La película, dirigida por Fritz Lang en 1931, dio un giro en el cine de ese entonces. La historia de un asesino en serie en la ciudad de Dusseldorf se convirtió en el primer antecedente de un filme negro con características inigualables.
Fue el silbido. Eso fue lo que más captó mi atención de “M”, también llamada “El vampiro de Dusseldorf”. Es inevitable pasarlo por alto porque es una de las características con las que se descubre al asesino de niños en este filme policial del austríaco Fritz Lang (1890 – 1976). La característica melodía de “Peer Gynt” lo delata y el sonido retumba en los oídos cada vez que aparece en pantalla. Nada más espeluznante que la figura de Peter Lorre silbando, aunque dicen que el verdadero sonido fue grabado por el propio Lang. Esta película, inspirada en hechos reales, inicialmente se iba a llamar “Los asesinos están entre nosotros”, lo que significó amenazas y rechazo por parte de los productores porque el régimen nazi consideró el título como una alusión sarcástica a la ideología hitleriana. Posteriormente Lang cambió el nombre de la película por “M” que es la inicial de asesino en alemán. La letra es estampada en la espalda del sicópata una vez que es desenmascarado.
La película, que tiene más de 90 años, llama la atención porque es tanto el desconcierto que causa el criminal que los policías tienen que redoblar la vigilancia en la ciudad. El mundo del hampa, que considera un desprestigio para ellos la situación, organiza un grupo paramilitar con mendigos para atrapar al delincuente. De esta forma, la búsqueda del asesino de Dusseldorf se convierte en una verdadera investigación entre “buenos” y “malos” para dar con el culpable hasta que finalmente los últimos lo encuentran y lo conducen a una fábrica abandonada donde es sometido a un juicio popular por los maleantes. El sujeto confiesa y realiza uno de los monólogos más angustiantes y espectaculares de los inicios del cine sonoro: “Yo no puedo evitarlo…No puedo…Lo que pasa es ustedes no tuvieron que recurrir al delito…Ustedes podrían haberse dedicado a algo y haber trabajado. Ustedes fueron delincuentes porque quisieron. Pero yo ¿qué opción tengo? Yo no puedo evitarlo. El diablo se apoderó de mí. El infierno, las voces, el tormento…” Así habla el asesino serial, el malvado que silba antes de cometer sus crímenes, el engendro que no puede controlar sus impulsos incluso ante la escoria humana que se encuentra en el tribunal de delincuentes.
Esta fue la primera cinta sonora que hizo Lang, famoso por sus películas mudas como “Metrópolis” (1927). El cineasta logró darle buen uso al recurso sonoro con ruidos y música (el silbido del asesino). La escena del tribunal de delincuentes es destacable por el dramatismo y la utilización de los espacios no verbales donde se condena abruptamente al sicópata. “¿Es M una obra de arte? No lo creo ¿Quién puede decidir cómo lo hacemos hoy, lo que es del dominio del arte y lo que no lo es? ¿No es verdad que solo el tiempo puede tomar esa decisión?” Con esas palabras Lang se cuestiona ya en Estados Unidos, lo que fue su película. Después de este filme viajó a América del Norte, arrancando de Goebbels, quien quería trabajar con él en sus películas de propaganda nazi. Lang no aguantó.
Con todo, “M” es una de las primeras cintas que se estructura con un leitmotiv que reúne en muchos gestos el carácter del villano sospechoso, su silbido letal y una culpa que no deja de sorprender y que ha marcado el cine negro y de sicópatas hasta el día de hoy.
Cada vez que escucho “Peer Gynt”, veo la cara de Peter Lorre con sus ojos grandes y rostro despreciable, características que lo ayudaron posteriormente a tener papeles de villano y gangster en Estados Unidos, donde se radicó, escapando del nazismo. Dicen que Lang se caracterizaba por maltratar a sus actores. Veinte años después de “M”, el director quiso volver a trabajar con Lorre, pero este se negó. Ya conocía la mano.