunto del bloque conservador.
En votación secreta, Laschet ha obtenido el voto de 31 miembros de ese gremio, mientras que nueve fueron favorables a Söder y seis se abstuvieron. El líder bávaro se había comprometido a acatar la decisión de la CDU -«nuestra hermana mayor», en sus palabras-, siempre que fuera con un «resultado claro».
Laschet había convocado la reunión de la CDU, el partido que lidera desde enero, en busca de una solución al pulso entre los dos. Ambos habían formalizado su aspiración a ser el candidato conjunto para las generales del 26 de septiembre, las primeras desde 2005 en que Merkel no liderará el bloque conservador.
Solo dos líderes bávaros comandaron hasta ahora a los conservadores en unas elecciones nacionales. El primero fue en 1979, cuando el grupo parlamentario se decantó por Franz Josef Strauss; acabó reelegido canciller el socialdemócrata Helmut Schmidt.
El siguiente que lo intentó fue Edmund Stoiber, en 2002. Merkel lideraba ya la CDU, pero renunció a la candidatura presionada por hombres fuertes del partido que consideraban no podía ganar. También ahí fue reelegido como canciller un socialdemócrata, Gerhard Schröder.