Metáforas irritantes. Por Mario Valdivia V

por La Nueva Mirada

Confieso que me apestan las metáforas “Una casa para todos” y “Un pacto social”.

Hace algunos años, cuando parejas amigas con algún tiempo de matrimonio en el cuerpo se entusiasmaban con la construcción de una casa – incluso invitaban a visitar las fundaciones -, se podía anticipar el divorcio. Es que se trata de tener una morada, no una casa. Y no hay pacto más fácil de disolver que el matrimonial, contrato voluntario y solemne de por vida. Es que se trata de convivir, no de contratar.

Estamos obligadas a tener una morada para convivir. No necesito una nueva casa ni un nuevo pacto, ni me siento representado para eso. Me interesa convivir. Me alegra que pasemos de la quimera de una nueva constitución, a constatar que hay que rechazar para modificar, o bien aprobar para modificar. Seguir conversando parece ser lo que cada vez más personas   consideran necesario. Sin embargo, al parecer todavía atrae la ilusión de que, finalmente, encontraremos el texto del pacto y el plano de la casa adecuados. Como si lo reformado deba terminar, ¡ahora sí!, por ser definitivo.

Conversar buscándole el lado a convivir es convivir. Puede ser fácil confundir la morada con los planos de la casa, y la convivencia con un contrato. Es que existe siempre la tentación autoritaria de creer que se puede imponer un papel firmado por una mayoría legal cualquiera. Obligar a la pareja a vivir en la nueva casa porque aprobó los planos, o impedirle separarse por contrato, tiene algo definitivamente infantil. Como es infantil el racionalismo, con sus esquemas, sus pactos y sus planos. No estamos jugando en el recreo, obligados a no hacer trampas. Nadie obedecerá leyes que no quiera, y habrá que ver si el estado puede impedirlo. Claro que en esas ya estamos en el límite de dejar de querer convivir.

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