El General Baquedano mira Santiago entre el fuego, el virus y los muertos. Entre ministros y un presidente que no quieren ver en medio del dinero y las vacunas. Ni quemado, ni contagiado, contempló la mujer que marcha a sus pies.
A las diosas se les venera.
Damaris, joven violada y asesinada, en el fondo de un pozo.
Ruth del Pilar, mujer asesinada para robarle 5 millones.
Barbarie inhumana.
Ocho de octubre, día de la mujer.
Y la mujer se hizo diosa, buscando la belleza.
“Belleza me asfixias hasta matarme / belleza ten piedad de mí. / Si hoy expiro/ Que sea con los ojos puestos en ti (…) suspiró la poeta. (Emily Dickinson).
Pessoa, encandilado, escribió:
“¡Ah, verdaderamente una diosa! / La que nadie vio sin amarla/ Y que el corazón endiosa/ Con sólo adivinarla”.
Imposible cogerla bajo la luz de la razón. Lo femenino se oculta a lo masculino bajo el misterio de la diferencia.
Iguales y diferentes.
Varón y mujer, alteridad absoluta. Ambos con la misma dignidad y humanidad.
Con derechos del pueblo y ciudadanos similares.
Mujer madre, cocreadora con el varón del ser humano.
Como madres en gestación, con leyes protectoras sólo para ellas.
La mujer protegida.
La mujer que habla a su hijo antes de nacer.
En el rostro de una mujer, nace el lenguaje, el tiempo y la cultura.
Nace la diferencia.
Con ella nace la historia.
La mujer que enseña a amar.
Mujer deseo.
“Mujer araña”.
Mujer beso. Mujer caricia de piel suave.
Dueña de la palabra hogar. Ella se hace familia y narra su historia.
Dueña de la vida y de la creación.
Mujer suicida, mujer poeta, “vestida con las cenizas del alba”, y con “la boca llena de flores”.
Mujer de la mirada terrible. Mira la nada.
Mujer atormentada.
Mujer trabajadora.
Mujer revolucionaria.
Mujer luchadora social.
Mujer política.
Mujer militar.
Mujer muerte.
Mujer del amor gratuito.
“Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aún muerta te seguiría buscando, a ti, que fuiste el lugar del amor”, cantó el poeta.
Mujer asesinada.
Es atroz.
“Lo que me espera: mi cara en el depósito de cadáveres”.
Es atroz.
Mujer violada.
Es atroz.
“Ya no tengo boca, tampoco cara”.
Es atroz.
“Es horrible y no quiero”.
Mujer decrepitud.
Disolución líquida.
“Siento una nada que llega: la muerte”.
Se hace vacío.
“Y eso, da miedo” (Las citas entre comillas, De Marguerite Duras).
Mujer Dios.
Mujer que da pecho.
Mujer sagrada.
La mujer que nace y se hace.
Mujer EVA: “Ana María, /La trenza que te cae sobre el pecho, me mira con ojos de serpiente/ desde su piel torcida”, cantó el poeta Nicolás Guillén.
Mujer placer: “Pongo la punta de mi lengua golosa en el centro mismo/ del misterio gozoso que ocultas entre tus piernas”.
¡Calla!, poeta libidinoso.
Mujer hombre.
Mujer de la frontera.
Mujer viajera.
Mujer compañera.
“Te amo mujer de mi gran viaje / Como el mar ama el agua” dice Huidobro.
“Todo tu cuerpo tiene copa o dulzura destinada a mí”, responde Neruda, el poeta seductor y egoísta.
Mujer de-velada.
Mujer oculta.
Mujer misterio.
“Llevas la luz de Dios en la mirada” dijo Juan Guzmán Cruchaga.
¿Acaso ya no iluminas?
¿Dejaste ya de ser Diosa? ¿La Diosa de la Vida?
Para quién te ama y respeta, nunca dejarás de serlo.
Para quien te mata y viola, hace mucho tiempo que viven en la oscuridad.
¿O eres tú la que eres sólo humana, demasiada humana?
¿Olvidaste y olvidaron, tu origen humano sagrado?