Donald Trump no sólo es una desgracia para los Estados Unidos. Lo es para el mundo. Pocos imaginaron que podría llegar a la presidencia de su país. Con su discurso extremo de mensajes racistas, xenófobos y misóginos, la mayoría de los estadounidenses y buena parte de los republicanos, consideraron inicialmente su postulación como una excentricidad, que aportaba algo de nuevo folklore a la campaña presidencial.
Donald Trump no sólo es una desgracia para los Estados Unidos. Lo es para el mundo.
Sin embargo, Trump y los estrategas de su campaña sabían lo que hacían, quiénes eran los destinatarios de sus mensajes en contra de inmigrantes, minorías étnicas y sexuales. Todo bajo la consigna de USA primero. Así sedujo a capas medias empobrecidas, trabajadores “amenazados” por inmigrantes y “blancos” que, en un porcentaje importante, aún conserva una buena dosis de racismo.
Trump fue de menos a más en las primarias del Partido Republicano, que lo recibió como un forastero, recordando su pasado demócrata. Cuando los líderes republicanos intentaron reaccionar para dejar fuera de carrera a este advenedizo, fue demasiado tarde. Su postulación se había ido fortaleciendo, permitiéndole dejar en el camino a sus oponentes y convertirse en el postulante ungido para enfrentar a Hillary Clinton.
La historia de la elección en donde Trump perdió en el voto popular y ganó en delegados para convertirse en el nuevo mandatario de los Estados Unidos es de sobra conocida. Lo que no termina de procesarse es el profundo daño que su brutal administración ha generado en el orden mundial, al desahuciar el acuerdo de París, el pacto de no proliferación de las armas nuclear, el libre comercio, la ley de migraciones, o la reciente ruptura con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Todo, en el marco de una confrontación abierta con China en que la nación del Norte continúa llevando todas las de perder ante el hábil gigante asiático.
Lo que no termina de procesarse es el profundo daño que su brutal administración ha generado en el orden mundial
Últimamente va quedando a la vista su desastroso manejo de la pandemia, instalando a Estados Unidos en el triste récord planetario de contagios y muertes, mientras Trump desprecia sus efectos apostando a una más que dudosa recuperación de la actividad económica que le aporte dividendos para su ansiada reelección presidencial.
mientras Trump desprecia sus efectos apostando a una más que dudosa recuperación de la actividad económica que le aporte dividendos para su ansiada reelección presidencial.
Emergencia sanitaria, crisis económica y convulsión social.
Así, la primera prioridad de Donald Trump es asegurar su reelección. Al precio que sea. Insistiendo en retomar cuando antes una “nueva normalidad”, presionando a los gobernadores resistentes, para apresurar una extemporánea “descalada”. Tensionando las relaciones con China, levantando acusaciones sin fundamentos acerca de sus presuntas responsabilidades en la extensión de la pandemia, mientras recomienda medicamentos rechazados por las autoridades sanitarias y se vanagloria de no usar protección. Todo orientado a ese electorado primitivo y fiel que parece aminorarse a la luz de las encuestas que lo desfavorecen.
Como si lo descrito no fuera suficiente, insiste en una irracionalidad política, más que riesgosa, que se ha manifestado en toda su barbarie tras el brutal asesinato policial del manifestante negro George Floyd que ha desatado masivas y agudas reacciones en diferentes estados a lo largo y ancho del país, con apoyo decidido de relevantes gobernadores y la dirigencia demócrata que condena la reacción de Trump, cuya virulencia y apuesta a una inédita intervención militar para reprimir las manifestaciones protagonizadas por una población que excede la presencia de la población negra no hace más que agudizar la confrontación alentada por el descontrolado mandatario.
se ha manifestado en toda su barbarie tras el brutal asesinato policial del manifestante negro George Floyd que ha desatado masivas y agudas reacciones en diferentes estados a lo largo y ancho del país
En la misma línea se inscribe su amenaza de invocar una añeja legislación para imponer el orden amenazado a través de la represión militar.
Las medidas pretenden ser populares para sectores de la población que no simpatizan con la reivindicación racial, caricaturizada por el gobierno y en un pretendido resguardo del orden. Pero, tal como lo ha sostenido el jefe del Pentágono, estas medidas corresponden a recursos de última instancia, que no se condicen con la situación que hoy vive el país y sólo se justifican por motivaciones políticas y electorales del propio Trump.
sólo se justifican por motivaciones políticas y electorales del propio Trump.
La polarización es una estrategia que le ha funcionado a Donald Trump en el pasado. Fue la que usó durante la pasada campaña presidencial y que hoy le permite distraer la atención de la opinión pública norteamericana sobre los dos temas más sensibles para su reelección. Por un lado, el desastroso manejo de la emergencia sanitaria que tiene a EE.UU. como el país con más muertos e infectados por coronavirus, y por otro el formidable impacto económico y social que ha tenido la pandemia en ese país, con millones de desempleados, empresas quebradas y fuerte retroceso de los índices de crecimiento.
Así Donald Trump no tan sólo está recibiendo el fuego de sus opositores o la crítica de la comunidad internacional, que ha condenado el uso de la fuerza excesiva para reprimir las movilizaciones y los caceroleos importados de América latina,
También está recibiendo “fuego amigo”, no tan sólo de sectores del Partido Republicano, sino desde su propio gabinete, así como masivas movilizaciones ciudadanas que se extienden en diversos Estados demandando justicia por el asesinato de George Floyd.
En definitiva, un oscuro escenario para sus pretensiones de alcanzar un segundo mandato, en un escenario electoral marcado por la emergencia sanitaria, la crisis económica y social, a las que se añade el clima de agitación social generado por el reciente incidente racial que conmueve y moviliza al país,
Todo aquello hace temer que el impetuoso y ya poco racional Trump se vuelva aún más peligroso en las próximas semanas, no tan sólo para su país sino también para el mundo. La desesperación nunca ha sido una buena consejera.
La desesperación nunca ha sido una buena consejera.
Entre las numerosas reacciones internacionales a la agudización de la crisis acentuada por la conducta del mandatario estadounidense se puede mencionar la declaración emitida el 2 de junio por el Grupo de Puebla (conformado por presidentes, expresidentes, referentes políticos y sociales, además de académicos de 12 países de habla hispana)
El Grupo de Puebla expresa su consternación por los graves sucesos de violencia ocurridos en diversas ciudades de los Estados Unidos y condena enérgicamente las practicas racistas y el uso desproporcionado de la fuerza por parte de las autoridades estadounidenses. Particularmente preocupante es el anuncio del presidente Donald Trump respecto al despliegue inmediato de las Fuerzas Armadas para controlar y “dominar” a la situación.
Este tipo de acciones recuerdan a los oscuros tiempos de las dictaduras y autocracias en nuestro hemisferio, atentan contra los valores de la comunidad internacional y se alejan del camino para encontrar una solución duradera y permanente al racismo estructural, que desafortunadamente aún permea en ciertos sectores de la sociedad estadounidense, como lo demuestran los hechos recientes. Por ello, rechazamos enérgicamente la permanencia de prácticas racistas. Además, condenamos el uso institucionalizado y desmedido de la fuerza contra la sociedad civil, pues es el primer paso para perpetrar abusos que debilitan a la democracia y la credibilidad en las instituciones públicas encargadas de dar seguridad a la población.
Hacemos un llamado urgente a los sectores verdaderamente democráticos que se oponen a la represión y trabajan en favor de la justicia y contra el racismo para evitar la represión policial, la cual lejos de resolver las legítimas demandas de apoyo, protección y garantías de acceso a la justicia y a la igualdad, dañan el tejido social y generan mayor conflictividad. El pueblo de Estados Unidos debe poder expresar su voluntad y ejercer sus derechos de forma pacífica y consistente, con todas las garantías correspondientes.