Luisa Valenzuela no le tiene miedo al lobo. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

La escritora argentina realiza en su cuento “Si esto es la vida, yo soy Caperucita Roja”, una interesante deconstrucción del clásico relato de Charles Perrault (1628 – 1703).

Yo creo que Charles Perrault (1628 -1703) nunca imaginó que su cuento “La Caperucita Roja” tendría tantas interpretaciones a lo largo de la historia. Publicado junto con otros relatos en 1697, cuando Perrault tenía 69 años, la historia ha marcado a diversas generaciones y se inspiró en tradiciones orales y literarias. Inicialmente, Perrault le atribuyó los cuentos a su hijo Pierre porque le daba vergüenza que la gente supiera que de su estilizada pluma provinieran “historias tan burdas y primitivas”, como el mismo dijo. Con estudios en Derecho, acostumbraba a escribir sobre el rey debido a que gran parte de su vida trabajó en un alto cargo vinculado a la monarquía francesa. Afortunadamente, después se supo que el verdadero autor de clásicos infantiles como “Piel de Asno”, “La Bella Durmiente”, “Barba Azul”, “La Cenicienta y “El gato con botas”, entre otros, era él.

La destacada y galardonada escritora argentina, Luisa Valenzuela, (1938) publicó en 1993, en su libro “Simetrías”, la historia “Si esto es la vida, yo soy la Caperucita Roja” con el propósito de transgredir el cuento, cambiando la inocencia de la narración y convirtiendo a la protagonista en un ente activo con opinión e interés en el sexo, lo que contrasta con el clásico enfoque infantil que todos conocemos. La Caperucita de la escritora es crítica, es más adulta que la original, tiene sentido del humor y se cuestiona permanentemente lo que le dice su progenitora:

“Madre me ha prevenido, me previene: Cuídate del lobo, mi tierna niñita cándida,

inocente, frágil, vestidita de rojo.

¿Por qué me mandó al bosque, entonces? ¿Por qué es inevitable el camino que

conduce a la abuela?”

Valenzuela no le tiene miedo al lobo y plantea un relato que más que narrativo parece ser una dramatización de la historia, en donde los diálogos de los cuatro narradores, Caperucita, Madre, Abuela y Lobo se confunden. Existe una permanente atmósfera de ambigüedad que hace que el cuento mantenga el interés y el lector se esté constantemente preguntando: ¿En qué terminará todo esto? 

No puedo dejar pasar esta oportunidad sin mencionar dos películas de los años 90, marcadas por la historia de Caperucita. La primera de ellas es “Cabo de Miedo” (1991), un remake que dirigió Martin Scorsese, basado en una película homónima de 1962. En la versión del director italoamericano, Robert de Niro interpreta a Max Cady, un hombre que fue condenado a prisión, con justa razón, por violar y golpear a una joven. Sale de la cárcel con el objetivo de vengarse de su abogado (Nick Nolte) porque ocultó pruebas que lo favorecían y no hizo nada por dejarlo libre o rebajar su pena ¿Qué tiene que ver esto con Caperucita? Una de las escenas mejor logradas del filme es aquella en la que Cady seduce a la hija del abogado (Juliette Lewis) con la escenografía de una obra de teatro escolar como telón de fondo. El individuo se hace pasar por profesor de teatro y se acerca a la adolescente. La tensión es alta y el ex presidiario vulnera a la menor con sus mejores armas. Es el Lobo Feroz seduciendo a Caperucita, el hombre mayor que incluso hace que ella le chupe los dedos de la mano y le bese la boca. Inevitable contrastar la inocencia con la experiencia, la belleza cándida con una madura repugnancia. Cady tiene como único y mayor fin vengarse del abogado.

Otro ejemplo es el de la película “Freeway” (1996), dirigida por Mathew Bright y protagonizada por Reese Whiterspoon y Kiefer Sutherland. En ella, Whiterspoon (en una actuación notable) interpreta a Vanessa, una aguerrida Caperucita que viste una chaqueta roja de cuero y debe ir a ver a su abuelita, después que su madre prostituta queda detenida. En el camino se topa con Bob Wolverton (Sutherland), un consejero escolar que en realidad es un peligroso pedófilo y asesino en serie. El Lobo Feroz encubierto. Se trata de una película violenta que se escapa abiertamente de la inocencia que vive la protagonista original del cuento de Perrault. Autopistas, cárcel, delincuentes, prostitutas, abusadores sexuales, son algunos de los elementos y personajes que forman parte de la ruta que debe enfrentar esta joven quinceañera de armas tomar.

Así las cosas, Caperucita da para muchas interpretaciones literarias y cinematográficas. Se me escapan bastantes en esta columna, pero más que nada me interesa contextualizar las que mencioné anteriormente con el cuento de Luisa ValenzuelaSi esto es la vida, yo soy Caperucita Roja”. Creo haber escuchado de la boca de un conocido escritor algo así como “La literatura está hecha para ser interpretada”. Valenzuela lo hace de manera rotunda, dejando sus tapujos de lado. Sin ir más lejos, los hermanos Grimm tomaron el cuento de Caperucita de Perrault y le cambiaron el final porque en la versión original el lobo devoraba a la niña y a la abuelita. El cazador no llegaba nunca y el animal salvaje quedaba impune. Suavizaron el cuento para los niños. Los Grimm se habrían espantado con la versión de Luisa Valenzuela por su irreverencia. Posiblemente, también les habría dado un infarto con las escenas interpretadas por Whiterspoon y De Niro en el cine, pensando en el famoso relato infantil. Nadie es perfecto.

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