Durante la primera mitad del siglo XIX las luchas por la independencia y la libertad, en la mayoría de los países de América Latina, triunfaron política y militarmente sobre el imperio español. Fueron descendientes de los mismos colonialistas, nacidos en el continente americano, quienes lideraron los levantamientos y organizaron grupos clandestinos de resistencia a las fuerzas de la corona. Reunieron fondos para armas, adiestraron campesinos y desarrollaron guerrillas para finalmente organizar ejércitos que terminaron venciendo a las fuerzas realistas. Así ocurrió desde México hasta Chile, con la excepción de Brasil, bajo dominio portugués hasta 1824, donde se proclamó una monarquía constitucional brasileña de manera pacífica, hasta llegar a ser una república en 1889. Los nombres de los patriotas quedaron registrados para siempre en la historia de las nuevas repúblicas simbolizados en los dos principales libertadores: Simón Bolívar y José de San Martín, entre varios otros.
Reunieron fondos para armas, adiestraron campesinos y desarrollaron guerrillas para finalmente organizar ejércitos que terminaron venciendo a las fuerzas realistas.
El siglo XX enfrentó a América Latina con una nueva forma de dominación colonial. Bajo el principio de “América para los americanos”, atribuida al presidente estadounidense James Monroe, para alejar la influencia europea luego de las independencias de las nuevas repúblicas, terminó siendo uno de los principales ejes de la política exterior del país del norte en el siglo pasado. La frase de Monroe se tradujo como: “El continente para los Estados Unidos”, país que se alzó como potencia hegemónica y que nunca vaciló en invadir países cada vez que sus intereses fueron amenazados. Impuso el control sobre la política y las economías impidiendo la competencia y apropiándose de las principales materias primas y recursos naturales, la mayoría de las veces con la connivencia de las oligarquías locales. Paralelamente, a través de las Conferencias Panamericanas, impulsadas por Washington a finales del siglo XIX, Estados Unidos fue estructurando su influencia multilateral en la región para concluir con el Tratado Interamericanos de Asistencia Recíproca[1] (TIAR) en 1947 y el año siguiente, la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) ambos organismos al servicio del gobierno norteamericano.
Entre 1831 y 2004, se registraron 26 intervenciones militares directas de los Estados Unidos en América Latina[2] y con ellas, muchos golpes militares organizados y financiados por la CIA. La defensa de intereses, como la emblemática empresa United Fruit, junto al derrocamiento de líderes nacionalistas, como Jacobo Árbenz en Guatemala o el asesinato de César Augusto Sandino, en Nicaragua, conmovieron y sirvieron de ejemplos a generaciones de jóvenes latinoamericanos. Las políticas imperialistas de Washington, la estructura oligárquica de la propiedad y las débiles instituciones existentes en la región, fueron en gran parte responsables del surgimiento de los grupos armados. A ello se sumó la existencia de partidos comunistas y progresistas, organizaciones sindicales y sectores de la iglesia católica, que defendían a los más pobres y excluidos. Lo anterior, junto a los vientos de la Guerra Fría, fueron la combinación perfecta para el surgimiento de movimientos guerrilleros que alcanzaron su máxima expresión con el triunfo de la revolución cubana en 1959. De ahí para adelante las selvas, la sierras y muchas ciudades vieron surgir movimientos armados y líderes convencidos de que la lucha revolucionaria era el camino de la liberación del continente, siendo Ernesto Ché Guevara, asesinado en Bolivia, en 1967, la figura emblemática universal. Los movimientos guerrilleros inspirados en el nacionalismo, indigenismo o en las diversas variables marxistas, trotkistas o maoístas, no han podido imponerse. Las balas y violencias se hicieron presente, entre otros países, en Venezuela, Colombia, Nicaragua, El Salvador, Honduras, República Dominicana, Guatemala, México, Brasil, Bolivia, Ecuador, Argentina, Uruguay, Chile, Perú y Paraguay. En todos ellos, con diferencias entre guerrillas urbanas, de selvas o montañas, con la excepción de Nicaragua, todas fueron derrotadas. En Colombia, donde la guerrilla lleva más de 60 años, subsiste aun un pequeño grupo en armas, en medio de la selva. El balance de la lucha armada como medio de conquista del poder, ha costado miles de vidas y parece estar dando término a un ciclo en la historia política de la región. Es posible que surjan nuevos movimientos armados, pero las posibilidades de alcanzar el poder por esa vía son una quimera.
Entre 1831 y 2004, se registraron 26 intervenciones militares directas de los Estados Unidos en América Latina[2] y con ellas, muchos golpes militares organizados y financiados por la CIA.
En todos ellos, con diferencias entre guerrillas urbanas, de selvas o montañas, con la excepción de Nicaragua, todas fueron derrotadas. En Colombia, donde la guerrilla lleva más de 60 años, subsiste aun un pequeño grupo en armas, en medio de la selva.
Difícilmente la idea de usar la lucha armada para conquistar el poder podrá llegar a tener la fuerza de conquistar a generaciones de jóvenes como ocurrió en el siglo pasado. Las dictaduras militares latinoamericanas, con sus horrores y crímenes, no pudieron ser derrotadas por la vía insurreccional. Si, fueron debilitadas, lo que significó el recrudecimiento de la represión a los opositores sin distinción. Los pequeños grupos que hoy ofrecen resistencia en armas en el continente mantienen un limitado apoyo popular. Además, con ejércitos cada vez más profesionales, mejores equipados y adiestrados, es una ilusión pensar que puedan ser derrotados. A la caída del socialismo y la desaparición de la utopía revolucionaria, junto al ejemplo de revoluciones fracasadas y en vías de extinción, se sumó el fortalecimiento de la democracia. Con todos los errores, omisiones y carencias que puedan tener, los regímenes democráticos siguen siendo la mejor alternativa para el respeto a la vida humana y a la libertad. La fuerza del voto y la alta participación electoral deben pasar a ser las herramientas movilizadoras, y tal vez revolucionarias, de los cambios para las nuevas generaciones. Cierto que la pobreza, miseria y corrupción, siguen golpeando a millones de personas en América Latina. Se suma el cambio climático y los desafíos que trae para el mundo del trabajo la cuarta revolución industrial, entre otros, pero la presión del voto puede encausar las reformas de la sociedad. La movilización del electorado debería hacer que los partidos políticos elijan mejor a sus candidatos y provocar cambios en las agendas; que sus programas incorporen la protección del ambiente y la transformación de las instituciones para una mayor participación de la sociedad civil y provocar reformas en el plano social, que mejoren de manera real la calidad de vida de la diversidad de pueblos que conforman la comunidad latinoamericana y del Caribe. Solo así se recuperará la confianza en la política y con ello se fortalecerá la democracia.
Difícilmente la idea de usar la lucha armada para conquistar el poder podrá llegar a tener la fuerza de conquistar a generaciones de jóvenes como ocurrió en el siglo pasado.
Cierto que la pobreza, miseria y corrupción, siguen golpeando a millones de personas en América Latina. Se suma el cambio climático y los desafíos que trae para el mundo del trabajo la cuarta revolución industrial, entre otros, pero la presión del voto puede encausar las reformas de la sociedad.
[1]https://www.oas.org/36ag/espanol/doc_referencia/Tratado_AsistenciaReciproca_Protocolo.pdf Asegura la defensa colectiva ante cualquier ataque extracontinental a alguno de los países. Fue un claro instrumento de la Guerra Fría. La dictadura militar argentina lo invocó durante la guerra de las Malvinas, en 1982, contra el reino Unido, pero fue rechazado
[2]https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Intervenciones_militares_de_los_Estados_Unidos, citando como fuente al congreso de los Estados Unidos.