“La muerte de la bailarina” Historia de una tragedia. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

La novela de Gustavo González (1946) narra lo que le sucede a la artista del club nocturno de un pueblo. Su repentino fallecimiento conmueve a la localidad completa que desconoce lo que le pudo haber sucedido a la mujer. Una serie de sospechas cae sobre algunos de sus cercanos. Todos saben que la vida tiene muchas vueltas.

Enfrentarse a un libro como “La muerte de la bailarina” (Lom Ediciones, 2021) es volver atrás en el tiempo, divagar en historias que se construyen a punta de recuerdos, espacio tras espacio, sobre las sólidas estructuras de sueños rotos. El libro empieza con la muerte de Laura Candelaria Vega, una mujer que se ha dedicado a trabajar en la noche, específicamente bailando en clubes nocturnos, quitándose la ropa. Su fallecimiento conmueve al pueblo donde ella vive hace un año, debido a que su muerte es repentina, lo que la convierte en protagonista de sospechas e incertidumbres, que van desde un asesinato por despecho hasta un crimen que involucra un robo con el objetivo de quitarle todos sus ahorros.

El autor de la novela, Gustavo González (1946), es un periodista de vasta experiencia que dentro de sus pergaminos tiene el haber dirigido la escuela de periodismo de la Universidad de Chile (2003-2008) y el haber presidido la agrupación de corresponsales de prensa extranjera en Chile entre 1992 y 1995. También se ha desempeñado en el extranjero y ha sido corresponsal de diversos medios, entre otras actividades. González se aventura con esta novela donde incursiona en el mundo de la noche en un local de provincia, donde todos se conocen y la protagonista no logra pasar desapercibida. El libro es narrado, a través de saltos temporales, en presente, pasado cercano y pretérito lejano. Ambientado sesenta años atrás, el autor va construyendo a través de su texto la realidad de Laura Candelaria y las razones de su posible muerte.

Víctima de la pobreza y del incesto, Laura llega al mundo nocturno porque lo que a ella le gusta es bailar, dar a conocer su arte, expresarse libremente. De pequeña quiso ser bailarina clásica, pero las circunstancias de la vida la llevaron a trabajar de noche y, a la vez, a vivir una existencia solitaria y triste. A pesar de su desparpajo en el escenario, la bailarina es tímida y reservada, rehúye los coqueteos de los clientes del antro donde baila, evita la prostitución a pesar de los consejos de sus compañeras, escribe y lee. Es atípica porque simplemente sus intereses son otros y porque quiere borrar un pasado desilusionante que la condena y martiriza.

La historia de la bailarina es la de una tragedia que bien podría situarse en cualquier parte del mundo, en cualquier país, en cualquier hemisferio. González denuncia a través de esta novela el abuso físico y psicológico de una mujer que representa a muchas, que carga con el estigma de haberse criado en una familia de pocos recursos con un padre alcohólico, de poca educación y escrúpulos. Posiblemente esa sea la mayor fortaleza de esta novela que navega por aguas profundas y que permanentemente se acerca a la derrota de lo que pudo ser. Los personajes en el libro respiran ansias de ser más, de querer más, mientras que Laura solo busca la paz, la tranquilidad, el olvido de un pasado doloroso y también esquivo. Es el baile el que la motiva, el espectáculo, la creación de personajes como la Pantera y la Odalisca, los brillos, las lentejuelas de pequeños biquinis, la seducción completa. Un espectáculo para mirar y no tocar, un cuerpo que solo debe ser admirado. Un show bajo medidas similares a las del coronavirus, con distancia social. Todo esto ambientado en un pequeño pueblo justo antes de la Reforma Agraria. Con un nombre bastante significativo y difícil de olvidar, Laura Candelaria Vega queda marcada desde el inicio de la novela como la víctima de un mundo machista, hecho a la medida de las necesidades de hombres, sin ningún espacio de acción relevante para las mujeres. Posiblemente si la novela de la bailarina hubiera estado ambientada en el Chile de hoy, otra suerte habría tenido la vida de Laura. Pero esa sería otra historia.    

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