La hora de los balances. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

A fines de 2019 elegí escribir en “La Mirada Semanal” porque me entregaba un espacio, una vitrina que había perdido y estaba escondida. Aproveché la oportunidad y no me arrepiento de haberlo hecho porque en estos dos años he conocido escritores y artistas visuales que jamás habría percibido de otra manera.

Llega fin de año y se dispara la nostalgia. A la hora de los balances, quiero pensar que estos son positivos, sellados por un año más de teletrabajo y las clases telemáticas de mi hijo. El coronavirus nos ha marcado a todos con un ineludible paso por nuestras vidas. Pero todo sigue, todo avanza. Mis columnas en La Mirada Semanal comenzaron este año con un refrescante artículo sobre Tolstoi y su novela corta “Perdido en la nieve”, una combinación de las aventuras del escritor ruso con mis recuerdos de Baltimore y Sebastián, mi primo. Después seguí con un comentario sobre la película “Soul” y el libro “Chino”, de Antonio Ostornol.  Luego aparecieron Brueghel, Faulkner, el Chico de la Moto, Kenzaburo Oé, Ocean Vuong, Delauney, Kotzwinkle, Orwell, González, Ugalde y muchos más. Entonces uno se pregunta por qué escribir sobre ellos, por qué hacerlo. Quizás por simple gusto, por interés, por hacer la pandemia más grata. Todas las anteriores

A mi edad, cuando estoy cerca de cumplir la media centuria, lo que más me interesa es pasarlo bien, construir y transmitir.  A fines de 2019 elegí escribir en “La Mirada Semanal” porque me entregaba un espacio, una vitrina que había perdido y estaba escondida. Aproveché la oportunidad y no me arrepiento de haberlo hecho porque en estos dos años he conocido escritores y artistas visuales que jamás habría percibido de otra manera. Aprendí también a entender mejor algunos aspectos de la literatura femenina, a través de escritoras como Anne Carson y Guadalupe Nettel, por mencionar algunas, a las que ubicaba solo de nombre y de las que guardaba lejanas referencias.

Reconozco que, a veces, preparar la columna semanal no ha sido fácil por falta de tiempo o por las necesarias escapadas que he realizado al campo para respirar aire puro donde no he escrito ni una sola línea. Sin embargo, siempre ha sido gratificante saber que uno puede transmitir y también enseñar a través de lo que escribe. Los artículos escritos este 2021 me han conectado con mi infancia y mi adolescencia, me han hecho viajar a mundos inesperados, recorrer con la mente espacios oscuros y también luminosos. Asumo que yo soy experto en nada, pero puedo dar a conocer, mostrar aspectos conocidos y desconocidos de ciertos autores que incluso a mí me sorprenden. Lejos de sentirme un erudito cuando la gente habla de literatura o de artes visuales, percibo que estoy constantemente aprendiendo. Me intereso y descubro una hebra que después se puede convertir en un artículo o en varios.

Por ejemplo, escribir sobre Kenzaburo Oé me llevó a buscar otros escritores de origen oriental y a descubrir a Ocean Vuong, un joven escritor de origen vietnamita. El impacto de “La presa” de Oé me acercó inconscientemente a la poesía y a la narrativa de Vuong, donde el conflicto de su libro “En la Tierra somos fugazmente grandiosos” es diametralmente opuesto al de “La presa”. Así me pasó con muchos artistas.

Este año lo cierro de manera extraordinaria con la publicación de mi segundo libro “Reseñas culturales” que precisamente recorre mis artículos publicados en “La Mirada Semanal” entre enero de 2020 y septiembre de 2021. No me queda más que agradecer y mirar hacia adelante con optimismo, aprovechando todas las oportunidades que he tenido y se van generando. No ha sido para nada fácil, pero es placentero darse cuenta de que lo que uno siembra va generando frutos, especialmente cuando las cosas se dan producto del esfuerzo. Lo digo con humildad porque “Reseñas culturales” se creó sin apoyo de concursos o editoriales. Nació más que nada producto de ideas y entusiasmo. Si todos los que participamos en el proceso nos hubiéramos quedado sentados, esperando que nos llamaran de alguna parte, todavía estaríamos mirando el techo, aguardando con los ojos abiertos la llegada de un amanecer difuso y eterno.

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