Donald Trump en EEUU y Jair Bolsonaro en Brasil han cuestionado tempranamente la legitimidad del proceso electoral de sus países expresando su convicción de que serán afectados por irregularidades que asegurarían la existencia de fraudes electorales destinados a privarlos de victorias que ellos consideran tan legítimas como seguras.
A medida que la pandemia del COVID 19 ha perdido la intensidad que tuvo en la fase de su estallido, los expertos han comenzado a señalar que estamos entrando a la fase de la declinación de este impresionante flagelo, el más grave de las últimas décadas.
A partir de esta percepción, analistas de distintos campos han abierto un debate sobre las perspectivas que ahora se abren. Existe consenso que el que viene es un tiempo de transformaciones y que debemos prepararnos para tener una respuesta creativa que nos permita identificar las estrategias y proyectos que nos lleven a la construcción de un escenario distinto que el que fuimos estableciendo desde que empezó la Pos Guerra Fría (PGF) a comienzos de los años 90. Hoy sabemos que este resultó un periodo de ensayos y pruebas que no sirvieron para reorganizar el sistema internacional. A diferencia de lo que hizo el presidente Franklin Delano Roosevelt, en el cambio global anterior -al concluir la Segunda Guerra Mundial-, esta vez -desde la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, hasta el fin de la URSS en diciembre de 1991- EEUU careció de un proyecto y de iniciativas específicas para concretar las enormes capacidades de hegemonía internacional que el nuevo escenario les permitía.
El resultado fue que la PGB resultó un tiempo histórico irrelevante que no estableció el nuevo orden global que todos esperaban, y solo acabó desgastando lo que parecía una oportunidad única de Estados Unidos para recuperar una activa iniciativa en la remodelación del mundo.
Recuerdo lo anterior porque la pérdida de esta oportunidad se vincula en la coyuntura actual a una nueva forma de reorganización del sistema internacional, más difícil de asumir y sobre la cual será indispensable establecer un consenso que a la fecha no existe. Para explorar el contenido de ese ejercicio puede resultar útil centrarnos en el escenario que enfrentan los dos países que resultan claves en la situación actual para examinar el curso que viene del desarrollo internacional: Estados Unidos y Brasil. La importancia de ambos es obvia pues uno es la mayor potencia del sistema mundial y el segundo es el país más importante de nuestro continente. Los dos tienen en común que enfrentan una creciente crisis política doméstica que ha afectado, desde el comienzo del siglo XXI, sus estrategias de desarrollo consolidando gradualmente una situación de crisis.
Otro elemento importante de rescatar es la coincidencia que en ambos escenarios políticos han desempeñado un papel decisivo en la última década dos jefes de estado que muestran una posición política de derecha radical, Donald Trump en EEUU y Jair Bolsonaro en Brasil que han cuestionado tempranamente la legitimidad del proceso electoral de sus países expresando su convicción de que serán afectados por irregularidades que asegurarían la existencia de fraudes electorales destinados a privarlos de victorias que ellos consideran tan legítimas como seguras.
Otro rasgo común ha sido considerar poco relevante la pandemia que estallara en China, desinteresándose por los proyectos específicos para disponer masivamente de vacunas y ajustar el funcionamiento del sistema sanitario para atender a la población afectada. No es casualidad que tanto Bolsonaro como Trump hayan contraído el virus del COVID 19, tratando de restarle importancia a dicha situación. El resultado final de dicha postura ha sido un saldo de 687 mil muertos en Brasil, que fue el segundo país en el balance de este rubro que encabezó Trump con más de un millón cien mil fallecidos.
Otros hitos comunes de estos gobernantes, además del desinterés por una política de enfrentamiento de la amenaza sanitaria global, fue la negación de los avances del calentamiento global, despreciando los fundamentos y contenidos del programa adoptado en la reunión de Paris el 2015, del que Trump retiró a su país en un encuentro con los Jefes de Estado del G7 en Taormina, Italia, en 2017. Hostilidad que el actual presidente brasileño ha mantenido también de manera reiterada.
Brasil y Estados Unidos han coincidido también en una intensificación de sus crisis políticas internas donde ha sido notorio que tanto Bolsonaro como Trump, en su momento, han desconsiderado cualquier dialogo o proyecto que favoreciera el restablecimiento de la normalidad política. Con todo, sus gestiones han recibido el respaldo de un sector importante de ambas sociedades, lo que les ha permitido mantener sus proyectos de derecha en ejecución más allá de las significativas críticas que han recibido de amplios sectores de sus sociedades civiles, normalmente dirigidas al aumento de las personas en situación de pobreza y a diversas iniciativas que han aumentado la percepción de desigualdad y elevado el coeficiente de Gini.
Establecidas estas, que son algunas de las coincidencias que Trump y Bolsonaro tienen, resulta conveniente señalar que ambos están próximos a enfrentar retos decisivos para sus países, pero sobre todo para el papel político que esperan desempeñar si triunfan en los inminentes procesos electorales que vivirán EEUU y Brasil. Resulta una coyuntura asombrosa que los procesos que definirán la suerte de estas experiencias de extrema derecha estén separadas sólo por nueve días una de otra, teniendo lugar primero la segunda vuelta de la elección presidencial de Brasil el 30 de octubre y luego el 8 de noviembre la importante elección norteamericana de medio periodo donde se renueva la totalidad de la Cámara de Representaste -435-, un tercio del Senado -34-, y Gobernadores de los Estados de la Unión -36-.
Establecidas las posiciones que están en juego en ambos procesos electorales resulta evidente que el número de cargos que se disputa en EEUU es considerablemente mayor, pero en ambos casos se trata de situaciones cuyos resultados serán decisivos para determinar la perspectiva de permanencia o salida del poder de las fuerzas de extrema derecha.
Para concluir solo habría que subrayar que se trata de situaciones electorales estrechas donde los estudios de medición electoral y las opiniones de los expertos apuntan a la posibilidad de resultados cerrados que pueden desencadenar situaciones de conflicto, muchas de las cuales ya se han producido durante las respectivas campañas electorales.
Una última reflexión pertinente es si resulta muy similar la decisiva influencia que la imagen de mayor o menor poderío que EEUU tenga en el sistema internacional está muy determinada por el grado de respaldo que reciba su Jefe de Estado en estas elecciones que se efectúan en la mitad de su periodo presidencial del mismo modo que resulta crucial por la polarización de posiciones, saber si ganará la izquierda del PT o la derecha extrema que encabeza el Partido Social Liberal, donde tienen un peso muy significativo las diversas organizaciones religiosas evangélicas cuya organización central se encuentra en Estados Unidos.
Así las cosas, en un lapsus de 9 días, a contar del próximo 30 de octubre, podremos tener una información mucho más clara acerca de hacia donde se puede mover la reorganización del sistema internacional (a partir de la hegemonía norteamericana) y el rumbo del bloque de 20 países que constituye América Latina, donde el papel del gobierno de Brasil es decisivo para establecer el futuro de nuestra región.