Pienso que han sido nuestros ánimos rectores durante un tiempo. Miedo al Covid, optimismo con la vacuna. Miedo por el futuro de Chile con una nueva constitución; optimismo de que esta vez, por fin, se abrirán los anchos caminos cerrados hasta ahora.
Nos arrastran en la afanosa y agendada vida diaria. Sentimos la ansiedad del miedo, su mutación en tristeza al convertirnos en víctimas, y en rabia al señalar culpables (y la subterránea vergüenza por la cobardía). Nos eleva la liviandad positiva del optimismo, la seguridad de que “todo estará bien” (y el desasosiego subterráneo de la duda). ¿Qué tiene de raro? Después de todo conozco a los culpables que me han cerrado el camino. Son de miedo. Y, por el contrario, ahora sí estoy seguro de que se abren tiempos mejores. ¿Cómo no ser optimista?
Sentimos la ansiedad del miedo, su mutación en tristeza al convertirnos en víctimas, y en rabia al señalar culpables (y la subterránea vergüenza por la cobardía).
En momentos de cierta lucidez, cuando tomo una distancia mínima de mí mismo, me observo e interrogo, puedo percibirlos casi como fenómenos externos. Sin embargo, aun en instantes así, no puedo desembarazarme de ellos por un simple esfuerzo mental. No puedo ordenarles que se vayan, que me dejen tranquilo. Tampoco me da resultado sacarme al pizarrón y someterme a admoniciones culpógenas acerca de lo que “debería hacer y no hacer”.
Quizá un camino más prometedor para liberarnos del miedo y el optimismo sea observar de dónde vienen, cómo ocurren. Puede que una buena interpretación nos abra nuevas posibilidades para actuar sobre ellos. A mí me sirve.
Ambos tienen una mirada al futuro. Viene algo atemorizante que soy capaz de predecir, o bien, ocurrirán hechos positivos que puedo predecir. Esta capacidad predictiva del futuro los caracteriza a ambos. Y los une. ¿De dónde viene dar por supuesto que hay que predecir, y que podemos hacerlo? Antes, antes, se rezaba. Hoy se confía en las leyes naturales, en las leyes de la historia, en las leyes sociales y psicológicas, en las estadísticas. En saber. Como dice un amigo físico, “seteamos los parámetros y controlamos para donde va el mundo”. Bueno, aparentemente consideramos a la posible constitución que viene como el conjunto de los nuevos parámetros fundamentales. Con certidumbre, unos predicen a partir de ellos un mundo de miedo, otros, predicen uno de optimismo. Los dos ánimos y la certidumbre están conectados de manera íntima.
Ambos tienen una mirada al futuro. Viene algo atemorizante que soy capaz de predecir, o bien, ocurrirán hechos positivos que puedo predecir.
Pienso que pertenecen a una misma manera de ser, simplona, predictiva y controladora, siempre sobrepasada y tardía. Por eso intercambian roles con tanta facilidad. El optimista de ayer es el temeroso de hoy, y viceversa. Por experiencia propia tengo la convicción de que la planeación predictiva ya no sirve para actuar competentemente. Abre demasiadas alternativas, nos pone ante horizontes con demasiadas posibilidades; y, finalmente, no atina. Nos cargamos de julepe y de ilusiones. Fatalmente caemos en expectativas, en esperar que, ojalá que…. Siempre querremos más poder – más atribuciones, más garrote – para controlar lo que fatalmente se escapa.
una misma manera de ser, simplona, predictiva y controladora, siempre sobrepasada y tardía.
El torbellino de contingencias del mundo actual nos llama a lanzamos a la aventura más que a controlarlo seteando parámetros. La apropiación activa del ad – venir no deja tiempo para imaginar peligros aterrorizantes o esperar suertes salvadoras. Desplegándose activamente a sí misma, situada y finita, la aventura habla poco de aquello que no hace. No contribuye a generar miedo ni optimismo.
situada y finita, la aventura habla poco de aquello que no hace. No contribuye a generar miedo ni optimismo.