Como polvo en el viento (Tusquets, 2020) trata sobre una de sus «obsesiones»: el drama del exilio cubano.
La relata a través de El Clan, un grupo de amigos resquebrajado durante la crisis del Periodo Especial, cuando a comienzos de la década de 1990 Cuba quedó sin sustento económico del exterior tras la desaparición del socialismo soviético.
(Conversación con José Carlos Cueto para Hay Festival de Cartagena/ Colombia, realizada para publicar en BBC Mundo )
El complejo tiempo de pandemia.
«La pandemia ha cancelado los viajes, los encuentros con los lectores y la presentación pública de mi última novela«, me dice por teléfono, con algo de resignación.
Leonardo Padura es uno de los autores latinoamericanos contemporáneos más laureados de los últimos años y en 2015 ganó el Premio Princesa de Asturias de las Letras.
Su obra ha sido traducida a múltiples idiomas y su serie de novelas sobre el famoso detective de ficción Mario Conde ha sido adaptada también a la televisión con la serie de Netlfix Cuatro estaciones en La Habana.
En esta entrevista previa a la edición digital del festival Hay Colombia 2021, Padura habla con BBC Mundo de su última creación literaria, pero tampoco se muerde la lengua para hablar de política, la polarización cubana y uno de los momentos económicos más delicados en la historia del país.
En Como polvo en el viento tocas el tema del exilio, de cómo muchos cubanos en el exilio aprueban medidas que ahoguen a la isla, aunque acaben afectando también a los ciudadanos de a pie y no solo al gobierno.
Mira, eso es un tema que una vez me explicó el escritor español Manuel Vázquez Montalbán (autor conocido popularmente por la serie del detective Pepe Carvalho), un hombre con una lucidez política tremenda y cuya ausencia se ha hecho muy evidente en los últimos años.
Manolo me decía que hay que tener la capacidad de distinguir entre el
pueblo de Cuba y el gobierno de Cuba. Pero yo creo que mucha gente no tiene esa capacidad. Solo se expresan a través de reacciones y deseos, sin considerar que sus resquemores también afectan al otro lado de la cuestión.
La verdad es que últimamente estoy bastante escéptico con la necesidad de que haya una verdadera conciliación entre los cubanos y de tratar de voltear ciertas páginas de la historia.
Siempre digo que no puede haber olvido, pero sí debe haber perdón. Si no Cuba nunca será el país que la mayoría de los cubanos quisiéramos.
Son muchos los ataques extremistas y fundamentalistas de un lado y del otro. El tema cubano se ha polarizado mucho entre los que viven fuera y dentro.
Esa polarización puede que le sirva a determinados intereses o esferas de poder, pero a la mayoría de los cubanos les afecta, también a los que viven fuera de Cuba, pero conservan su familia dentro y no odian a su país.
Pero hay gente que al salir de Cuba incluso sin un motivo político, se radicaliza cuando está fuera. Eso no lleva por buen camino.
Teniendo en cuenta la polarización de la que hablas y tu «neutralidad» a la hora de opinar, ¿no sientes que al final te critican de un lado y del otro? ¿Gobierno y oposición?
Yo no me considero neutral, apenas trato de ser equilibrado, justo, y mantener una postura: soy un escritor, con una responsabilidad civil y, desde mi literatura, incluso desde mi periodismo, he dado todas las opiniones posibles sobre la realidad cubana, que es la realidad en la que vivo, escribo y participo, aunque sin tener militancias ni activismos políticos.
En mis novelas trato de decir verdades, que seguramente no son absolutas, por supuesto, pero que son verdades y no son neutrales.
Por expresar esas opiniones, cuando mis libros se publican en Cuba (y hasta ahora se han ido publicando todos), no reciben promoción, y ha habido casos en que hasta se ha detenido su circulación.
Acá los medios tampoco promueven los reconocimientos que he tenido en estos años, y según he llegado a saber estoy en la categoría de los «limitados» en los medios de difusión estatales, que no sé muy bien lo que es, pero significa lo que quiere decir: estoy limitado.
Y sirva como botón de muestra de esa «limitación» el hecho de que recientemente me otorgaron en México la Medalla Carlos Fuentes, que se supone que pone a un escritor y la literatura cubana en un nivel en el que han estado muy pocos escritores, y ni siquiera se le dio un pequeño espacio de información en Cuba a la entrega de ese premio.
En cualquier caso, lo más importante para mí es escribir lo que escribo y decir lo que digo en mis novelas y en los cientos de entrevistas que doy cada año. No tengo que complacer a nadie, y soy consciente de que por ello pago un precio dentro y fuera de Cuba.
Trato de no fanatizarme con ninguna posición. Si hay algo bien hecho, lo reconozco. Si hay algo malo, lo mismo. No tengo ningún conflicto personal y la realidad no es blanca o negra.
Cuando uno revela los matices lo único que hace es ser fiel a una realidad que es mucho más compleja que determinadas consignas.
¿Qué te llevó a retomar el tema del exilio en tu última novela?
Los escritores, y sobre todos los novelistas, tenemos obsesiones. El exilio es una de ellas porque para mí ha sido una experiencia muy cercana, aunque yo jamás me haya exiliado por razones culturales, personales y profesionales.
El exilio es un proceso que mi generación ha sufrido muchísimo. Y es que, como dice uno de los personajes de mi novela, «todas las razones para salir de Cuba son válidas y todas las razones para quedarse también lo son». Es importante entender cualquiera de las razones que tienen los otros.
Eso es algo que en el caso del exilio es fundamental.
La experiencia me ha demostrado lo doloroso que es exiliarse, porque en el caso de Cuba muchas de esas decisiones se produjeron sin retrocesos; fueron salidas definitivas del país. Ha sido muy dramático.
Hace 20 años, en La novela de mi vida, abordé el exilio desde una perspectiva histórica, pero esta nueva novela la trato desde la contemporaneidad y el dramatismo con que el exilio ha marcado a mi generación.
Necesitaba reflexionar de nuevo sobre ello, y por eso me lancé a contar la historia de un grupo de amigos que preservan su amistad en la distancia, dando un panorama posible de lo que significa el trauma del exilio para mucha gente cercana que ya no está en el país.
Mira, hace un tiempo calculamos cuánta gente de nuestro grupo de la universidad quedaba en Cuba. Prácticamente la mitad de mi aula ya se ha ido.
Por cierto, entre esos que se fueron, muchos eran los más militantes (pro – gobierno) y los que nos acosaban a los que no teníamos suficiente «combatividad» y cosas así.
El libro está lleno de personajes con vivencias muy verosímiles. ¿Cómo logra eso alguien como tú, que nunca se ha exiliado y que no pretende hacerlo?
El novelista tiene que aprender a interpretar los comportamientos, actitudes y decisiones de mucha gente para, a través de ese conocimiento, poder crear los personajes.
Al hablar de personas de mi generación tengo la ventaja de conocer el contexto histórico y psicológico.
He tenido mucha relación con gente fuera del país y me he encontrado con todas las actitudes, respuestas y comportamientos posibles: los que se van y reniegan de todo y los que nunca se curan de la nostalgia.
Cuando me voy a otros momentos históricos y trabajo con personajes reales, el ejercicio es mucho más difícil.
Meterme en la cabeza de León Trotski o de Ramón Mercader en El hombre que amaba los perros fue muy complicado, incluso al punto de que había escrito toda una parte de la novela con Trotski en primera persona y tuve que reescribirla porque apenas había podido entrar en la cáscara de un personaje tan complejo como él.
Uno debe intentar encontrar puntos de contacto, entre el conocimiento y la experiencia, para poder armar personajes.
Con el detective Mario Conde (su personaje más célebre y recurrente), por ejemplo, ya tengo un ejercicio realizado y aceitado. Sus reacciones y actitudes me resultan fáciles de interpretar, e incluso se apropian de recuerdos personales y mi memoria.
En Como polvo en el viento, con tantos personajes y características individuales, tuve que hacer un esfuerzo adicional para lograr esa coherencia y darles verosimilitud.
En literatura es imposible alcanzar la realidad reproduciéndola, más bien debe crearse un reflejo verosímil de la misma.
Nunca copiaremos la realidad desde ninguna manifestación artística, ni siquiera a través de la memoria o la historia. La subjetividad siempre influye.
Cuando tiras una foto, según el ángulo en que te coloques, la foto sale distinta. En la novela, esa subjetividad cuenta siempre mucho más.
Los personajes que creaste son muy distintos: la que se queda en Cuba, el desarraigado que nunca olvida, la que huye sin mirar atrás, el que asume una nueva patria… ¿cuál de todos se parece más a Leonardo Padura?
Todos esos personajes tienen cosas de mí y de muchas personas que conozco. También tienen una carga psicológica que los acerca a lo que me imagino pude haber sido yo y cómo me habría manifestado.
Si tengo que elegir, me identifico más con Clara, la que se queda en Cuba, y con Irving, el que emigra a España, pero vive en el desarraigo cultural.
De Clara me identifica su espíritu de resistencia, de permanencia y esa capacidad para recibir todos los golpes de la vida y seguir resistiendo.
A Irving me vincula su apego a una forma de ser y de hacer, de una cultura, de una espiritualidad de sentir que eres de un lugar y que nunca serás de otro.
Yo tengo dos ciudadanías, la cubana, y también tengo pasaporte español.
Cuando me preguntan si tengo dos nacionalidades, siempre digo que solo soy cubano. Siempre lo he dicho claro, soy cubano por 64 costados y jamás podré ser otra cosa.
En la novela, es el Periodo Especial lo que acaba resquebrajando a este grupo de amigos y sus familias. Ahora Cuba impulsa profundas reformas económicas que no se habían producido desde precisamente el Periodo Especial. ¿Temes que esa inestabilidad económica alimente aún más el exilio como ya lo hizo en los 90?
Las épocas de crisis provocan respuestas críticas y estamos en un momento muy complicado en la vida cubana.
2020 fue un año tremendo, con acontecimientos que nos siguen sacudiendo.
La pandemia nos ha hecho pensar en muchas cosas, entender algunas importantes, como la vulnerabilidad del hombre ante el mundo en que vive. Una pequeña molécula puede provocar el desequilibrio de toda la humanidad.
Ojalá esto nos permita entender el papel que tenemos y el espacio del mundo en que vivimos.
En Cuba, este fenómeno ha tenido manifestaciones bien manejadas en el plano de la salud pública, aunque ha habido rebrotes con picos de infección ni siquiera alcanzados en los momentos más difíciles de la pandemia.
Además, los problemas económicos y sus posibles soluciones están en plena efervescencia. Siento que estamos tratando de encontrar algo que no sé si aparecerá.
Eso provoca incertidumbre. La gente está crispada. Las carencias y presión psicológica de la situación sanitaria están afectando a las personas. Es difícil.
No sé, sin embargo, si lo de ahora provocará más exilio y huidas.
Depende mucho de las posibilidades de encontrar un espacio de acomodo, que los cubanos tuvieron durante 50 años en EE.UU., pero que ya es más complicado desde el final del periodo de Obama, cuando acabaron las políticas de acogida a los cubanos.
Ahora es muy difícil para los cubanos encontrar otros espacios.
(Este artículo, entrevista, es parte de la versión digital del Hay Festival Colombia, un encuentro de escritores y pensadores realizado del 22 al 31 de enero de 2021).
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